Cuando asedia con su sombra la red se estremece. El tejido le permite confirmar su pasado, mantenerlo presente, escribir el destino. El gol le devuelve su imagen, tejiendo y destejiendo espejos, unida a la historia reciente de su pueblo. Un paisano de campaña que tiene como costumbre bajarse del caballo para mirar el arco, anunciando derroteros ajenos, advirtiendo acordarse de los sueños.

¡Gol! y la realidad despierta. Quién sería más feliz que un delantero en su esencia, con goles y campeón en un clásico. “Gol” se dice en Tacuarembó cuando se habla de Octavio Siqueira, atacante de 27 años de la selección local, recientemente campeona del interior al derrotar a Salto en el estadio Dickinson por un gol contra cero. Además fue el máximo artillero a lo largo del torneo, y terminó con 14 conquistas, igual cantidad que en 2013, año en el que también fue el máximo anotador. Siqueira respira goles y lo sabe: “Saqué una buena diferencia fechas atrás y ahí me di cuenta de que podía volver a ser goleador. Los delanteros buscamos los goles, la copa se la lleva uno y ta, este año me tocó a mí. Muy agradecido a los compañeros, porque sin ellos no hay nada”.

Tiene oficio pero lo comparte. Cree en el poderío de la unión en busca de un objetivo en común. “El grupo, más que nada, fue todo”, dice el goleador. “Nunca se quebró en las que pasamos. Todos cinchamos para el mismo lado. Eso es la clave del fútbol: es todo colectivo, no es nada individual. Cuando todo un grupo tira para el mismo lado, entre los que juegan, los que no y los que quedan fuera del plantel, hay unión. Y la unión fue todo para nosotros”, confiesa. No es menor. Derriba el mito del goleador por el goleador, esa especie de símbolo máximo intocable de cualquier plantel. La vida como verdad absoluta -también metáfora si se quiere- de un hombre acostumbrado a guapear el campo y el ganado con la referencia clara de que sólo es imposible.

Finalmente

El escollo antes de clasificarse a la final fue Nueva Palmira (representante de Soriano Interior) y fue durísimo. Se necesitó ir a la definición por penales tras dos juegos terminados 1-0, uno ganado por cada selección. La final decía “Salto”. Un rival al que conocían de su Participación en la serie Litoral Norte. Salto, el fuerte al que no le faltó nada, el candidato al que Tacuarembó no le había ganado en los dos enfrentamientos anteriores.

En el encuentro de ida el empate fue 0-0, pero Siquiera nunca perdió la fe. “Habíamos empatado pero sabíamos que afuera jugamos mejor que adentro. Acá la gente apura un poco y a veces no nos soltamos mucho; de visitantes jugamos mucho más sueltos. Por eso el resultado de la ida no era malo. Íbamos concentrados, con actitud y confiando en el compañero que iba a dejar la Peón de lujo Octavio Siqueira, bigoleador de la Copa Nacional de Selecciones vida. El resultado iba a ser de 1-0 y la chance más concreta que tuvimos la supimos aprovechar”, sentencia el delantero. Quien vio el partido lo sintetizaría de duro, jugado como una final. Para Octavio el partido fue “lindo”. Con la teoría de que las ocasiones que se crearan fueran pocas, Octavio miró con atención cada uno de los desprendimientos que los volantes tenían. Solo, arriba, con la marca encima y la encomienda de no desaprovechar la que quedara en sus pies.

“Me marcaron mucho. Iban conmigo los dos defensores y el lateral derecho. Iban al choque, pero es mi juego, soy bastante bicho en eso. Me caracterizo por eso: hay que meter la cola, hay que meter brazos, hay que buscar la falta, tener mucha fuerza en las piernas, intentar que los compañeros lleguen. Quedé varias veces con la pelota solo arriba, esperando a los compañeros para tocarla”, comenta Siqueira. Una fue ésa que le pidió el entrenador Duarte y que él mandó al fondo de la red. Tarea de goleador.

Dice que se aguantó hasta el final porque su cuadro tiene rebeldía: “Algunas [selecciones] tienen más poderío, les pagan bien a los jugadores o tienen más comodidades. Nosotros no. A veces no hay cancha para entrenar o no hay agua caliente. Ahí uno saca la rebeldía, saca fuerzas de todos lados. Cuando no hay casi nada los pingos se ven adentro de la cancha. Sacás todo afuera con tal de sobreponerte. Se notó, y ganamos un clásico de visitante, que es un mérito doble”.

