Fue en un suspiro. El partido se iba diluyendo entre el tiempo y el sol y a México le alcanzaba con el 1-0 para hacer historia. Aquel gol de Giovani dos Santos y las enormes intervenciones de su arquero, Guillermo Memo Ochoa parecían llevar a la selección tri por segunda vez en su historia a estar entre los ocho mejores. Pero no alcanzó. Los holandeses fueron con intensidad e insistencia a buscar el partido en los pies de Arjen Robben, en el empuje de todos los naranjas, y por el repliegue mexicano. A los 88 minutos, Wesley Sneijder empató aprovechando una pelota que quedó servida fuera del área, y en tiempo de descuentos el árbitro cobró un penal que Klaas Jan Huntelaar cambió por el 2-1 definitivo, con las últimas gotas de sudor que quedaban.

Así, y sólo así, pudieron encontrar el único hueco donde no estuvo Ochoa, que por momentos pareció tener un clon que atajaba junto a él. Un arquero seguro en cada salida a descolgar centros, que se sabe parar bajo sus palos y que achica bien los mano a mano. Ayer bancó (casi) todo con una demostración impresionante de reflejos. Se quedó a tres minutos de lo que pudo haber sido un triunfo enorme. La selección europea, que no fue la que venía siendo, apeló al liderazgo de los de siempre para encontrar un partido que le era esquivo. Abrió la cancha y ése fue su mérito: desborde tras desborde, centro tras centro, fue metiendo a México contra su arco, con más empuje y utilidad que juego técnico. Es que Holanda es y fue Louis Van Gaal: una selección utilitaria, práctica y efectiva. Fue sometida por los mexicanos en buena parte del partido (las mayores chances de gol fueron para la selección tricolor) pero supo pegar y vencer a una defensa que, hasta ese momento, era la menos goleada de la Copa junto a Costa Rica y Bélgica, con un solo gol recibido. Y pudo porque tuvo a Robben, quizá el jugador más influyente del Mundial hasta el momento.

Los sistemas tácticos fueron, desde el comienzo, un espejo: tres defensores más dos laterales volantes, tres mediocampistas y dos atacantes. En esa disposición táctica la que brilló y reflejó más fue la de México. El Tri propuso más y mejor, con la interacción futbolística que lograron Héctor Herrera, Miguel Layún, Andrés Guardado y Gio dos Santos. Doblaron permanentemente la defensa naranja en el primer tiempo, aunque fueron erráticos en la definición. En defensa también ganó la selección centroamericana, que no dejó jugar en la zona de influencia a Sneijder ni a Dirk Kuyt, y absorbió absolutamente al goleador Robin Van Persie. En la segunda parte se extrañó a Héctor Moreno, que fue sustituido tras fracturarse la tibia.

En el inicio del segundo tiempo vino el gol de Dos Santos, prácticamente de arranque. Merecido, buscado; defendido. Holanda no tuvo más remedio que romper con su afán estrictamente defensivo y se decidió a jugar, que es lo que mejor hace. Se basó en su figura y también en el ingreso de Memphis Depay. Con fútbol y pelota, pasó de desahuciado a rebelde. Mejoró la transición entre sus líneas y con ello surgió su vertiginosidad. Ganó por un penal dudoso, aunque no le cobraron uno que sí había sido en la primera parte. Ganó y nos dejó el sabor de las últimas gotas de su jugo, y el gustillo amargo de su trago a los mexicanos.