El Campeonato Uruguayo 2013-2014 tuvo su propio Uruguay-Ghana. Los 120 minutos de fútbol no alcanzaron para saber si la copa se iba con Danubio o con Wanderers. A escala aldeana y concentrada en el cuerpo de franjeados y bohemios, la tensión fue igualita a la que se apoderó de uruguayos y africanos hace casi cuatro inviernos. Ayer en el Parque Central, un 2-2 increíble llevó el año al punto del penal. La catarata de expulsados, los cuatro goles y hasta los penales errados se repartieron de un modo tal que los dos se sintieron cerca de ganarlo y de perderlo antes de ganarlo y de perderlo. Desempató el arquero Salvador Ichazo, tras quedarse con el 12º penal de la noche y totalizar tres atajados.

Danubio eligió ganarlo ante un disparo ajeno, tras desaprovechar dos oportunidades de llevárselo mediante remates propios: Fabricio Formiliano y Federico Ricca se perdieron las tapas de los diarios del lunes luego de que Wanderers malograra los tres primeros tiros. Federico Cristóforo, el arquero bohemio, rompió el maleficio y convirtió el cuarto para avivar la llama y detener a los hinchas que ya arrancaban rumbo al Prado. El milagro de llegar a la serie de uno y uno se hizo realidad. Pero el destino quiso que sus parciales se convirtieran en involuntarios ghaneses modelo 2010.

Antes, al cierre del alargue, hubo un milagro mayor. Quizá, la raíz de la consagración de la franja. Corría el minuto 118. Wanderers lo ganaba 2-1 desde el primer chico del suplementario, gracias a un gol del importante Nicolás Albarracín. Hacía rato que los dos jugaban con nueve futbolistas. La cancha de La Blanqueada se volvía inabarcable para un puñado de solteros y de casados con poco aire y músculos entumecidos. De golpe, el juvenil bohemio Kevin Ramírez se encontró con una estancia bordaberriana, una enorme extensión de pasto camino al arco de Ichazo. Le ganó la humana tentación de definir la temporada y quedarse con la gran foto. Optó por el mano a mano, sin advertir que Gastón Rodríguez entraba solo por el medio. Ichazo le obstruyó el disparo y, en la recarga, Camilo Mayada se convirtió en sospechoso de portación de tercer pulmón al recorrer una diagonal kilométrica. Hubo un disparo, un rebote, un despeje fallido y un imán: la pelota volvió a Mayada, que la cubrió con maestría, para meter una tijera de media vuelta y empatar el partido. El muerto caminaba. Danubio, que psicológicamente lo llegó a perder 3-1, rascó el bolsillo y encontró un 2-2 y unos penales. Quedarán para una eterna discusión cantinera los efectos del toque de Maxi Olivera, que desvió levemente el remate decisivo al intentar evitar el gol, sin que sea fácil determinar si el balón se hubiera metido sin su intervención.

Lo que le pasó a Ramírez, en menor grado, también le sucedió a Diego Riolfo y a Gastón Rodríguez a los 116 y 117 minutos. Pero mucho antes, cuando promediaba el complemento de los 90 minutos reglamentarios, les ocurrió a los danubianos Hugo Soria y Mayada, que perdieron tres jugadas claras que hubieran cerrado el encuentro tempranito. Es que Danubio lo ganaba con un tanto de Leandro Sosa desde el primer tiempo. Pero estos goles errados también fueron goles en contra, y Wanderers igualó parcialmente a los 78, cuando la magia de Riolfo abrió una puerta a la red por la calle central.

El segundo tiempo fue una locura. Silvera expulsó a los danubianos Emiliano Velázquez y Matías de los Santos y a los bohemios Gastón Bueno y Javier Cabrera. Al momento de dejar la cancha todos ocupaban posiciones defensivas, lo que volvió irreconocibles a los sistemas iniciales. Lo pagó más caro Wanderers: en la jugada del empate de Mayada, Rodrigo Pastorini -que terminó jugando de zaguero- restó hacia su propia área y el incansable Santi Martínez -que recibió el mismo encargo- padeció la falta de centímetros y no llegó a cerrar de cabeza. Danubio, en cambio, lució defensivamente más ordenado y encontró relevos con oficio en el ingresado Guillermo Cotugno y en Formiliano, que si bien fue titular arrancó de volante y luego bajó a la zaga. A diferencia de Alfredo Arias, Leo Ramos improvisó en ataque. Tras las salidas de Fornaroli y Diego Martiñones, subieron Mayada y Nacho González, que habían comenzado jugando en el mediocampo. Hasta en eso quedó claro que se enfrentaba el equipo más goleador del año con uno de los menos goleados.

Es que la final también atrapó por una enriquecedora combinación de lecturas tácticas. Su guion fue tan atractivo como el del año: como en las películas del Apertura, el Clausura y la Tabla Anual, hubo que esperar hasta el último instante de la final para dar con un campeón que se pasó toda la tarde jugando a las escondidas. La respuesta estaba en uno de los tantos versos del Choncho Lazaroff. Pica, Danubio.