El domingo 7 de septiembre amanecía con aromas a finales. Al igual que en la rama masculina que se definía en San José, las mujeres de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) llegaban al partido final. Por un lado, Arachanas de Cerro Largo; un equipo con trayectoria y títulos, que jugaba como local en el estadio José Germán Baldassini del Liceo Salesiano, con la obligación de ganar tras la derrota en la final de ida 2-0. Por otro lado, las tricolores artiguenses con la ilusión de quien busca la consagración y con la ventaja de haber ganado el primer juego. Fútbol de mujeres dirigido por mujeres: Nancy Ripoll arbitró el partido, con Belén Clavijo y Silvia Mesa como asistentes en las líneas, más Marcela Da Silva como cuarto árbitro. Así, con esas características, lo que se dice una final.
Nacional empató 2-2 un encuentro difícil y se consagró campeón. Flavia Castell y Samara Rivas fueron las goleadores tricolores, mientras que Natalia Laureiro y Gabriela Lindiman hicieron los goles de Arachanas. Fue la primera vez en su historia que el conjunto de Artigas se titula como el mejor equipo del interior. Puede que la lejanía enfríe y la distancia dé motivos para comprender los hechos. A Ana Laura aún le gana el sentimiento. “Todavía no caímos en lo que logramos. Sí sé que logramos lo que queríamos. No sé cómo explicarte. Salir campeonas del interior con mis amigas y compañeras es algo muy lindo”, dice mientras piensa, y son esas mismas palabras, no sé cómo explicarte, quizá la más clara justificación de que alcanzar el máximo objetivo propuesto se siente mucho más de lo que se puede trasmitir o revelar. Las claves estuvieron dentro de la cancha, explica la jugadora con la certeza de quien sabe que en el fútbol mandan el juego y los goles. “Las dos estábamos muy concentradas. También con mucho nerviosismo. La primera final fue muy linda porque ganamos y además fue mucha gente al estadio de San Eugenio de Artigas para alentarnos. Ser local, y que vayan a apoyar al fútbol femenino, para nosotras es muy importante. Allá en Melo fue más difícil, Arachanas tenía mucha hinchada, además de que le teníamos mucho respeto porque tiene cuatro títulos del interior”, comenta Ana Laura refiriéndose a las sensaciones como preámbulo a tocar el fútbol. “Ya nos habíamos enfrentado con ellas años atrás y conocíamos su juego. Fue importante ganar de locales, porque con el empate salíamos campeonas. No valía gol de visitante y si perdíamos se definía por penales. El partido fue difícil: empezamos ganando, lo dieron vuelta, y por suerte faltando ocho minutos o menos empatamos. Y ahí bajamos todas a defender. Todas”.
Somos lo que somos, pienso en el medio de la conversación; relato del deporte uruguayo y esa necesidad de defender con los argumentos que se tengan, en muchas ocasiones por encima de las propias posibilidades reales, para conseguir el logro de un resultado o campeonato. Y Ana Laura, que tiene 17 años y muchas cosas claras, no dudó en contestar la pregunta: ¿Tuviste miedo de perder? “La verdad que sí. Cuando tomamos el segundo gol dije “bueno, se nos va la Copa”. Aparte, la hinchada de ellas ponía mucha presión. Y ahí empezamos a poner todo lo que teníamos, más que en todo el partido, más del 100%, para poder lograr el empate. Y cuando hicimos el 2-2 bajé a defender porque no se podía escapar”. Y lo lograron. Ante Arachanas, el equipo más laureado del interior y el que mejor ha sostenido un proceso de larga duración. Y lo lograron: sus amigas, sus compañeras, sus familiares, los directivos, los pocos allegados; todos quienes recorrieron buena parte del interior del país sacrificando tiempo y bolsillo para levantar la bandera del fútbol femenino porque sí. Y ese logro es inmenso, compartido entre quienes ganaron y todas las que perdieron.
Un barrio, una pelota
Todo comenzó cuando Ana Laura Millán era una niña. El punto de partida exacto no lo recuerda. “Hace como 9 o 10 años. Empecé jugando en Misiones Fútbol Club, cuadro de mi barrio. Mamá quería que jugara, pero me costó convencerlo más a papá. Y cuando él me dijo que sí, fui. Jugaba con niños en el baby fútbol. Era la única nena que había en la categoría. Me llevé muy bien con los varones de mi cuadro. Ahora estoy, desde que empezó de nuevo el fútbol femenino hace tres años, con mis amigas, rebien, jugando en Nacional, pero a veces extraño jugar en el barrio”. Pregunto: ¿Qué extrañás? Contesta: “La camiseta. Es diferente defender la camiseta de tu barrio que otra camiseta”.
