Ha llegado el momento de los cambios tan esperados. Las fuerzas vivas de la sociedad deben tomar el toro por las guampas, el bovino por la cornadura, la lata por el corned-beef. Una nueva era, un nuevo estado del alma nos espera. ¡Basta de desconfianza! No debemos resignarnos a que cada noticia sea interpretable únicamente como una muestra más de la corrupción reinante. Que si un juez envía a algún director de empresa pública a la cárcel seguramente sea porque las normas redactadas por parlamentarios legítimamente electos, junto a las mejores tradiciones del derecho penal, así lo disponen, no porque el tipo sea del partido político opuesto al del juez; y si lo declara inocente, que no se deba a que pertenezca a una mafia poseedora de argumentos metajurídicos irrebatibles, capaces de convencer al más pintado. Debemos poder creer, sin riesgo a dislocarnos el cerebro en contorsiones mentales poco naturales, que si un ministro nombra a un pariente como su asesor de confianza, se debe simplemente a que dicho pariente era, sobradamente, la persona más idónea para el cargo. Que si los anestesistas o cirujanos reclaman más presupuesto, lo hacen por la salud de la población, especialmente la más carenciada, sin haber pensado en ningún momento en algo tan terrenal como incrementar sus ingresos. O que si la empresa beneficiada para vender sus servicios al Estado pertenece al hijo o a la esposa de esta o aquella autoridad nacional, eso no nos incite a creer que hubo alguna mácula en el proceso licitatorio.

Propongo, en primer lugar, dieta vegetariana compulsiva para todos los empleados públicos. Eso terminará, en gran medida, con el problema de que, en determinadas épocas de alta demanda internacional, los mejores cortes de carne se vayan al extranjero. Tal desigualdad desaparecerá si TODOS los cortes lo hacen (y en cualquier época), generando además un mercado para colocar el clavo de soja que puede quedar si las veleidades de los mercados así lo disponen. Además, eliminará paulatinamente la agresividad (de uno y otro lado del mostrador) en sitios de atención al público, ya que -como es sabido-, es la dieta carnívora la causante de esa agresividad (¿o acaso no es más violento un tigre que una oveja?); y por otra parte, ¿quién podría ser tan desalmado como para tener ganas de enojarse con un pobre infeliz al que se obliga a sobrevivir a base de masticar gramíneas y leguminosas a diario?

En cuanto al tema de la seguridad, que tanto preocupa a los uruguayos y uruguayas bien nacidos/as, tenemos la solución: enviar a cada menor del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (ya sea que esté allí por abandono o por haber cometido alguna picardía) a vivir a un hogar bien constituido, con padre y madre en buena posición, y, si es posible, regido por normas de inspiración cristiana o similar. Siendo la vida familiar una condición indispensable para un normal desarrollo de la personalidad, lograremos así convertir, en la medida de lo posible, a esos futuros o actuales delincuentes en personas, no digo de bien, pero al menos de menos mal. Y haremos feliz a una pareja que tal vez no haya conseguido tener todos los hijos que deseaba, alejándola de la tentación de las técnicas reproductivas asistidas, ese flagelo.

Por último, hoy, que hasta algunos pensadores progresistas han llegado a cuestionar determinadas actitudes de las organizaciones obreras -algo impensable pocos años atrás-, es momento de volver a las raíces. Propongo a los compañeros trabajadores descendientes de charrúas la tarea de dar los primeros pasos hacia la creación de una nueva central sindical más espiritual, natural e impoluta: el PIT-Senaqué. Dicha entidad propugnará por la autosección de una falange cada vez que uno de sus miembros piense en proponer un paro sin haber considerado medidas alternativas. A falta de otras tradiciones conocidas dignas de mención, podrá enseñarse a los militantes a tocar el “arco charrúa” para acompañar las marchas sindicales, a modo de bombo peronista, pero seguramente más sutil, menos estrepitoso, más taciturno. En otras palabras: más nuestro.