La primera observación que hay que hacer sobre el partido del sábado entre danubianos y carboneros se ajusta estrictamente al resultado. No existía, para ambos, otra cosa más importante que ganar. De ahí que lo relevante sea que el equipo de Pablo Javier Bengoechea ganó por la mínima diferencia gracias al gol de Luis Aguiar, se recompuso de su malestar semanal tras la derrota 4-0 con River Plate y se reafirmó en las primeras posiciones del Apertura. Danubio, por su parte, no parece salir del pozo, aunque lo más extraño sea que no se reconoce en su lugar, ni en su tiempo, ni en su modo y está pasando un momento por demás incómodo.
En la impecable cancha de Jardines del Hipódromo el fútbol fue discreto. Sobre todo en el primer tiempo, se notó la extraordinaria facilidad para que a ambos equipos no les saliera nada de lo que imaginaban o deseaban. Lo lógico de las causas, que pueden ser pequeñas o grandes, se apoya en los momentos en los que tanto Peñarol como Danubio llegaron al choque sabatino: el carbonero, tras la peor semana del Apertura; los locales, con un cambio de entrenador a mitad de camino, cosa que si bien cada vez que sucede da cierta esperanza al resurgimiento, no deja de ser un fierro caliente para el que llega, porque el proceso lo pensó y armó otro, precisamente el que ya no está. Todo esto, que bien podría ser sólo teoría, el sábado quedó en evidencia en los dos costados de la cancha en los primeros 45 minutos.
En la parte complementaria ambos mejoraron en funcionamiento y situaciones. Fue fundamental para eso el gol, cuando transcurrían los 55 minutos. Un centro desde la derecha del ataque de Peñarol fue bien aprovechado por Luis Aguiar, que se metió entre los defensas, sin marca en el área, y de volea puso el 1-0. Ese nuevo panorama abrió el juego. Danubio fue por el empate, adelantando sus líneas. Carlos Grossmüller fue el encargado de asistir a sus puntas, Juan Manuel Olivera y Gonzalo Barreto, quienes comenzaron a inquietar a la última línea carbonera. También fue importante para los dirigidos por Luis González el ingreso de Sebastián Fernández por Agustín Peña, porque le dio mucho más profundidad al equipo. La banda derecha del ataque danubiano, o la zurda de Diogo Silvestre, fue el sector elegido por los de González para dañar. Por ahí se gestó la internada de Barreto y desde ahí fue el centro que no pudo cabecear Olivera, que no lo pudo hacer por un manotazo en la cara de Carlos Valdez; los locales pidieron penal, pero el árbitro Esteban Ostojich no creyó que lo fuera.
Sobre el final, Peñarol podría haber ampliado la ventaja, pero Diego Forlán se demoró en el segundo intento y Cristian González le sacó la pelota en el área chica. En la última jugada del partido, Danubio se acercó al empate tras un centro que fue a buscar hasta el propio Franco Torgnascioli, pero tampoco se concretó, y los tres puntos se los llevó Peñarol.
Por los poros
Gane o pierda, juegue mejor el equipo o no le salga nada, hay un jugador que mantiene regularmente sus buenos partidos. Es Luis Aguiar, por lo que transmite en el mediocampo mirasol, por los traslados en las conexiones entre la zona defensiva y el ataque, por su buen pie en las pelotas detenidas, y porque a todo eso le suma asiduamente goles.
Tras el del sábado, el sorianense sumó tres goles en lo que va del torneo y empató como máximo anotador de su equipo a Diego Ifrán. No es poca cosa, ni mucho menos, pero tampoco es todo. Con la versatilidad que está demostrando, que le permite aportar en varios lugares de la cancha y donde el entrenador lo necesite, Aguiar intervino en las escasas jugadas colectivas de Peñarol en Jardines. Estuvo cerca de sus compañeros y aprovechó las situaciones. Una de ésas fue la clave que destrabó el partido: se internó en el área por el medio y definió, con gran gesto técnico, de volea, una pelota que ningún franjeado supo despejar. Su gol fue (y es) la calma para el presente aurinegro, ese filoso momento que la semana pasada atacaba la hora de despertar.