Resultados. El fútbol es resultados porque, al fin y al cabo, es lo que existe para justificar que todo lo demás exista. Ayer, tras la derrota de Nacional frente a Danubio, Peñarol tenía la posibilidad, si ganaba, de estirar a cinco puntos la diferencia en la tabla y quedar a dos empates o una victoria de consagrarse campeón del Apertura.

Pero el carbonero no lo logró, en el buen partido jugado con Wanderers, que incluso tuvo mejor al bohemio en el cierre del juego. Lo cierto es que el gol de Guillermo Rodríguez, igualdad transitoria que respondió al golazo que hizo Adrián Colombino en el inicio del segundo tiempo, le dio a Peñarol un punto más y le permitió sacar tres de ventaja sobre Nacional, a dos fechas del final.

Dejando de lado el resultado como explicación, otra discusión serían las formas, los métodos, para el fin o el camino y sus recompensas. Tanto Peñarol, quizá el equipo más regular del irregular Apertura, como Wanderers, de buena campaña hasta el momento, podrían haber ganado el partido. Con criterios propios, para cada equipo el arco rival estaba en el número uno del orden del día. En el global, la pelota fue manejada por Wanderers, con el buen pie que lo caracteriza; además, el entrenador Gastón Machado pobló la mitad de la cancha para ganar en posesión y espacio. En ese juego ideológico por incidir en el centro del campo, Peñarol apostó a la recuperación o la presión -cosas que hizo de gran manera-, y cuando tuvo la pelota trató de ser vertical en la transición de defensa a ataque, con Marcelo Zalayeta y Diego Forlán como referentes en la tarea.

El primer tiempo había dejado la sensación de un buen partido; el segundo no sólo la ratificó, sino que la intensificó. Aunque se haya pasado de lo estructurado de un tiempo a la deconstrucción táctica en el complemento, Peñarol y Wanderers se las ingeniaron para generar situaciones de gol. Y no fueron pocas, para tormento de los arqueros. A los 35 el bohemio tuvo una clara para abrir el marcador, pero la volea de Maxi Olivera se fue cruzada y afuera. Casi en el epílogo del primer tiempo, Forlán habría convertido si no hubiera sido porque Leonardo Burián le atajó un tiro libre y porque, casi en la jugada siguiente, el palo le rechazó un córner con aliento olímpico.

Lo dicho: el guion tenía más drama para el segundo tiempo. De arranque, Burián le tapó con los pies un gol cantado al ex bohemio Nicolás Albarracín, mientras que la primera de Wanderers fue palo de Diego Scotti y la segunda, el golón de Colombino: se llenó el botín de potencia y la clavó arriba, imposible para el arquero Gastón Guruceaga. Por otra parte, el golpe en el travesaño y la volada del arquero le aportaron más espectacularidad.

15 minutos más tarde, un córner le dio a Peñarol la posibilidad de empatar. Con el equipo tirado arriba, luego de los cambios que metió Pablo Bengoechea, pero sin el fútbol que el entrenador pretendía, el carbonero apuntó a la cancha de arriba. Tras un mal despeje, la pelota le quedó a Guillermo Rodríguez -de gran partido defensivo-, que la cambió de palo.

En las dos últimas jugadas del partido, el picante Kevin Ramírez casi enmudeció a los hinchas aurinegros. Si darán razón los resultados: después del empate aurinegro, la tribuna que murmuraba conspiraciones se manifestó en cánticos de felicidad. Pasional, el fútbol también es el exorcismo de la sensatez.