Las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) de agosto son, tal vez, las mejores “encuestas”. En esa votación, Daniel Scioli, candidato por el Frente para la Victoria (FpV), arañó los 40 puntos porcentuales y los diez puntos de diferencia con el segundo candidato en votos, requisitos necesarios para ser electo en primera vuelta. El oficialismo reunió en esa votación 38,57% de los votos, y Mauricio Macri, candidato por el frente Cambiemos, 28,57%.

El tercero, Sergio Massa, candidato de Unidos por una Nueva Argentina (UNA), sigue intentando disputar el segundo puesto, aunque obtuvo 20,57% en las PASO. Los otros tres frentes que lograron superar el umbral de las primarias fueron los de Margarita Stolbizer, Nicolás del Caño y Adolfo Rodríguez Saá; sacaron 3,45%, 3,25% y 2,09%, respectivamente.

Mientras que Massa es un ex funcionario del gobierno nacional que se alejó del oficialismo en las elecciones legislativas de 2013 y hoy representa a un peronismo opositor, Macri es el candidato de una fuerza de derecha nueva, que se postula por primera vez a elecciones nacionales.

Las últimas encuestas confirman las tendencias definidas ya en las PASO, sin certezas sobre la necesidad de una segunda vuelta para elegir presidente. Ante este escenario la oposición agiganta la idea de que pueden existir irregularidades en la votación. Algunos medios se hacen eco de sus declaraciones y dan un paso más. Por ejemplo, hace tres días El Tribuno de Salta tituló: “Las 12 variantes de posible fraude”. En la nota tipificaban los posibles mecanismos -desde “coacción” hasta meter la mano adentro de la urna y cambiar los votos-. Sin embargo, desde el retorno de la democracia nunca hubo en Argentina una denuncia seria de fraude. Es más: tras un escándalo en las recientes elecciones de Tucumán, el Tribunal Electoral confirmó que no se presentó ninguna denuncia dentro del plazo legal por ninguna de las fuerzas.

Grados de cambio

En lo político, la gran duda es cuánto de ruptura y cuánto de continuidad supondría un gobierno de Scioli, al que le encanta repetir la palabra “gradualismo”, y que no es un dirigente de los más alineados con la presidenta Cristina Fernández. En el último tranco de la campaña dio algunas señales de cómo estaría conformado su futuro gabinete: repartió los cargos entre la estructura del peronismo actual, ex funcionarios de la provincia de Buenos Aires y una suerte de “liga de gobernadores” del Partido Justicialista (PJ).

El mérito del kirchnerismo fue lograr contener -además de la estructura del partido- a sectores del progresismo que históricamente no se encuadraban dentro del PJ. Ese sector, en un gobierno de Scioli, parece quedarse con algo, pero poco: Daniel Filmus irá al Ministerio de Ciencia y hay un guiño de aparente continuidad en políticas sociales con la promesa de nombramiento de Diego Bossio, titular de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), como ministro de Planificación.

Otro fantasma al que la oposición le sostiene el vuelo es el del doble comando. Cuando gobernaba Néstor Kirchner decían que en realidad lo hacía Eduardo Duhalde. Cuando le tocó a Cristina Fernández decían que gobernaba su marido. Ahora preguntan: ¿Scioli tendrá la potencia suficiente para ser el que tome las decisiones? Por el momento, todo indica que la presidenta adoptará -al menos por un tiempo- un silencio patagónico. El mensaje desde el FpV es que no hay cogobierno.

División de poderes

La Casa Rosada estará en manos de Scioli, y la cuota de poder real que buscaron asegurarse los sectores más cercanos a la presidenta estará en el Congreso. En el armado de las listas, estos sectores kirchneristas pusieron a miembros históricos del gabinete y premiaron a hombres y mujeres leales: el ministro de Economía, Axel Kicillof, la ex ministra de Seguridad Nilda Garré, el hijo de la presidenta, Máximo Kirchner, el ministro de Planificación, Julio De Vido, el secretario de la Presidencia, Wado de Pedro, y el fundador de La Cámpora y diputado Andrés Larroque, entre otros. La paradoja es que si bien esos cargos electivos no dependerán de la voluntad del Ejecutivo de otorgárselos, a su vez podrían quedar distanciados de las líneas maestras y los recursos de Estado nacional.

La pregunta es qué cuotas de poder real tendrá el kirchnerismo para volverse necesario para la gobernabilidad, cómo se conformará esa minoría, el bloque duro emocionalmente ligado al kirchnerismo.

El sciolismo, que carece de ese tipo de liderazgo, lo disfruta porque fue transferido por la presidenta. Al mismo tiempo, su imprecisión le da la posibilidad de negociaciones pragmáticas, y eso, eventualmente, puede suponer una expansión más allá del kirchnerismo. El sciolismo tendrá que conseguir su propia gobernabilidad.

Cámara repartida

El domingo se eligen 130 de las 257 bancas de diputados que tiene la cámara. La bancada del FpV pone en juego casi 60% de esos escaños que se renovarán. Si repitiera el resultado de las PASO de agosto, el oficialismo quedaría con una bancada de casi 90 legisladores en total en la nueva cámara.

Como hasta último momento de 2013 el kirchnerismo evaluaba una alianza con Massa -que terminó haciendo una gran elección en la estratégica provincia de Buenos Aires-, no sería absurdo pensar que el Frente Renovador sea un factor que sume gobernabilidad en el período que viene. Sin embargo, nada indica en el horizonte cercano que un eventual gobierno de Scioli, que no está cómodo en situaciones de conflicto, vaya a resquebrajar una alianza con el kirchnerismo.

Con o sin segunda vuelta, lo que ya nadie discute es que la presidenta entregará el bastón de mando el 10 de diciembre a su sucesor. Pese a los pronósticos catastróficos, Fernández cumplió su mandato y llevó hasta el final una etapa de 12 años y medio de kirchnerismo, el período más largo de gobierno en la historia argentina. En un nuevo spot de campaña, que ella misma viralizó en las redes sociales, hizo su lectura del momento histórico: “Cuando alguien crea que es el principio del fin, millones dirán que esto es sólo el fin del principio”.