Entre la vida, el fútbol “Hoy no laburé, me hice el descanso yo. Tas loco, la ansiedad, los nervios, el viaje, todo te deja como débil”, dice Octavio con voz de quien te recibe en la portera de entrada de cualquier campo; con voz de convicción, como el profesional más encumbrado que defiende su doctorado. El día después disfrutó a su manera el triunfo que, dijo, fue muy merecido y no es cosa de todos los días. Festejó con su familia, su sostén. “La familia; la señora o la novia, los hijos. Por ahí pasa todo. Porque a veces uno sale temprano de la casa a las siete o a las ocho de la mañana, llega a las doce, a las dos de la tarde sale de nuevo pal laburo y de ahí se va pa la práctica y a veces vuelve a las diez de la noche. Es mucho. Si la familia no te apoya te desmotivás. Creo que todos los compañeros tuvieron a sus familias a favor, se notó que todos tenían esa fuerza”, relata un Siqueira que sabe en carne propia que todo cuesta, que la fuerza en sí es bruta y mueve ganados, doma pingos, clava palos, mueve arados.

Así es el fútbol del interior. Se juega y se desarrolla pero con un sostén que está fuera del juego mismo. Ya sea un laburo extra para sostenerlo (y sostener la olla) o con el plus de la gente cercana ayudando. Octavio es gráfico: “Cuesta. Todo es amateur. Cada uno tiene su laburo y cuesta ir a entrenar. Ahora las prácticas terminaron de noche y con frío. Nadie vive del fútbol acá. No es fácil estar ocho horas parado, cambiarse e ir a entrenar. Todo cuesta, pero creo que eso dio fuerzas. Es fundamental”.

En la pelea diaria el jugador de fútbol del interior vive y lucha. Octavio Siqueira, máximo goleador en dos torneos consecutivos con 28 goles en el total de su haber, trabaja en campaña y tiene un lavadero de autos. Ésa es su forma de vida. Le gusta y la disfruta. Sabe que de esa manera no se puede ser profesional en el fútbol. “Te complica. No se puede, porque no podés faltar a los entrenamientos, que son de doble turno. Yo nunca falté. Estaba en campaña y a veces iba de mañana y venía de tardecita. Es un esfuerzo grande”, dice, agregando que lo mejor del fútbol amateur es que se ajustan las horas de las prácticas para que todos puedan entrenar. Siqueira jugó en Tacuarembó Fútbol Club y ése fue su pasaje como profesional. Dice tener un lindo recuerdo de su desempeño ahí, aunque afirma: “Creo que tuve una etapa en la que no tuve suerte. El fútbol, para mí, en un 80% es suerte y al 20% restante hay que ayudarlo. No tuve mucha suerte pero eso no me quitó el sueño. Me fui contento”. Pensando en volver, sostiene que habría que hablar muchas cosas, porque su laburo es la prioridad y “no es fácil dejarlo para meterse en el profesionalismo”. Conoce a quienes juegan en el equipo que puntea en la B y por eso su deseo es “que le vaya bien, porque hay gente muy buena ahí dentro. Están haciendo una buena campaña. Muchos jugadores son de acá, del pueblo, juegan ahí y ojalá que les vaya bien, porque les hace bien a ellos”.

Su futuro cercano, aparte del trabajo en el campo y los autos limpios que deja, es el fútbol local. Jugó el año pasado en Wanderers de Tacuarembó, base de la selección campeona. Un equipo que conoce bastante, de memoria, ya que hace cuatro o cinco años que están juntos la mayoría de los integrantes del plantel, campeón por quinta vez consecutiva, pero cree no tener problemas para defender esa camiseta.

En Tacuarembó se respira y Octavio Siqueira da aire. Defender la camiseta de la selección es un orgullo para él, y él es el orgullo de su selección y su gente. Con el mismo sacrificio que hasta ahora, con la misma capacidad goleadora innata. Entre doma y doma, entre sueño y sueño, en el afán de permanecer en el romance sagrado con el gol y así ratificar quién es.