El PSOE se suicida porque no lo matan. La comisión gestora del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), presidida por Javier Fernández, decidió ayer abstenerse sin contrapartidas en la próxima sesión de investidura para dejar gobernar a Mariano Rajoy y su Partido Popular (PP). Esta decisión lleva consigo cuatro imágenes relevantes.

La primera, que el PSOE permite gobernar al partido de la corrupción en medio del juicio y de los testimonios sobre la red Gürtel, un caso de supuesta financiación ilegal y mordidas del PP en el que el propio presidente y el ex presidente José María Aznar se han visto envueltos. Para hacernos una idea, Francisco Correa, cabecilla de la trama, el primer día de declaración dijo que el problema no era la corrupción como tal -que admitía que era delito-, sino que había una persecución ideológica contra ellos. “Se han magnificado cosas que no son tan importantes. Había cosas personales y, si no hubieran tenido connotaciones políticas, el juez [Baltasar] Garzón me tenía que haber llamado, dado un tirón de orejas importante y las empresas debían seguir funcionando”, dijo, según informó el diario español El País. Así se gobierna España. Por eso mismo el PSOE, aun habiendo quitado a su ex líder Pedro Sánchez del medio, se encuentra dividido entre aquellos que ven como mal menor la abstención y aquellos que ven el mal menor en las terceras elecciones, para, por lo menos, mantener cierta pureza espiritual, a sabiendas de que perderían estrepitosamente sin tener siquiera un líder.

La segunda imagen es la de un PSOE que pierde su capacidad hegemónica y su lugar como partido interlocutor preferido entre las elites y las clases populares, tanto las organizadas como las silenciosas. El PP pasa a ocupar ahora ese espacio correspondiente al partido hegemónico de cada momento histórico. Aunque es un partido únicamente favorito entre las elites. ¿Tendrá la habilidad de ser también un interlocutor válido para la gran mayoría? Es cuestionable, porque el PP no tiene la capacidad de absorber ciertas demandas populares que recompongan el régimen y desarticulen la oposición a su gobierno.

Por el momento, el PP ya ha dado síntomas de un giro en su actitud. Durante unos días, cuando se veía venir la abstención del PSOE, varios dirigentes del PP dieron a entender que podrían exigirles a los socialistas no sólo una abstención, sino también un gobierno de coalición para mantener una legislatura estable. Poco después, el propio Rajoy rechazaría esa posibilidad. La lógica que guiaba la primera posición intransigente del PP era la de aplastar al partido opositor tradicional, un pensamiento netamente ventajista en términos de partido, pero poco práctico en términos de régimen, ya que consistiría en borrar del mapa la otra pata del sistema de partidos. Como vemos, el PP, por primera vez en su historia (y con uno de sus peores resultados), comienza a comportarse con una flexibilidad inusitada. Precisamente la flexibilidad que debe mostrar cualquier partido para llegar a ser hegemónico. Sin embargo, la propia personalidad del PP, construida en oposición a esa flexibilidad típica del socialismo español, es la que lo limita.

La tercera gran imagen es la de la alternativa a este gobierno en ciernes. El presidente del gobierno español tiene la capacidad de disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones. El PSOE siempre tendrá esa espada de Damocles sobre su cabeza, por eso lo que tratará de hacer será asegurarse una buena posición de cara a esas posibles nuevas elecciones. A no ser que decida apoyar al PP en los recortes que van a ordenar desde la Unión Europea, lo que ya sí supondría la muerte definitiva del PSOE. Por otro lado, cualquier alternativa al PP tendrá que contar con el independentismo catalán, que pide un referéndum de autodeterminación, lo cual se hace imposible de aceptar por el socialismo actual y probablemente más por el venidero.

La cuarta y última imagen es la de un Podemos que no termina de lograr que se lo vea como aquellos que son la alternativa porque derrotaron el bipartidismo. Siquiera quedaron por encima del PSOE, de ahí que lo del PSOE pueda ser un suicidio. Y en un suicidio nadie cuenta más que quien decide terminar con su vida, nadie “lo derrota”. Por otro lado, Podemos tampoco está planteando que el verdadero problema sea que el PSOE no quiere que Cataluña tenga su referéndum, admitiendo de ese modo que tiene cierta verosimilitud el mensaje de que al PSOE no le quedan más alternativas que terceras elecciones o gobierno del PP. Esto es mentira, a no ser que los catalanes del Parlamento sean anomalías democráticas que no son. Podemos confía demasiado en que los apoyos de los votantes socialistas lluevan por inercia, sin explicar que el referéndum es necesario si no se quiere al PP.

Del mismo modo, la gran mayoría de votantes socialistas actuales dicen que bajo ningún concepto votarían a Iglesias, que es el líder menos valorado junto con Rajoy. Esto hace necesario no sólo esperar, sino poner en valor el programa político de Podemos, vinculándolo al discurso populista antiestablishment. El gran problema estratégico de Podemos ha sido desde el principio no haber marcado meridianamente su posible agenda de gobierno, centrándose demasiado en las etiquetas identitarias que se han dado a sí mismos desde su nacimiento: populistas, socialistas, socialdemócratas, comunistas… Ahora que gobierna en ciudades y está presente en el Parlamento, debe tener una pata dentro y otra fuera, criticar el statu quo con el programa como punta de lanza.

Jacobo Calvo Rodríguez

Licenciado en Historia por la Universidad de Santiago de Compostela y magíster en Estudios Contemporáneos de América Latina por la Universidad Complutense de Madrid, con intercambio en la Universidad de la República.