En La Curva de Maroñas hay que jugar con determinado estilo. El buen juego y la competencia contagian a Carlitos, que, de a poco, se sube al ritmo y enfila a la Primera División del club del que es hincha. Con el visto bueno de Jorge Fossati aparece con los más grandes y se codea con sus ídolos. “Me subió con 17 años, nos metía en el banco y concentrábamos, para irnos fogueando. Cuando él vuelve a Danubio, en 2002, nos hace debutar. Estaban [Eber] Moas, el Polillita [Ruben] Da Silva, que eran mis ídolos; fue chocante estar ahí. Tenía mucho respeto a los más grandes. Fue difícil ganarme un lugar porque había jugadores muy buenos”.
A pesar de llamar la atención de todos los franjeados, Grosmüller fue cedido a préstamo en la etapa en la que Danubio fue dirigido por Gerardo Pelusso. Al floridense no le convencía el juego del volante, y por eso la opción del préstamo fue al Centro Atlético Fénix. “Me llamó mi representante para decirme que quizá iba a ir a otro equipo. Estaba Nacho González, que la estaba rompiendo. Irme fue un error, porque no me fue bien en Fénix. Debí quedarme a pelear un lugar. A los seis meses volví y me tomé revancha”.
Esa revancha de la que Carlitos habla es la vida. Volvió a Danubio, esta vez dirigido por Gustavo Matosas, y fue campeón absoluto del Torneo Uruguayo 2006-2007. Por su juego, su distinción y su exquisitez, un periodista lo apodó Maravilla. “Nadie me llama así, los compañeros de Danubio lo hacen pero en broma. Después los hinchas y los periodistas usan el apodo”.
Por ese entonces, parte de un pasado reciente abrió la puerta para que Carlitos pudiese ir a jugar a Europa. En 1939 el buque nazi Admiral Graf Spee -previo al inicio de la Segunda Guerra Mundial- arribó a las aguas del Río del Plata con el objetivo de interceptar a los buques mercantes que ayudarían a los enemigos. En ese barco viajaba el cocinero Grosmüller, abuelo materno de Carlitos, que, en su afán de escapar del régimen nazi, se quedó en Punta del Este. Maravilla no conoció a su abuelo, aunque su nacionalidad fue la que le permitió hacerse con el pasaporte europeo y arribar en 2007 a Schalke 04 de la Bundesliga. Grosnile, el apellido que tuvo hasta 2005 por un error administrativo, fue corregido por el original y desde entonces el volante contó con la doble nacionalidad. “Mirá que tener el apellido alemán me jugó en contra allá, porque veían mi apellido en mi pasaporte y no entendían cómo no hablaba su idioma. Se enojaban, y feo. La experiencia fue muy buena, no era tan joven, tenía 24 años, aunque creo que si hubiese ido en otro momento de mi vida seguiría jugando allí. Alemania es un país de primer mundo y se vive espectacular, me ayudó estar acompañado por Darío Rodríguez y Gustavo Varela, aunque a veces me descansaba por contar con ellos”.
Todo fue muy rápido: llegó a Gelsenkirchen y el fin de semana jugó el “derby del Ruhr” con Borussia Dortmund. Su adaptación fue muy buena. “Me pasó al revés que al resto, llegué y tuve mucho rodaje. Jugué el campeonato local y la Champions League. Después vino otro técnico y no le gustaba tanto mi forma de juego y ponía a un holandés”. En un fútbol muy dinámico, físico y con errores que se pagan caro, Grosmüller probó jugar de volante, de doble cinco y de enganche. Pero, al ver que la chance de jugar mermaba, decidió volver a Danubio a préstamo. Jugó unos meses y se incorporó a Lecce, del sur italiano.
En el Calcio sí le fue muy bien, porque jugó varios partidos y el equipo se salvó del descenso. Estuvo con su amigo Rubén Pollo Olivera, con Guillermo Giacomazzi y Javier Ernesto Chevantón. “El fútbol italiano es muy bueno. Me adapté muy bien, estaba mi amigo el Pollo y nos juntamos con los uruguayos, y el argentino [Ignacio] Piatti. Se hizo un grupo muy bueno, nos salvamos del descenso jugando muy bien al fútbol”.
