Algunos de los momentos más disfrutables y, por qué no, emotivos de estos Juegos Panamericanos se vivieron en las tribunas. Uruguay tuvo un público fiel que apoyó siempre, tal vez como pocas otras delegaciones tuvieron: sus propios deportistas.

Competidores de todas las disciplinas se acercaron a las distintas sedes a ver a nuestros compatriotas, a gritar mensajes de apoyo desde las tribunas y a colgar la bandera de Uruguay en donde hubiera espacio. Cada estadio tenía asientos para lo que se llamó “la familia de los Juegos”. Cada vez que la celeste salía a alguna cancha a representar al país, en esos asientos no sólo había dirigentes, sino también deportistas uruguayos acompañando a sus colegas. Como una familia.

Es claro que no siempre podían estar. Su tarea era la de entrenar y descansar, y a veces las competencias coincidían, o quedaban muy lejos de la Villa Panamericana. Lo cierto es que en muchos eventos, los equipos uruguayos estuvieron bien respaldados desde la tribuna.

Posiblemente, el primer premio en cuanto a presencia y bullicio se lo lleven las Cimarronas, selección de hockey femenino de Uruguay. Con algunos cantos que se volvieron típicos luego de varios días y siempre con gran alegría, el equipo se movió de forma unida: donde estaba una, estaban todas. Esas instancias fortalecieron al grupo y les permitieron, a todas ellas, compartir momentos con sus compañeras fuera de la cancha. De igual manera, los equipos de handball estuvieron desde que llegaron a las distintas sedes. Se vio a ambos planteles en el beach volley, algunas horas después de que llegaran a Toronto y realizaran sus primeros entrenamientos. Cada uruguayo se hizo un rato para apoyar a otro uruguayo. En atletismo, los competidores se respaldaron mutuamente, y los que no estaban en la pista estaban en la tribuna. Lo mismo sucedió en remo, cuya sede estaba un poco alejada y con residencia fuera de la Villa Panamericana. Todos los remeros uruguayos, los cinco presentes, se trasladaban junto a dirigentes y entrenadores hasta las gradas de la línea de llegada para apoyar a sus compañeros en las regatas. Y se hacían notar.

Lo más lindo de esto fue ver cómo 131 deportistas tuvieron la chance de compartir esta experiencia y encontrarse unos con otros. Competidores de distintas disciplinas aprovecharon el espectacular comedor de la Villa para compartir almuerzos juntos, conocerse y reencontrarse, en algunos casos. Los más jóvenes, como los hermanos Lorenzotti y Dolores Moreira, volvieron a compartir una villa, luego de haber estado juntos en Nanjing el año pasado. Y como estos ejemplos hay otros tantos. Testimonios de ello son las redes sociales de estos jóvenes, que durante los Juegos Panamericanos estuvieron llenas de comentarios, saludos y deseos de éxito de sus compañeros de delegación.

Con apoyo económico o sin él, desde el amateurismo o el profesionalismo, a la larga las carreras deportivas se acaban. Las memorias de los jóvenes y no tan jóvenes estarán pobladas de recuerdos. En el camino, habrán pasado muchos momentos de frustración, de sacrificio, de soledad y de angustia. También algunos menos de gloria y satisfacción. Lo que ninguno podrá olvidar es que, durante ciertos eventos, durante unos pocos días, disfrutaron de la compañía y la posibilidad de compartir experiencias inolvidables con colegas, deportistas de disciplinas muy diversas, personas con las que, a lo largo del tiempo, podrán forjar una amistad. Incluso aunque más tarde no sean amigos, recordarán con cariño sus días de confraternidad en Toronto 2015.