Operón Adidas condujo hábilmente su nave hasta la zona de saltos espacio-temporales, a cierta distancia del planeta que acababa de dejar. “Hábilmente” significa que, mientras la computadora de a bordo realizaba la maniobra, él recibía hidromasajes en la sala de relax de la nave. Más de una vez la inteligencia sintética que gobernaba todo lo referente a la navegación le había hecho la broma pesada de suspender la gravedad artificial mientras él se entregaba a los placeres de los chorros de agua caliente sobre su cuerpo, con lo que éste era despedido sin conmiseración hacia algún rincón de la sala. Tras escuchar pacientemente la sarta de insultos que con gran fluidez surgían de la boca del capitán, le recordaba con su mejor voz de computadora que su deber era mantenerse atento al buen desarrollo de los acontecimientos. De nada le valía a Operón argumentar que, por más hábil piloto que fuera, su capacidad de reacción ante un error era miles de veces más lenta e imprecisa que la de CS (siglas de Cerebro Sintético) y que esa cláusula del reglamento de vuelos databa de siglos atrás, cuando la humanidad aún no confiaba (“y con sobradas razones”, solía recalcar) en los cerebros electrónicos. En efecto, diversos accidentes habían sido atribuidos a la precariedad de los sistemas de inteligencia artificial de entonces; sin ir más lejos, el tatarabuelo de Operón había fallecido trágicamente, pocos segundos después de encender un habano y ordenar a su auxiliar robótico, en tono de quien se sabe dueño de una indiscutible voz de mando: “A casa”. La nave se había precipitado voluntariamente sobre un caserío vecino al espaciopuerto de Europa, una de las lunas heladas de Júpiter, sin darle tiempo siquiera a expeler el humo que acababa de aspirar.
Sin embargo, con el tiempo, CS se había aburrido de repetir la misma broma, y Operón confiaba en que esta vez lo dejaría reposar en paz. Pese a esto, por si acaso, se ató a una canilla con una colorida soga de seda natural que había adquirido, recientemente, en una feria artesanal de la zona.
De pronto, la nave empezó a dar barquinazos. ¿Otra vez?, pensó Operón, entre grito y grito de dolor a causa de los golpes que recibía al darse contra la misma canilla a la que se había atado. Intentó desatarse sin éxito; era bueno haciendo nudos, pero no deshaciéndolos. Cuando volvió la calma, logró liberarse cortando la soga con un antiguo cortaplumas que extrajo del bolsillo de su pantalón, que había terminado en el agua junto con el piloto. Sin preocuparse por su desnudez (¿por qué habría de hacerlo a millones de kilómetros de cualquier otro ser humano?), se dirigió al puente principal.
-¿Qué cuernos pasó? -dijo, intentando dar un tono inquisidor y autoritario a su voz.
-Una tempestad electromagnética -contestó CS-. No son raras, pero nunca habían sido registradas en esta región del sistema X45, tan lejana a su estrella principal.
X45 era un sistema binario ubicado a unos 30 años luz de la Tierra.
De pronto el cielo negro se iluminó. Operón se volvió hacia la gran ventana y vio una gigantesca nave, con un ventanal similar al de la suya, tras el cual un gran número de seres de aspecto ligeramente humanoide lo miraban y reían indisimuladamente. Muerto de vergüenza y de ira, sin saber qué hacer, le pidió a CS que hiciera algo. CS no lo entendió (el pudor no es uno de los sentimientos más habituales en una computadora).
-Apagá la luz. Me ven. Pero ¿de qué se ríen?
Una voz sonó a su espalda.
-Operón Adidas, eres bienvenido a nuestra nave si deseas visitarla. Podrás conocer a la tripulación, su tecnología y, especialmente, a las más altas muestras de inteligencia artificial (y de cualquier otra) de esta parte de la galaxia.
-¿Quién me habla?
-Soy CS1000, el cerebro sintético de la nave que tenemos enfrente. Es decir, soy su voz.
-No vayas, no confío en él -dijo CS.
-Veo que tu civilización se encuentra en los estadios más básicos de la inteligencia artificial.
-Bueno, eh, no, en realidad...
Tras esto, Operón fue teletransportado a la nave vecina. Los seres que reían no se veían por ninguna parte. La voz le susurró al oído.
-Te tuve que traer para no herir los sentimientos de tu calculadora. Te lo digo de hombre a hombre: no podés andar así. Tenés que actualizarte. Nosotros te ofrecemos toda una gama de máquinas pensantes de verdad, la más rudimentaria de las cuales deja a la tuya como un vulgar ábaco.
-¿Y la más avanzada? -preguntó Operón.
-La más avanzada soy yo, y no estoy a la venta.
-Bien, le agradezco su oferta, pero de momento no estoy interesado. Quisiera volver a mi nave ya mismo, por favor.
El “por favor” lo dijo, en realidad, en su propia nave, mientras veía a la otra desaparecer en la distancia a una velocidad humillante. Se ve que no les gustaba perder el tiempo.
Operón miró de reojo a CS y se fue a poner un pantalón.
-Nunca se sabe -pensó.