Parece un verso de Juan Parra del Riego, el poeta peruano afincado en la pequeña vanguardia montevideana de los años 20, cantándole a uno de nuestros primeros cracks en su “Polirrítmico dinámico a Gradín, jugador de football”. Pero Fútbol, dinámica de lo impensado es el título de un libro de 1967 de Dante Panzeri, señero periodista deportivo argentino. La frase se hizo muletilla culta de relatores y comentaristas cuando los partidos ofrecen rumbos inesperados.

Reconocido como maestro, no todos sus colegas tienen, sin embargo, el espíritu crítico de Panzeri. En épocas todavía pregrondonistas decía: “Al fútbol de hoy le faltan tres cosas: dirigentes, decencia y wines”.

Pierre Bourdieu escribió sobre Karl Kraus: “Hizo algo bastante heroico: poner en tela de juicio el mundo intelectual. Hay intelectuales que ponen en tela de juicio el mundo, pero hay muy pocos que ponen en tela de juicio el mundo intelectual”. Kraus metió el dedo en la llaga de su tiempo desde las páginas serias y satíricas de su revista Die Fackel (La Antorcha), entre el fin del Imperio austrohúngaro y el auge del poder nazi.

No voy a hacer de Panzeri un Kraus de tablón, pero a su escala también incluyó en su crítica del mundo del fútbol la parte que le tocaba a su profesión. Es difícil, en cambio, decir exactamente lo mismo del conocido comentarista Fernando Niembro, que desde hace años es una de las caras más visibles de los sectores hegemónicos del periodismo deportivo argentino, chacra pródiga en autocomplacencia y en el uso propio del “casete” del que suele acusar a los futbolistas.

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Estos días, Niembro viene siendo comidilla mediática de la campaña electoral. Candidato a diputado por el espacio de Mauricio Macri, fue acusado de cobrar millones por medio de contratos publicitarios irregulares con el gobierno de la Ciudad.

Bourdieu definía la actitud de Kraus en términos de “exposición”, versión del archimentado compromiso político pero poniendo el cuerpo: “Uno se compromete a sí mismo, uno se da a sí mismo como prueba […] y uno debe esperar ataques personales”. Niembro parece la parodia involuntaria del ejercicio del periodismo a la manera de Kraus, y le tocó ensayar ante las cámaras una defensa en la que puso a su tono de voz la fuerza que no mostraban sus argumentos. “Ágil, fino, alado, eléctrico, repentino, delicado, fulminante”: así definió Parra del Riego en su poema a Isabelino Gradín; todos atributos que le faltaron a Niembro.

Más que exponerse como Kraus, Niembro quedó expuesto al orsai como un ariete demasiado confiado ante el achique de los rivales. En este caso, ante el agrande de los rivales que hicieron fila para pegarle a él y a Macri. “El choripán más caro de la historia”, lo bautizó Cristina, retrucándole al Pro (Propuesta Republicana) el clientelismo del que acusa al Frente para la Victoria. Aunque más dolorosos para el comentarista seguramente fueron los cuestionamientos de los más enconados editorialistas de los medios enfrentados al gobierno nacional.

Para Macri, la “dinámica de lo impensado” en la carrera presidencial es este sorpresivo ventilador que hizo volar los contratos con Niembro y que le enchastra la campaña con sospechas de corrupción: dijeron que todo es una operación y en seguida mentaron al vicepresidente Amado Boudou como un vade retro Satana para exorcizar al comentarista. Del otro lado recordaron que también Macri fue procesado por la Justicia; y en ese intercambio de figuritas está la cosa.

A menos que en el promocionado debate del 4 de octubre (“el primero de la historia”) los candidatos sorprendan a todos saliéndose del “casete”, la campaña electoral seguirá siendo tan berreta como hasta ahora. En su pirotecnia valen lo mismo un chasquibum que un rompeportones, y son moneda de cambio el balbuceo defensivo de Niembro, la acusación de fraude en Tucumán o la muerte por desnutrición de un niño en la provincia de Chaco.

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Pero no escupamos para arriba: nuestra última campaña, con el estilo menos estridente del paisito, no ofreció ejemplos mucho más elevados de fineza espiritual o discusión política.

La “dinámica de lo impensado”, si me conceden una coda abrupta y al voleo (que para eso estamos), puede ser también una buena definición de cómo se percibe en general la política argentina desde Uruguay. “Impensado” no en el sentido de lo imprevisto o sorpresivo, sino en el sentido de lo que no se pudo o no se ha querido pensar mejor. No hablo, por supuesto, de estas corruptelas del día que atraviesan lamentablemente a amplios sectores dirigenciales del país, sino del hilo histórico de la política argentina, difícil de seguir para los Teseos uruguayos.

Uruguay irradia para los argentinos una imagen de sensatez en miniatura, la tentación de la manzana del alumno aplicado. De este lado se corresponde el piropo con la imagen de Argentina como un nudo de quilombos ilegibles. Para cierto orgullo uruguayo y cierta jactancia argentina ése es el encuentro posible: Batlle diciendo que son todos chorros y los argentinos de a pie confirmándoles a los noteros de televisión que tiene razón.

Pero ¿cuándo la política argentina se nos hizo un nudo inextricable? Redoblo la apuesta al bolazo y pongo fecha: 8 de octubre de 1851. Cuando todavía éramos más orientales que uruguayos, los bandos enfrentados en la Guerra Grande participaban en una disputa política conjunta con federales y unitarios argentinos. No sólo bajo la forma de alianzas nominales, sino “exponiéndose” hombres de uno y otro lado del charco en filas compartidas.

Lo que vino después de la paz del 8 de octubre nos fue haciendo programáticamente más uruguayos que orientales, y en el tránsito de las divisas a los partidos fuimos perdiendo de a poco sintonía fina a la hora de entender lo que pasaba del otro lado del río. A esto contribuyó que “unitarios” y “federales” se hayan vuelto expresiones históricas de un pasado pretendidamente superado, a diferencia de “blancos” y “colorados”, que siguieron siendo nombres de la política contemporánea.

Es un fenómeno curioso para un país que se cree más educado que sus vecinos: como dóciles lectores literales incapaces de leer entrelíneas, perdidos los nombres que eran como apodos de nuestras divisas, perdimos también el hilo de la lectura. Y vimos esas herencias políticas argentinas como mercaderías discontinuadas que se olvidaban para siempre en una mesa de saldos.

“Estás desorientado y no sabés / qué trole hay que tomar para seguir”, dijo Discépolo en “Desencuentro”. Así nos pasa con la política argentina, y todavía estamos tratando de entender el primer peronismo, epítome de lo impensado.