A la sombra del nuevo collar de líos quedó la tribuna Olímpica, que durante los días previos había sido objeto de un intercambio casi infantil entre autoridades del Ministerio del Interior y dirigentes futboleros. Partida por un enorme pulmón delimitado por vallas y con no más de unos pocos cientos de hinchas, la tribuna más grande del estadio Centenario ayer de tarde se volvió un enorme espacio de plástico y cemento con triste valor simbólico: si es cierto que es la tribuna de la familia, está claro que las familias ya no van a ciertos partidos.

Quizá sea por cosas como las que, desde allí, se apreciaban en la tribuna Ámsterdam. Semivacía, la cabecera de Peñarol cobijaba a un par de miles de personas. Algunos cientos avanzaban y retrocedían hacia las bocas de salida, en clara señal de enfrentamiento con los policías situados a las puertas. Otros corrían hacia la parte superior para seguir la batalla campal desatada en las afueras de la tribuna entre los mismos policías y quienes querían entrar sin suerte. Desde lo alto de la Ámsterdam voló de todo, incluyendo una garrafa cuya caída se volvió viral en redes sociales y grupos de WhatsApp: apenas por centímetros no dio en la cabeza de alguno de los efectivos policiales que formaban un grupo fuera del estadio.

Estos y otros elementos quedarán a consideración de la Comisión Disciplinaria, que en tiempos de creciente violencia en torno al deporte se ha transformado en la nueva estrellita de la crónica político-futbolera. Un integrante del organismo le dijo a la diaria que el reglamento prevé la adopción de una “resolución anticipada” para el caso de hechos de tal notoriedad que no precisen mayor aporte de pruebas, y agregó que no descartaba que se le adjudicara la victoria a Nacional. Pero recordó que el organismo es colectivo y que la discusión recién comenzaría el lunes de tardecita, tras recibir los informes de los árbitros. Si no se adoptase la vía rápida, el proceso podría insumir hasta diez días y la demora pondría en duda la actividad prevista del torneo para el fin de semana.

Sea corta o larga, la espera estará cargada de reflexiones repetidas. Son fáciles de imaginar los reproches dirigidos al Ministerio del Interior. Se intuyen menos comunes algunas preguntas pertinentes. Por discutible que sea la ausencia de policías en las tribunas, vale recordar que el problema original no se suscitó adentro sino en una puerta de acceso. ¿Qué hubiese cambiado esta vez la presencia policial en el interior? ¿Hubiera servido para acelerar el desalojo de quienes robaban puestos y tiraban garrafas, o para que se comieran el garrón de los palazos y las estampidas los que nada tenían que ver?

El fútbol debería acercarse a las preguntas y alejarse de los lugares comunes y de las sentencias livianitas si es que pretende reposicionarse como el maravilloso espectáculo popular que supo ser. Claro que para eso hay que estar dispuesto a interpelar a apellidos célebres que durante años contribuyeron más o menos conscientemente al crecimiento de las barras que hoy parecen incontrolables, aunque las preguntas dañen amistades útiles para figurar, obtener fuentes de información o avisos comerciales. De lo contrario, difícilmente frene una escalada que se ensañó particularmente con el torneo en disputa, que empezó tardíamente tras la polémica por la instalación de las cámaras de identificación facial y se jugó mientras asesinaban a un hincha de Peñarol en Santa Lucía y baleaban a un integrante de su barra dentro del estadio Centenario. Le pusieron Campeonato Uruguayo Especial. Se quedaron cortos.