Un movimiento social es una formación colectiva de carácter público contencioso orientada hacia un conjunto de demandas. Tales demandas se vinculan con un conjunto de necesidades o derechos reclamados que no son satisfechos regularmente por el régimen político. Así, históricamente los derechos de las mujeres, de los trabajadores, de los jóvenes, el rechazo a las guerras o a la destrucción del ambiente y la naturaleza han constituido las bases de fuertes movimientos sociales que atravesaron el planeta desde fines del siglo XIX. Herederos de lo que Eric Hobsbawm llamó “rebeldes primitivos”, los movimientos sociales han sido activos protagonistas del siglo XX y el tiempo actual los encuentra cada vez más en el centro de la escena. Representan reclamos parciales, esto es, que no agotan el total de las cuestiones que completan la agenda de las sociedades. Cuando un movimiento social pretende asumir dicha totalidad, deviene político. Así, los movimientos ecologistas que asumieron la idea de que las demandas ambientales ordenaban el conjunto de las cuestiones sociales, por lo cual una mirada ambientalista permitía pensar de modo diverso e integrador la totalidad de esas cuestiones, se convirtieron en políticos y formaron muchas veces directamente partidos. Esos partidos verdes son más que conocidos en las democracias occidentales y disputan el poder mano a mano a los partidos tradicionales, actuando dentro del sistema político. Los movimientos sociales, por su parte, actúan por fuera de ese sistema, por más que suelan dirigirse a él logrando impactos efectivos.

Así, la relación entre movimientos sociales y política es muchas veces lábil. Es muy común que podamos asignar a tales movimientos una dimensión política, por su capacidad de influencia e impacto en el sistema político, aun cuando no pretendan (o rechacen explícitamente) integrarse a ese sistema. Jacques Rancière suele afirmar que la política aparece cuando el orden estructurado se quiebra con (o deja entrever en sus fallas por) la emergencia de sujetos que no eran visibles hasta entonces (ya sea porque no existían o porque estaban fuera de escena o “sumergidos”) y que, una vez en el espacio público, deben ser tenidos en cuenta y “en las cuentas”. Que sean tenidos en cuenta quiere decir sencillamente que sean considerados como sujetos, y “en las cuentas” que, a partir de ese momento, la política hacia ellos incluya el presupuesto, o sea el dinero. Si consideramos la tensión entre estos dos modos de entender la política, por un lado como aparición de un sujeto que rompe los casilleros establecidos y por otro como sistema orientado a la producción y reproducción del poder (muchas veces diferenciados como “lo político” y “la política”, respectivamente), no cabe duda de que los movimientos sociales son políticos en el primer sentido, pero también que suelen moverse en esa tensión entre las dos dimensiones, de modo natural muchas veces y conflictivo otras.

Es muy común que los movimientos sociales den cuenta de algún vacío político, de alguna dimensión que el sistema no expresa o incluye. También lo es que se multipliquen ante las crisis de régimen político. En América Latina ha sido bastante común la existencia de movimientos sociales con fronteras difusas con la política. Los procesos que devinieron en la constitución de los partidos populares en el subcontinente estuvieron muchas veces vinculados de algún modo con movimientos sociales, que devinieron luego políticos. Tal situación se manifestó recientemente en nuestra región, cuando la crisis de los gobiernos neoliberales abrió desde fines del siglo pasado desafíos y oportunidades para el surgimiento de voces que daban cuenta de demandas, necesidades o derechos omitidos por el sistema político. Puede notarse, así, que en aquellos países donde la crisis de régimen político fue más radical la presencia de los movimientos sociales se multiplicó, y su tensión con el sistema político se hizo más extrema, en tanto que en los que pudieron procesar la crisis institucionalmente la relación se dio de forma menos dramática, aunque de todos modos los movimientos ganaron protagonismo.

Los 25 años que van de 1990 a 2015 vieron una extendida renovación de los movimientos sociales latinoamericanos, empezando por el zapatismo (que marcó el fin de siglo) para luego expandirse en formas diversas: los movimientos andinos en torno de las identidades indígenas, los de desempleados en el Cono Sur, los de estudiantes chilenos, los ambientalistas u otros de más tradición, como el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) brasileño, entre varios más, han sido actores centrales de las últimas dos décadas. Estudiar estos movimientos resulta hoy una tarea de enorme importancia para entender las dimensiones no sistémicas de la política, que expresan muchas veces a fracciones importantes de la sociedad. Pensar la política en América Latina hoy sin tomar en cuenta a estos movimientos y a lo que ellos expresan haría imposible cualquier proyecto de democracia plena en la región. Al mismo tiempo, de ese estudio surgirán las diversas formas, estrategias y concepciones de la acción y de la vida social y política que los movimientos asumen, lo que es sumamente relevante para entender tanto la dinámica de construcción de los movimientos como las características que puede adquirir la tensión entre las dimensiones sociales y políticas, según la describimos más arriba. Así, se podrán ver desde las formas más autonomistas de la configuración movimientista, refractarias al Estado y el sistema político, hasta las que de algún modo se integran en los procesos políticos locales, nacionales o regionales; e incluso podrán encontrarse formas mixtas o intermedias diversas, con movimientos que preservan una autonomía relativa pero a la vez entablan vínculos más o menos cercanos con los partidos o los estados.

En suma, el estudio de los movimientos sociales latinoamericanos recientes nos permitirá entender muchas cuestiones relevantes, no sólo de la acción colectiva, las formas del reclamo social y las relaciones entre sociedad y política, sino también de los límites (circunstanciales o estructurales) de los sistemas de partidos y, en definitiva, de las perspectivas de nuestras democracias.

En contexto

Esta columna se publica en el marco del seminario “Movimientos sociales en movimiento: conceptos y métodos para el estudio de los movimientos sociales en América Latina”, que se realizará el 11 y 12 de junio en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.