Son esas tardes en las que te sale todo, o nada. En las que aparecen las jugadas que se practicaron durante la semana, o se vuelve a repetir lo que se dijo que no se hacía. Así ganó Wanderers el duelo del barrio: con virtudes, es cierto, aunque con errores del rival, que aprovechó. Parece que el director técnico bohemio, Gastón Machado, se encontró con un equipo que ni se inmutó por la ida del entrenador que lo hizo salir campeón y lo llevó a la Libertadores, Alfredo Arias. La base del bohemio es la misma: la estructura no varía, y el sistema de juego, menos.
El partido sabatino jugado en el Parque Viera implicaba un nuevo capítulo dentro de la rivalidad muy particular que existe entre bohemios y darseneros. La cercanía de sus canchas y los procesos similares de desarrollo -ambos han peleado torneos o clasificado a copas internacionales- los encontraba en un escalón similar. Los dos son de paladar fino, tienen buenos procesos en divisiones formativas y últimamente han sacado muy buenos jugadores.
El sábado, dentro del marco de paridad que había en lo previo al partido, el local aprovechó un error rival: la tonta expulsión de Cristian González (algo que sorprendió dada la calidad y experiencia del ex zaguero de la selección). Con ese argumento, Wanderers puso la pata en el acelerador y no paró. Su tarde, encantadora en el coqueto Prado, fue perfecta.
De arranque, pegó duro. La figura, apenas opacada por los cinco goles o por los dos de Danilo Peinado, fue Gastón Rodríguez, que corrió y corrió. En el inicio se mandó por la derecha y no paró. Kevin Ramírez, a punto del colapso, le reclamó el pase al medio, que nunca llegó. “Dejala ahí, Kevin, que ahí está bien”, le aclaró Rodríguez a su compañero, después del golazo, en el que la puso suave, al primer palo.
Con ese tanto River sacó a relucir sus ropas. Los pases cortos, la coordinación y el juego por las bandas fueron sus armas. Los de Juan Ramón Carrasco mostraron cosas lindas. Llegaron una y otra vez, y su rival los esperó. Leonardo Burián fue figura, aunque en la más complicada no pudo. Luis Torrecilla puso el 1-1 con un precioso tiro libre, al palo del arquero. Pero no todo quedó ahí. Gastón Rodríguez otra vez se mandó y Kily Cristian González lo bajó. Entre los dos se dijeron de todo, y el árbitro repartió amarillas; el darsenero, que ya tenía una, se fue expulsado.
El complemento fue el monólogo perfecto. Wanderers se deses- peró y puso, uno tras otro, los goles. Matías Santos aprovechó un rebote del arquero riverplatense Nicola Pérez y marcó el segundo, River dejó espacios y cayó la hecatombe. Apenas seis minutos le bastaron a Danilo Peinado para hacer el tercero, con un cabezazo letal. Enseguida, él convirtió el cuarto gol con una definición exquisita de tres dedos. Por si fuera poco, el que se desesperó en el primero tuvo su premio, y llegó el quinto con un cabezazo de espaldas al arco de Kevin Ramírez.
Wanderers gana, gusta y golea, lidera el Apertura y le escapa al descenso, que ni le importa. El guion es el mismo, aunque esta vez el director de la película es otro. La base está.