A los 36 minutos el partido ya estaba 2-0 y predominaba la sensación de que Nacional ganaría por goleada. Más de una hora después, cuando el pitazo final del árbitro se perdió en la noche sabatina de La Blanqueada, quedaba la impresión de que sobró todo lo que vino después del segundo gol. El equipo de Martín Lasarte llegó a su cuarta victoria al hilo con una facilidad que no tuvo en ninguno de los tres partidos anteriores. A unos números que empiezan a ser buenos les agregó la precisión y la profundidad que le faltaron en al menos dos de los tres triunfos previos. Pero el flojo nivel de Rampla Juniors sirve de invitación a la cautela y también de recordatorio: todavía faltan ocho fechas, más de medio torneo.

Los picapiedras ya exhibían problemas de contención cuando, desde la izquierda del ataque de Nacional, se abrió la primera grieta hacia el gol. Un saque de costado dio con un Kevin Ramírez dispuesto a irse en diagonal hasta las entrañas del área. Lo dejaron hacer y definió en las narices del arco. Iban 14 minutos. Se acumularían varias situaciones de riesgo sobre la valla rojiverde. El golero Rodrigo Odriozola sacaría al córner un cabezazo de Mauricio Victorino. Sebastián Fernández y Tabaré Viudez estrellarían remates en el mismo caño pero encontrarían el gol tan buscado en el minuto 36, cuando un saque de costado desde la derecha dio con Viudez. De arranque encendido, el media punta apiló para conectar con Papelito. Más mirado que marcado, Fernández colocó con maestría un remate que superó a Odriozola. Las diferencias futbolísticas se reforzaron con las físicas. Rampla fue incapaz de llegar a tiempo cuando los albos pisaron el acelerador y no tuvo aproximaciones de relevancia sino hasta el segundo tiempo. El delantero Kevin Gissi lució aislado y perdido entre Victorino y Rafael García, la dupla de zagueros centrales de Nacional. Cuando entró en juego demostró fortaleza física, buen cabezazo y técnica, pero jugó de espaldas al arco y sin compañía, tratando infructuosamente de reciclar pases destinados al fracaso. No fue una cuestión de actitud: el segundo punta Marcelo Bustos y los volantes Santiago González y Emanuel Cuello jugaron con intensidad. Pero una cosa es la actitud como plus de un colectivo aceitado. Otra bien distinta, como solitaria virtud. El drama de Rampla no fue perder ante Nacional. Por daños que se autoinflijan nuestros grandes cada vez que renuncien a un torneo más parejo y compren más privilegios que los que naturalmente tienen, lo normal debería ser que siempre resolvieran partidos como el del sábado. Lo peor de Rampla fue no resultar competitivo ni siquiera durante un ratito; profundizó un problema preexistente: sólo ganó tres de los últimos 15 puntos que disputó. Sus primeras cosquillas llegaron entradísimo el complemento, tras el ingreso de Cristian Olivera. Claro que del otro lado los tricolores, cada tanto, repetían una presión de suma utilidad en el primer tiempo. Atada a la intensidad de Ramírez y del eternamente joven Seba Fernández, resultó ser de lo más interesante que hicieron. Nos quedamos con ganas de ver a Martín Ligüera, que miró el partido desde el banco. ¿Cómo no pensar que su talento podría haber vuelto más atractivo un chato segundo tiempo? También nos quedamos con ganas de saber si la victoria de Nacional le generaría a Danubio el daño colateral de perder el liderazgo. Nada que no pueda responderse en otra página de esta misma edición de la diaria.