Donald Trump, aspirante a la postulación presidencial del Partido Republicano estadounidense, hablaba en un acto de campaña el 14 de noviembre del año pasado en Beaumont, Texas, y le pareció pertinente referirse al atentado que se había realizado el día anterior en la sala de espectáculos Le Bataclan de París, donde un puñado de terroristas asesinó con armas automáticas a decenas de personas que asistían a un recital de la banda Eagles of Death Metal. Dijo que en París rigen “las leyes sobre armas más duras del mundo”, y que por ese motivo, cuando se produjo el ataque, “nadie tenía armas” salvo “los malos”, que pudieron matar “una por una” a sus víctimas. Si éstas hubieran estado armadas, opinó el candidato, “habría sido una situación muy muy diferente”.

Algo por el estilo tuiteó después del atentado contra la revista francesa Charlie Hebdo, en enero de 2015; consideró “interesante” que hubiera ocurrido “en uno de los países con control de armas más duro”. Son opiniones típicas de un energúmeno como Trump, que representa y convoca lo peor de los estadounidenses. Pero no son desagradables y demenciales porque las haya proferido él, sino por sí mismas: es desagradable -con independencia de quién lo diga- aprovechar una tragedia para propagandear la idea de que todos tenemos el derecho o incluso el deber de portar armas; es demencial -con independencia de quién lo diga- afirmar que las consecuencias de que una sociedad permita asistir con armas a un espectáculo pueden ser positivas.

El ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, planteó, tres meses y medio después, el jueves pasado, la misma reflexión que Trump sobre lo ocurrido en París, sin contar siquiera con la mala excusa de que no tuvo tiempo para reflexionar. “Mire lo que pasó el otro día en el [...] Bataclan, dos o tres cobardes estuvieron matando adolescentes y jóvenes lomudos al pío pío como si fueran palomitas”, dijo en el programa Quién es quién, que se emite por Diamante FM y TNU (ver ladiaria.com.uy/dispara), y sostuvo que eso quizá no habría ocurrido si los jóvenes habrían tenido armas. Al parecer considera, igual que Trump, que es prudente asistir armado a un recital (o a un baile, o a un partido de fútbol, o a una despedida de soltero, o a misa, o a la fiesta de fin de año de una escuela, ya que estamos) por si se produce un ataque terrorista, no sea cosa que a uno lo maten sin ofrecer resistencia.

Agregó Fernández, internándose aun más en lo demencial: “Si usted en su casa no está armado y viene alguien a intentar matar a sus hijos, quedó sin alternativa, por lo menos trate de tener una alternativa”. El ministro ha manifestado su rechazo al uso de tests psicológicos para decidir si alguien está en condiciones de desempeñarse en un cargo público (ver ladiaria.com.uy/UJd), y por algo será, pero de todos modos es una lástima, ya que su idea de que los ciudadanos deben tener presente la posibilidad de una irrupción en su hogar para “matar a sus hijos”, a fin de considerar una decisión tan riesgosa como la de armarse, justifica sin duda una consulta.

Lo más piadoso que se puede pensar es que a Fernández se le ocurrió desvariar como gesto solidario, en un operativo de distracción para que el disgusto de los frenteamplistas y de la opinión pública en general no se concentrara tanto en el vicepresidente Raúl Sendic y en la imposibilidad de que sea cierto, a la vez, todo lo que éste ha dicho acerca de sus estudios en Cuba. Me temo que no fue por eso.