La vuelta al fútbol uruguayo fue al Peñarol de Jorge da Silva, campeón uruguayo 2012-2013. “Fue una etapa espectacular. Se lograron los objetivos y fue llevadero. Estar en un cuadro grande implica la presión constante. Te conocen todos, entonces tenés que tener cierta cintura y los pies sobre la tierra, porque te podés marear. Si te mandás una macana te lo hacen notar bastante. A veces no salía a la calle, me costaba un poco por la familia, no quería tener mucho contacto”. Pero una hernia de disco opacó todo lo bueno que Grosmüller tenía hasta ese momento. Se perdió todo el Clausura y, cuando terminó el campeonato, Peñarol rescindió su contrato.
-¿Cuán dura fue esa etapa?
-Muy dura. Estuve siete meses sin entrenar. Tenía 30 años y pensé que mi carrera se terminaba. Fueron momentos de mucha angustia. La familia me apoyó en todo momento. Mi señora fue una crack, siempre estuvo a mi lado y me dio para adelante. En esos meses no podía hacer nada, estaba encerrado en mi casa. Me había entrado pánico, no quería salir a la calle. Psicológicamente no estaba bien, estaba angustiado, no podía trabajar.
-¿Cómo te vinculás con Cerro?
-Siempre les voy a estar agradecido, me abrieron las puertas. Yo no sabía si iba a jugar y me ayudaron. Les dije que iba a probar entrenar y si no me sentía bien dejaba el fútbol, e igual me hicieron contrato: se la jugaron. La primera semana de práctica la llevé bien, agarré ritmo y empecé a jugar de nuevo. Fue otra etapa. Disfrutaba todo el doble. Por más que había carencias en Cerro, se disfrutaba. Después, cuando agarré ritmo, peleaba por el objetivo del grupo, que era salvarse del descenso. Al segundo año surgió lo de ir a Universitario de Perú, un grande del continente; me sedujo y me fui.
-Pero no te fue bien.
-No fue lo que esperaba, no le fue bien al equipo, fue una etapa dura. La prensa era un poco invasiva, inventaba. Universitario es muy grande y vende. Hay muchos medios deportivos y pocos equipos en la ciudad. No estoy acostumbrado a eso, en Uruguay es todo más tranquilo. Si al equipo no le va bien, se la agarran con el técnico, lo cambian y luego culpan a los extranjeros. Cuando vi que no había vuelta atrás, decidí rescindir y Danubio me contactó enseguida.
-¿Qué es Danubio para vos?
-Fue volver a casa. Volver a la calma y disfrutar de un vestuario, de los compañeros, de los amigos. Eso es importante. Si uno en su trabajo está bien se hace todo más llevadero. Creo que por eso me fue bien. No me puedo quejar de nada, porque estoy a gusto. Estoy loco de la vida. Fue y es la etapa que más disfruto. Cuando en un grupo se logran los objetivos, se lo valoriza más. Cuando ganás se viven otras cosas. Acá pasó lo contrario: estuvimos siete partidos sin ganar y no hubo inconvenientes. Mantuvimos la actitud, todos tiramos para el mismo lado y está todo bien entre todos, entre los chicos y los grandes. Danubio es mi casa, me crié acá en juveniles; me tocó vivir de todo. Desde debutar en Primera, ser campeón, ir a préstamo, ser campeón, volver del préstamo, que te vendan y dejarle plata al club, volver a préstamo, que te quieran, que no te quieran. Por eso ahora se disfruta el triple.
-¿Ésta es tu mejor etapa?
-Ahora estoy tranquilo, porque me siento a gusto. Estoy esperando que este semestre nos vaya bien con Danubio, para poder encuadrar todo lo que se hizo. El fútbol tiene etapas. Ahora la directiva me propuso hacer un contrato de tres años, eso fue un gran mimo. Además, lo hicieron en el momento más complicado. Me lo propusieron en un momento jodido, así que lo valoro el triple. El mayor anhelo que tengo es ser campeón con mis compañeros, sería un sueño.
-¿Qué ves cuando mirás para atrás?
-Veo que no me arrepiento de nada de lo que hice. Las cosas pasan por algo. Estoy donde merezco estar. Estoy agradecido con mucha gente. Hoy estoy tranquilo con todo lo que hice hasta el momento, y ojalá pueda hacer más cosas.
-¿Sabés qué vas a hacer después?
-No sé. Me gustaría ser técnico, porque me gusta analizar el fútbol. Me junto con amigos a analizar, creo que ellos ven muy bien el fútbol, salen cosas interesantes. Entonces me gustaría dirigir, pero aún no tengo hecho el curso. Soy de la idea de jugar y preocuparme por hacerlo bien, y que siga todo así. Quizá este año empiece, de a poco; primero debo terminar el ciclo básico.