Jugando el partido que debía en la instancia más importante de su historia internacional, Defensor mantuvo la ventaja que había obtenido en Medellín y la amplió al volver a derrotar a Nacional, esta vez 1-0, para meterse en las semifinales de la Copa Libertadores de América, en las que deberá enfrentar a otro Nacional, el de Paraguay, después de que termine el Mundial. Fue una noche gloriosa, en un Centenario que se tiñó de violeta.
Me acordaba muy bien de aquella primera participación internacional por la Copa Libertadores de Defensor en 1977. Ya había pasado el partido con Peñarol, a quien derrotó 2-0, y venía Boca Juniors. Hacía frío, pero además había mucha niebla. En las radios y en los diarios decían que Boca sería casi local en la Colombes, y yo me fui tranqui, para ubicarme donde, alternativamente y de acuerdo a quién enfrentara, se ubicaba la barra de hinchas de la viola, con una gran campana que hacían sonar cuando se necesitaba el aliento al cuadro. Aquella noche, y sólo porque era Peñarol el otro equipo uruguayo que participaba, los pocos bochincheros violetas con la campana y una matraca gigante estaban en la Ámsterdam, contra la Olímpica. Ya dentro del Centenario, comprobé que éramos muchos más los que habíamos tomado prestado el lugar de tuertos, que teníamos las manos coloradas de tanto aplaudir, la disfonía prestada de tanto gritar por esos hombres que no sólo habían dado vuelta la historia sino que, de alguna manera, queriendo o no, nos habían hecho un guiño de esperanza en que la vida podía cambiar. Anoche me acordé de ellos, de ese momento, y me dio un lindo orgullo ver el mismo Centenario así, lleno de violetas, acompañados por nosotros, los hinchas prestados pero no de alquiler.
Jugando un serio
Estuvo bien Defensor, que arrancó a plena concentración y como si la serie estuviese iniciada y sin ventajas. Compacto, concentrado, atacó hasta que, cuando bordeaba el cuarto de hora, se desenganchó el ofensivo carrilero colombiano Valencia aprovechando una cuchillada de Cárdenas, y ahí in extremis debió aparecer Martín Campaña para salvar el arco violeta. Atlético Nacional se paró con tres atrás, el capitán Mejía de 5, Cárdenas un poco más adelantado, tres volantes y dos puntas; apostó a plantarse totalmente en campo violeta y jugar preferentemente por abajo. Defensor, como siempre: 4-3-2-1. Gedoz buscó claramente la espalda de Bocanegra, Pais la de Valencia. En defensa, apretado en líneas, lo buscan por arriba y responde.
Pero los paisas tienen un gran equipo y demostraron que no estaban dispuestos a dejar la Copa. Empezaron a apoderarse de la pelota y a habitar el área violeta. Un punzante pase de Cárdenas y un recorte de Baloy dejaron al verdolaga cara a cara con Campaña, pero, increíblemente, el remate se fue desviado.
Lindo partido, ¿sabés? Nos han tocado tiempos en que ellos, cualesquiera sean ellos, pero esta vez con el agravante de que son unos buenos colombianos, juegan con la pelota en los pies mejor que los nuestros, pero los de acá, hoy como ayer, tienen una escuela de marca, una estructura de neutralización y un esfuerzo redoblado que a uno le termina gustando tanto como el inapreciable amargor de los primeros mates.
Afuera había clima de Copa, por la cancha, la concurrencia, los equipos y el fútbol propuesto. Afuera, en las tribunas, los nervios son distintos. La mayoría observa y disfruta, algunos alientan a lo hinchada.
El primer tiempo se fue sin goles pero con un cambio, porque en la penúltima jugada de la primera parte se lesionó Mathias Cardaccio y por el entró Juan Carlos Amado.
Con la misma concentración y seriedad que en la primera parte, pero ya con la madurez, de quien lo ha hecho y quiere volver a hacerlo la viola afrontó el comienzo de la segunda parte. Estaba claro que el objetivo era clasificar, y eso no necesariamente marcaba la exigencia de ganar, pero el equipo de Curuchet nunca fue un usurero del resultado en Medellín, pero tampoco arriesgó sus ahorritos. Los colombianos se empezaron a ir cada vez más arriba, y por arriba, y el Coto Correa y Matías Malvino sacaban y sacaban, como si fueran Jauregui y Salomón en las antiguas noches del tiempo. Los colombianos llenan con delanteros sus lugares en la cancha -hasta entró el veterano crack Juan Pablo Angel- y el partido queda ideal para las contras. Campo fértil por las dos bandas. Ya no le importa marcar a ellos. Entra el Nico y la gente vibra. Pasan los minutos y la gente salta. Pasa la gloria por ahí y Defensor le da la mano, la aprieta fuerte, y ya no la va a soltar. El Nico, Nicolás Olivera, que perderá ese nombre para pasar por siempre a ser la leyenda de Defensor, de contra y en el área chica la empujó a las redes para subir al escalón más alto que hasta ahora la viola ha conocido. Genial. Gigante.