Su vida en Artigas es junto a su padre y su madre. Tiene tres hermanos pero viven en diferentes ciudades: uno estudia en Montevideo, otro está radicado en Salto y otro en Solymar. Si los juntáramos a todos más Ana Laura y más el abuelo materno armaríamos un cuadro de fútbol siete con serias intenciones. “Papá y mis hermanos pasan todo el día mirando fútbol. Mi abuelo, mi papá y mis hermanos también jugaron en su momento acá en Artigas, y mamá también jugó”, apunta la delantera tricolor.
Etapa de crecimiento
Ana Laura va a entrenar con satisfacción. Es una decisión en su vida y trata de adecuar la práctica con el estudio. “Me da bien porque voy al liceo de mañana y practicamos de noche, para que les dé el tiempo a las compañeras que estudian de tarde y también a las que trabajan. Arrancamos como a las 20.00. Lo que se me complica un poco es que a veces terminamos tarde y al otro día, al entrar 7.30 a clases, me tengo que levantar temprano y cuesta bastante. A veces terminábamos a las 22.00 y en invierno el frío… era frío. Pero como a todas nos gusta el fútbol vamos igual”, explica.
Cierto día, por sus condiciones futbolísticas más las buenas participaciones nacionales, llegó la citación que emociona: vestirse de celeste Uruguay. En 2013 integró el plantel dirigido por Jorge Burgell, que disputó el Sudamericano sub 17 en Paraguay. Ana Laura le metió dos goles a Brasil y fue la goleadora del equipo. En este 2014 su progresión siguió y formó parte de la selección que en enero jugó el Sudamericano sub 20 en nuestro país, dando mucha ventaja en edad, pero cumpliendo con la tarea encomendada: el gol.
Ahora es delantera, pero antes era mediocampista. Ése fue otro de los cambios que le aportó jugar por la selección nacional. Lo cuenta como los que saben: por números de camiseta. “Empecé jugando de 10 y luego pasé a jugar de 9. Me gustan mucho los dos puestos. De 10 me encanta jugar, pero como en la selección empecé a hacerlo de 9 me adapté más a ese puesto y le pedí al técnico de Nacional que me cambiara a delantera”, comenta sobre su nuevo rol.
“Fue algo muy importante”. Así define y resume Ana Laura su pasaje por la Selección, agregando “me costó un poco una materia en el liceo, pero el resto no mucho”.
Digresión
“No mucho”, significó que recorriera más de 600 kilómetros ida y vuelta dos veces por semana, encerrada en un ómnibus que demora 8 horas en unir Artigas con Montevideo mientras pasa por Tranqueras, Tacuarembó, Paso de los Toros y Durazno, Florida y Canelones ; todo el país de norte a sur. "No mucho” es esto: “Pasaba en Artigas 3 días [de lunes a miércoles], iba al liceo y trataba de rendir lo máximo posible. Los jueves iba a Montevideo y pasaba el fin de semana ahí, entrenando, y me quedaba en la casa de mi hermano en Solymar. El domingo me embarcaba otra vez de vuelta para Artigas y llegaba directo a clases. Todas las semanas lo mismo. Para el liceo me daban un certificado que presentaba y justificaba la falta. Me costó un poco Biología, porque tenía dos horas los jueves y nunca estaba. Entonces hasta el final tuve que estudiar, estudiar, estudiar, para salvarla. El resto bien, no me costó mucho”. ¿Y la salvaste en examen? “No, no, no. No fui a examen. No me quedé con ninguna materia”, dice mientras sonríe.
Estudio definido
Ana Laura tiene 17 años, muchas cosas claras y la certeza del camino que quiere para su vida. “Voy a seguir estudiando. Estoy en quinto de liceo, el año que viene hago sexto, y cuando termine pienso irme a Paysandú a estudiar educación física. Ya lo decidí”, manifiesta. La charla lleva a la inevitable referencia de la importancia de seguir una carrera universitaria siempre que se pueda. No es fácil para quien vive lejos de la capital o, en todo caso, debe conformarse con el espectro de carreras de tercer nivel que hay en Salto y Paysandú, bastante acotado comparado con el montevideano.
Da lugar entre sus convicciones para preguntarle cómo va a hacer -o si lo va a hacer- para compatibilizar las clases en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF) con la posibilidad de seguir practicando fútbol. Ana Laura responde con la sinceridad de las convencidas. “Y… si alguien me invita a seguir jugando, sí. Quiero seguir hasta que el fútbol me abandone (se ríe; nos reímos). En Paysandú hay equipos, conocidos tengo, y me gustaría poder seguir con las dos cosas. Así como pude hacerlo acá en Artigas con la Selección, pienso que en Paysandú puedo llevar bien la facultad con el fútbol”.