Hubo dos entierros en el Prado: el del invicto bohemio, que duró cinco partidos y fue el más extenso de un Apertura en el que todos ya perdieron al menos una vez, y el del ingrato recuerdo de la reciente eliminación de Juventud de la Sudamericana. El equipo de Jorge Giordano superó la amargura sin ser más que un Wanderers al que un tempranero y breve pasaje de inspiración pedrense le amputó la posibilidad de pelear por la punta. La visita fue oportuna y utilitaria. Convirtió rápido, vivió de la velocidad del anotador Juan Boselli y no escatimó retrocesos ni cesión del balón con tal de cuidar un 1-0 imprescindible para evitar el bajón pos eliminación copera.
Boselli tiene cosas de galgo. Giordano lo colocó como volante por la izquierda y, desde ese rincón, buscó la banda para desbordar y metió diagonales. Recibió, la tiró para adelante y corrió. Una receta que complicó a la defensa de Wanderers. Pareció dormida cuando el partido recién comenzaba y el tipo ya ponía el despertador: a los 4 minutos enganchó a lo Luis Suárez contra Corea del Sur en Sudáfrica y sacó un tiro parecido que dio en el palo. Su zancada fue más rápida que los lamentos y, al minuto, entró al área y definió contra el palo. Sería la diferencia definitiva.
El mejor Wanderers también se mostró de arranque. Pegadito al gol pedrense, las buenas incursiones de Gastón Rodríguez y el fútbol centralizado de Pablo Cepellini arrimaron brasa. Fabián Carini se mandó su primera gran contención ante un remate bajo sucedido por un cabezazo defendido en la línea. Al rato, cuando ya no era tan fácil mantener tal intensidad, una de las olas bohemias trajo a Diego Scotti y un disparo rastrero. Carini se ganó los aplausos con la mejor atajada.
A Juventud le vino bien una interrupción relativamente prolongada. Si bien fue la consecuencia de la lesión menor que sacó de la cancha a Gastón Puerari, la vuelta del fútbol lo mostró más seguro, como adelantando la disciplina táctica a la que se aferraría para bancar el segundo tiempo. Giordano aprovechó y mandó dos cambios cuando sólo iban 38 minutos. Matías Mirabaje fue el elegido para sustituir a Puerari. De paso, Renzo Pozzi entró por un Matías Duffard que no estaba al 100%. Las dos líneas de cuatro ganaron en solidez. Mirabaje, que ingresó como delantero, con los minutos sería el quinto volante. Hubo una renuncia voluntaria al ataque. Wanderers tuvo pelota corrida, pero su drama fue la impotencia. Se volvió demasiado notorio. Javier Cabrera se cansó de desbordar pero no encontró el eco de Ramírez ni el del ingresado Danilo Peinado. Abundaron las triangulaciones, el bohemio honró ese estilo de juego prolijo y vistoso que es política institucional. Pero careció de plan B y de carácter ante un equipo programado para resistir de cualquier modo. El horno pedrense no estaba para bollos. Se trataba de vencer al peligroso desánimo que a menudo complica a los que se bajan de la nube internacional y vuelven a las tareas domésticas. Misión cumplida.