Te juro que cuando Luis se la metió hasta los cataplines yo tiré la compu, grité y grité y grité, estirando el gooool hasta la afonía, agitando mis brazos, abrazándome con los otros periodistas uruguayos que estaban ahí, y grité, grité y seguí gritando hasta casi desmayarme. Para eso había venido, para vivir este momento. Que es mío, pero es tuyo y es de todos. Cuando me volví a sentar, y el pánico de la pantalla en blanco era superado por una catarata de emociones -que saturarían decenas de pantallas blancas, ordenadas y organizadas-, pensé en el fútbol, en mi país, que no es más que mi sociedad, mi gente, mi vida y la que ustedes me legaron, y me puse a llorar y pensé que Luis podía ser el “Puntero izquierdo”, de Benedetti, y me acordé del viejo Mario, y pensé que también eso es ser uruguayo, como ésos que, una hora después, están aquí en la tribuna cantando “soy celeste”, por más que el musicalizador del estadio ponga una gringada que no lo tapa.
Táctica y estrategia
Cuatro minutos y ¿por qué no entra esa globa desgraciada, que ahí contra el palo la encuentra el arquero inglés, después del primer córner del partido tirado por Suárez y peinado por Cavani?
El partido arranca a pura dinámica: la sugieren ellos a plena velocidad, la sostenemos nosotros a marca, corrida y quite. Es todo muy parejo, pero parece que se te para el corazón cuando Rooney patea ese tiro libre por mano con amarilla de complemento, y todos, todos menos él, quedamos paralizados esperando el desenlace, que es bueno para Muslera y tres millones, que es malo para los viejos dominadores de los mares y promotores de nuestra existencia como Estado tapón.
La pelota y la velocidad son de ellos, pero el esfuerzo, las ganas y ese zurdazo cruzado y apenas abierto del Cebolla son nuestros.
Es muy bueno el juego de combinación de técnica y velocidad de los ingleses en ofensiva, pero también lo es aunque no cuantificable como un valor en sí, la forma en que Uruguay marca, se desdobla y recupera.
A Uruguay le cuesta generar acciones ofensivas, pero cuenta con un Cavani esplendente en su aporte físico y con Luisito Suárez como el Cid Campeador, con la armadura puesta en el campo de batalla.
Así fue que se transformó en un partido parejo, eléctrico, emotivo y que hizo que el corazón bombeara a mil. El equipo de Tabárez penduló bien en sus movimientos defensivos, y hubo control con los redobles de Lodeiro y Cavani, pero sobre todo de los tres mediocampistas Tata, Egidio y Cebolla. El gran inconveniente defensivo que tuvo Uruguay fue cuando el mediocampo inglés puso en velocidad a los tres de arriba. Fue una jugada así (Sturridge, a toda velocidad y el Pelado Cáceres talándolo) la que generó el electro de fuerza que ni el Suat te lo hace tan bien. Centro-arco de Gerrard y cabezazo atorado de Rooney, que reventó la soldadura del travesaño.
No sé cómo contártelo, y vos lo recordás distinto que yo. No sé dónde estabas vos. Yo estaba temblando como vara de mimbre, porque hacía frío, sí, en el Arena São Paulo, pero también temblaba de nervios. ¿O vos estabas como una florcita, como si estuvieras mirando a Torraca dando el estado del tiempo? No, mi amor, yo sé que no.
Nico Lodeiro, un infierno corriendo, metiendo y creando, cortó en el medio, la peleó y avanzó, limpito y con lo justo, a toda su velocidad, que era inferior a la del inglés que lo marcaba, dibujó con su zurda y disparó el contragolpe para Cavani, que escorado a la izquierda hizo control y engaño para que le quedara un espacio y mandar el pase a Luis, que -como el Cid Campeador- estaba ahí para desesperanzar a sus rivales.
Ahí me di cuenta de que estaba parado y gritando “goooooool”, mientras los señores de la FIFA me miraban, y vos ahí en tu casa te colgabas de las paredes gritando “Uruguay nomá, Uruguay nomá”, porque eso no se aprende, eso se vive. Que nos fuéramos así ganando al vestuario fue un alivio, pero cualquiera sabía que la segunda parte venía de planchada.
¿Y si fuera él?
El arranque del segundo tiempo fue una cosa de locos. Con nuestras armas actuales, que ya no son la técnica asociada al engaño, sino al esfuerzo, la multiplicación, y el engaño sobre una técnica básica, Uruguay tuvo tres nuevas situaciones de gol: una de córner de Suárez, otra de remate franco del Tata González y una habilitación de Lodeiro para Cavani.
No entró ninguna de ellas; sin embargo, tan determinante como el gol fue aquella inmensa sensacional atajada de Fernando Muslera al terrible remate a quemarropa de Wayne Rooney, que el Nene sacó en palomita. Vio, doña, que uno podrá saber mucho de libros, academia y ganas de aprender, pero hay cosas que se saben de otra forma. Se vibran, se sienten en el ambiente, se decodifican en la agonía de la emoción.
El partido tomó un tono complicado de claro dominio inglés, y Uruguay echó cola de manera forzada; no como postura, sino como consecuencia de la tenencia de la pelota en ofensiva por parte de los británicos.
Sin renunciar a la posibilidad de recuperarla, y además de tenerla bien, Tabárez sustituyó al exhausto Lodeiro, de superlativa participación, con el talense Cristhian Stuani, y por momentos se generó un mínimo desahogo, pero una internada profundísima de Glan Johnson y un pase punzante al centro del área chica, ya detrás de Muslera, dio lugar al primer gol en la historia de los tres Mundiales que ha jugado Wayne Rooney.1-1 y pelota al medio.
El cantar del Mio Cid
Todos sabemos que esto es verdad, que esto pasó y se lo podremos contar a nuestros nietos, como a nosotros nos contaron el empate de Hobberg contra Hungría en 1954. Yo se lo voy a contar con la cadencia, la emoción y el dramatismo de El viejo y el mar, de Hemingway, porque este Uruguay, este partido, me hacen acordar al viejo.
Pero vos, yo, la loca ésa que estaba barriendo la vereda y el gordo nabo que dijo que se iba al baño pero en realidad había dejado de ver el partido sabemos que cuando Luis la agarró en el área, medio como cayéndose por el tropiezo de un escalón mal pisado, y se la amartilló hasta los cataplines al rubio Hart, la irracionalidad se apoderó del uruguayo, y explotamos gritando el gol más maravilloso del mundo, porque su belleza no está en la estética ni en la técnica, sino en la fatua, pero a la vez imperecedera, sensación de haber vivido ese momento único e imborrable de felicidad.