La semifinal se encontraba en un momento de paridad absoluta. Luego de un primer cuarto que comenzó siendo netamente favorable a los locatarios, con Aguada convirtiendo sólo dos puntos y Flamengo pasando sobrado la decena, poco a poco se fue cerrando. El problema era la falta de gol: eso descoordinaba la tarea defensiva, bien aprovechada por Marcelinho y Nicolás Laprovittola, ya sea para correr o para romper desde el perímetro. Ajustando eso, Espíndola encontró en sus jugadores, sobre todo en Smith y Trelles, cómo ponerse en partido. Cerraron el primer cuarto 20-22, y en el comienzo del segundo, un triple de García Morales hizo pasar al aguatero por primera vez en el partido (23-22). Énfasis: no centralizar el juego en el goleador uruguayo le sirvió a Aguada tanto que desconcertó a Flamengo, minuciosamente abocado a la defensa de aquél y no del resto.
El momento de paridad absoluta se rompió: falta a Trelles que no se pitó, ataque de Flamengo cortado con falta de Izuibejeres que los árbitros consideraron antideportiva; la consecuencia fue la protesta airada tanto del jugador como de Espíndola, al que le cobraron 2 técnicos y la consecuente expulsión. Partiendo de la base de que todo es discutible, las sanciones parecieron exageradas. Pero lo peor es que uno mismo queda mal, y después es difícil volver a encarrilar la situación. Estaba bárbaro para Aguada en una situación que en teoría parecía particularmente difícil (de visita ante un gran equipo y remontando una diferencia de 12 puntos de arranque), cuando la interrelación de jueces y deportistas generó 8 libres y pelota para Flamengo, que la miraba de afuera, cuando la estaba pasando mal.
Por la sanción a Aguada le metieron 6 de 8 libres; no es mucho. Por la desconcentración, Marcelinho enchufó 4 triples al hilo y la diferencia se fue a 17 puntos. Para el mejor nivel mundial, esa amplitud en el marcador es (casi) indescontable. El final fue 113-81 para Flamengo. La astucia aguatera estuvo en cerrar el juego con jugadores suplentes y reservar el potencial y el físico para el día siguiente.
La recompensa
Los rivales fueron los mexicanos Halcones de Xalapa, que cayeron en el partido para acceder a la final ante Pinheiros 85-72. Con Rodrigo Trelles y Javier Espíndola suspendidos y Fernando Medina como entrenador, el objetivo inmediato de la planificación era lograr el tercer puesto. Igual que aquel Biguá de 2008-2009, Aguada situó una vez más al básquetbol nacional arriba en la historia.
Fue la noche del goleo. White, Smith y Dilligard entraron desde el vamos y cargaron la zona rojiverde. El capitán Pablo Morales entró de titular y Leandro tomó la base, relegando al banco a Bavosi. Fue un logro: que García Morales condujera provocó que no fuera fácil doblarlo en marca, y cuando lo hicieron encontraron a sus compañeros. Con altos porcentajes y juego muy fluido, quemaron las redes y desconcertaron a los defensas. Rondar los 30 puntos por equipo por cuarto es algo más similar a la NBA que al básquetbol FIBA.
La renta que sacó Aguada antes del entretiempo (22 puntos, 66-44) fue determinante al final del partido. Aun ganando los dos cuartos siguientes (33-19 y 31-28), el conjunto de Xalapa no pudo. Del 113-108 final se desprende que Leandro metió 42 puntos, con 6 triples y 10/11 en libres. Una marca récord para un partido de Final Four. Jeremis Smith puso 23 y Pablo Morales hizo 22 (6/9 en triples): 87 puntos entre los tres. En Halcones, Adam Parada culminó con 28 puntos (92% en dobles y 100% en libres) y fue el goleador de su equipo. Además, Orlando Méndez puso 20 y Franco Harris, 18.
El camino
Leandro García Morales fue el goleador de la Liga de las Américas, con un promedio de 28,3 puntos por partido, mientras que Jeremis Smith terminó segundo en la tabla de rebotes, con 7,1 de promedio. Greg Dilligard se destacó en lo suyo, los tapones, y quedó arriba en la estadística. Sin duda, fueron los mejores exponentes del elenco uruguayo en la participación internacional.
Todo comenzó en Montevideo el 30 de enero. Jugaron por el grupo B, además del local, Uberlândia, de Brasil, Leones de Ponce, de Puerto Rico, y Lanús, de Argentina. Aguada ganó los tres juegos: 93-74 a los argentinos; 87-71 a los brasileños; y 93-92 a los boricuas. Clasificó primero.
Pidió y pudo: la serie semifinal también se desarrolló en la capital uruguaya. Un grupo muy bueno, definido por la estrechez del embudo que afina la elite del deporte. Vino Pinheiros de Brasil, que ganó el grupo, más el actual campeón argentino, Regatas Corrientes, y los puertorriqueños Capitanes de Arecibo. Contra éstos arrancó Aguada y ganó 86-81. Luego fue derrota ante los paulistas 84-72, por lo que el juego ante los argentinos que cerró el cuadrangular tuvo tintes de final. En un alargue infartante, el aguatero logró cerrar el partido 72-70 y fue finalista.
El cuento es conocido. Cualquier definición exitista diría que nada de esto es tan relevante, porque al final no salieron campeones. Sería una tesis errónea, materialista e ignorante. El valor de esta conquista está en reconocer, una vez más, que el deporte uruguayo supera la adversidad; esas dificultades que están hechas para estimularnos y no para desanimarnos. Ahí irá Uruguay, una vez más.