Con gol del argentino Matías Castro cuando faltaba poco para el final, Danubio le dio vuelta el partido a Rampla Juniors en el Olímpico y se impuso 2-1. El equipo de Leonardo Ramos cortó una racha de dos fechas sin victorias, marca que ahora castiga a los picapiedras, que siguen penúltimos en el descenso. Sobre el centro de la misma bahía que baña al estadio ramplense está el Parque Capurro: Fénix y Sud América igualaron sin goles un juego copado por la tensión propia de la pelea por la permanencia. La IASA no gana desde hace dos fechas, pero tiene un par de puntos más que los capurrenses en la tabla del descenso. Los albivioletas siguen siendo colistas del Clausura, en el que aún no obtuvieron victorias.
Más vale tarde
Durante el primer tiempo, Fénix y Sud América protagonizaron un partido arquetípico por la permanencia: alejado de los arcos, sin situaciones claras y con intensidad. Vale decir que con limpieza en la disputa de la pelota, sin los peseteos ni los excesos tantas veces vistos. Aunque el entretenimiento siguió brillando por su ausencia, lo mejor estuvo en el complemento, cuando ambos generaron alguna situación clara.
Fénix, de a ratos, honró la trayectoria y la calidad de algunos de sus jugadores de ofensiva, esos que casi no participaron durante un primer tiempo en el que la pobreza creativa locataria asustó y, a la vez, explicó por qué los albivioletas están antepenúltimos en la Tabla Anual. Los dueños de casa dejaron las búsquedas largas de un Martín Ligüera que jugó en el doble cinco, y empezaron a intentar más pases cortos. Cecilio Waterman desbordó con mayor profundidad y criterio que al comienzo, pero falló en las culminaciones hacia el área. De todos modos, Lucas Cavallini se las ingenió para rematar en las dos aproximaciones más riesgosas: un disparo apenas alto a los 58 minutos y un cabezazo que dio en el horizontal a los 64. Además, Alejandro Siles entró bien, encaró y probó desde lejos.
La IASA cedió el control de la pelota, a la que había tratado bastante mejor que su adversario durante el primer período, cuando fue más, por compacto y profundo. Ángel Luna tuvo momentos interesantes en la creación y estuvo bien acompañado por Fernando Arismendi, aprovechando que Gonzalo Papa estuvo muy solo en la contención de Fénix. Pero la elaboración prolija chocó con el flojo rendimiento del delantero Gastón Colman, sustituido por Max Rauhoffer. En menos de 15 minutos, el ingresado demostró mayor peso ofensivo. Paradójicamente, la virtud lo expuso: cuesta creer el gol que se perdió, bajo el arco, en los descuentos. Récord de manos pegadas a la cabeza en la tribuna visitante.
Yo, argentino
No es fácil jugar en el Olímpico. No sé qué tendrá esa cancha. Si asusta el mar, si el viento es tenebroso o quién sabe qué. Pero a todos los equipos les cuesta alma y vida ganar. Y así triunfó Danubio. Con un esquema que fue de menos a más, que incluyó un tironcito de oreja de Ramos en el entretiempo y encontró las oportunidades justas en el momento necesario.
La nota de la tarde, o una de ellas, la dio Richard Núñez con un mazazo. Con una pincelada, con una genialidad. Un tiro libre, de zurda, que, con comba perfecta, se metió en el ángulo de Franco Torgnascioli. Eso motivó al picapiedra, que atacó sin parar en el primer tiempo, pero encontró muy seguro al golero danubiano.
En el complemento Danubio fue otro. Fue mejor. Fue más preciso, más rápido, más profundo, más tajante. Y así consiguió rápido el empate, con una avivada de Marcelo Tabárez, que encontró un rebote -en la zona picante del área- y no dudó en pudrirla contra el palo.
Ahí el juego tuvo sus mejores prendas. Los dos quisieron, los dos se atacaron, pero Danubio aprovechó el hombre de menos de Rampla (expulsado Emanuel Cuello) y sacó lo que precisaba. Nicolás Milesi, en posición dudosa, habilitó al neuquino Matías Castro, que, de cabeza, puso el festejado 2-1.
En el final, Arman expulsó a Diego Barboza y a Marcel Román. El clima se caldeó en la Bahía de Montevideo y dejó complicado a Rampla Juniors, tanto en la fatídica como en la posibilidad de recibir sanciones. Pero el picapiedra está ahí, expectante en la tabla, a tiro; tiene con qué escaparle.