En su cuarta presentación en el Torneo Clausura, en el que aun no ha caído, Fénix obtuvo una gran victoria sobre los aurinegros, que cayeron por primera vez en el segundo torneo de la temporada.
El Centenario, con muchísima gente, esperaba que Peñarol saliera a ganar su cuarto partido consecutivo por el Clausura, sobre todo después del buen despliegue mostrado en la fecha anterior ante Defensor Sporting. Pero este deporte es tan lindo como democrático: a pesar de las diferencias económicas, de infraestructura, de recursos -y podríamos seguir-, el ganador fue el más chico. Ese chico que en Capurro es gigante y vio lograr otro épico triunfo en el Centenario -que a los efectos de la localía en los escritorios era de Fénix, pero que siempre es del cuadro grande-.
Sin lugar a dudas, Rosario Martínez se siente cómodo en este club en el que tanto ha hecho. Dirige como en el patio de su casa. El santalucense generalmente plantea un estilo de juego mezquino, que prioriza la defensa, pero cuando sale en ofensiva suele ser un rival más que peligroso. Por supuesto que el floridense Martín Ligüera es su estandarte, pero la velocidad de Maximiliano Pérez y del panameño Cecilio Waterman son amenazas que siempre hay que tener en cuenta. Ponerle jugadores veloces y con explosión a una defensa lenta, cansada y con algunos problemas físicos -Carlos Valdez y Guillermo Rodríguez fueron figuras en la Libertadores de 2011, pero de eso pasaron cinco años- es sinónimo de complicarle la vida. Eso pasó el sábado de noche en el césped del Centenario, y no en detrimento de la clase que tienen los dos zagueros aurinegros, sino por la actuación destacada del ataque de Fénix, que encontró la posibilidad de marcar el primer gol por un penal sancionado por una mano del bueno de Tomás Costa, que Maximiliano Pérez cambió por gol a los 9 minutos de partido.
Peñarol había empezado mejor, es cierto, pero la ventaja al final del primer tiempo era capurrense y, como si fuera poco, por dos goles: una corrida letal del panameño Waterman dejó por el camino a Guillermo Rodríguez, y el remate del delantero fue rechazado por Gastón Guruceaga, que tapó bien, pero el rebote salió hacia el medio, por donde venía a la carrera Martín Ligüera, que con un preciso toque de primera mandó la pelota a la red.
La muralla china
La gran victoria albivioleta se cimentó en la defensa y en el orden. Peñarol, con desorden e imprecisiones, lo atacó por todos lados en el segundo tiempo, le pegó desde afuera del área, cabeceó, intentó, pero el destino siempre fue el mismo: las manos o el cuerpo de Darío Denis, el golero de Fénix. Con tremendo partido debajo de los palos, el golero -que además está a punto de recibirse de árbitro- fue fundamental para que su arco no fuera batido y para que Peñarol entrara en la locura de empezar a tirarle centros al colombiano Miguel Murillo; eso le convino a Fénix, que en el fondo, con Ignacio Pallas y Maximiliano Perg, se hizo gigante.
Los tres puntos dejaron al cuadro de Capurro con 8 puntos en el Clausura, alejado de los puestos del fondo en la tabla del descenso y en posición de Copa Sudamericana. Esa eterna leyenda de David imponiéndose a Goliat, del ave Fénix resurgiendo de las cenizas, del grito histórico: “¡El Fénix no baja!”.