¿Qué sentiría usted, un latinoamericano del siglo XXI, si lo llamaran subdesarrollado? ¿Cómo reaccionaría si alguien le dijese que su hijo o hija, hermana o hermano es una persona subdesarrollada? Probablemente se sentiría profundamente ofendido y, en el mejor de los casos, se preguntaría en base a qué argumentos lo definen como subdesarrollado. ¿Qué ser humano adulto tiene el derecho y la arrogancia de calificar a otro adulto semejante como un ser incompleto, alguien a quien le falta desarrollarse? Esto ya no es aceptado ni siquiera para individuos que presentan disfuncionalidades físicas o psicológicas o intelectuales, a los que actualmente llamamos personas con capacidades diferentes, sustituyendo las viejas calificaciones de minusválidos, discapacitados o deformes. Menos aun se puede justificar en el presente que existan grupos de personas con algunas características físicas particulares que sean superiores a otras; las razas superiores e inferiores desde el punto de vista de sus capacidades intelectuales no existen. El racismo científico y el darwinismo aplicado al campo social están bien enterrados después de los delirios de grandeza nazistas. ¿Por qué seguimos utilizando entonces el término “subdesarrollo” para calificar los países de Latinoamérica? ¿Por qué continuamos aceptando que algunos países sean calificados como desarrollados (léase maduros, completos, avanzados, modernos) y otros como subdesarrollados (léase atrasados, incompletos, infantiles)?
Ningún grupo, sociedad o país puede ser tan soberbio como para creer que es capaz de dominar mejor que otro todos los aspectos de la vida humana, haber alcanzado mayores niveles de justicia, logrado representaciones estéticas más sublimes, construido una relación con la naturaleza armónica y sistemas de interpretación del mundo más verdaderos que otros. Habría que ser muy cínico para permanecer ciego ante las carencias que tienen todas las diferentes formas de organización de los seres humanos, incluida aquella a la que uno pertenece: injusticias indignantes, valores fútiles, intolerancias, equivocaciones. Y habría que ser muy poco curioso como para no dejarse sorprender y conmover por aquellas manifestaciones de la vida humana que lograron excelencia y que podemos encontrar, junto con otras que tal vez sean execrables, en todas las culturas: ansias de una vida buena, ciertas representaciones míticas de lo humanamente inasible, obras materiales que cortan el aliento por su belleza, singularidad o creatividad.
¿América Latina es subdesarrollada?
¿Por qué seguir aceptando que América Latina, ese conjunto de países y naciones tan diversas que se extiende entre dos continentes y un istmo, que se ubica parte en el hemisferio norte y parte en el sur, que tiene todos los climas posibles, todas las razas, todos los ecosistemas y en donde la vida humana floreció hace tantos miles de años, es una región subdesarrollada? ¿Es que desde América Latina no surgieron algunas de las mitologías y cosmogonías más elaboradas, como la maya y la inca? ¿No han salido de allí, mucho más recientemente, artistas que transformaron la cultura contemporánea como escritores, pintores y músicos? ¿No se conserva en ella la mayor reserva vegetal de la humanidad? ¿No están allí todavía los yacimientos de agua potable más voluminosos, uno de los recursos naturales más escasos y valiosos en el futuro? ¿No es una de las regiones que, tomada en su conjunto, presenta los índices medioambientales más sustentables? ¿No fueron allí domesticados y cultivados buena parte de los alimentos que comen los seres humanos, como la papa y el maíz?
¿En base a qué, entonces, seguimos reproduciendo el concepto de que América Latina es una región subdesarrollada? ¿Porque es menos rica que otras? Pero si esto fuera lógico, entonces un individuo pobre sería subdesarrollado en relación a quien tiene más dinero; inaceptable. ¿Porque tiene menos tecnología para dominar por las armas a otros países? Si fuera ésta la razón deberíamos pensar que Esparta era más desarrollada que Atenas (la cuna de la civilización clásica) porque la derrotó en la guerra del Peloponeso, o que la Alemania de la Segunda Guerra Mundial y su barbarie eran más desarrolladas que Francia.
¿Por qué continuamos repitiendo que la región es subdesarrollada? La explicación podría encontrarse en la lógica de la colonización. Una lógica basada en la estrategia de desvalorizar al conquistado, que habrá sido exitosa cuando el colonizado la adopte y crea en ella hasta hacerla suya. Su mayor triunfo será cuando el colonizado se sienta inferior, reconociéndole superioridad y ansiando imitar al colonizador. La lógica de la colonización continúa así mucho después de la conquista y se mantiene viva incluso con la independencia política de los países cuando las elites quieren volverse imágenes de Próspero. Los latinoamericanos vivieron avergonzados del color oscuro de la piel de la mayoría de la población, intentaron europeizarse adoptando instituciones surgidas del viejo continente para un contexto completamente diferente, político, social y cultural.
Piel negra, máscaras blancas
Esta línea argumentativa puede rastrearse en autores de diversas procedencias, como Frantz Fanon, Richard Morse, Leopoldo Zea, y la perspectiva algo más reciente de los estudios decoloniales de Enrique Dussel, Aníbal Quijano o Walter Mignolo, entre otros. Intenta, sin embargo, no caer en una posición maniquea, apenas exaltando las virtudes del colonizado y los vicios del colonizador, maldiciéndolo como Calibán. América Latina, y en particular América del Sur, no es apenas el enfermo al que hay que curar, el subdesarrollado al que hay que enseñar, el lugar de la corrupción que hay que sanear, el atrasado que debe convertirse en moderno. Obviamente que hay problemas serios, como en todos lados, que pueden ser genéricos o específicos a algunos países de la región (narcoguerrilla en México y Colombia, corrupción sideral en Brasil, saturación ambiental en Santiago de Chile y otras megalópolis, populismo insostenible en Venezuela, racismo histórico en todos los países, por mencionar algunos).
También hay significativos aspectos que presentaban dificultades extremas en muchos países pero que en los últimos años han sido tratados de una manera inteligente, por lo menos interesante, cuando no fuertemente exitosa (disminución de la pobreza, mayores niveles de igualdad, reconocimiento de indígenas y afrodescendientes, políticas de igualdad de género, acceso a la salud, universalización de la educación primaria, fin de las dictaduras, por ejemplo).
Ha sido más frecuente el reconocimiento internacional del altísimo nivel del arte latinoamericano con músicas como el tango, el samba o la salsa; compositores como Astor Piazzolla, Tom Jobim o Abel Carlevaro; escritores como Gabriel García Márquez, João Guimarães Rosa o Juan Rulfo; pintores como Joaquín Torres García o Frida Kahlo; ensayistas como Gilberto Freyre, Ezequiel Martínez Estrada u Octavio Paz, entre tantos otros. Lo mismo puede decirse del fútbol, con tres países sudamericanos que tienen tantas copas mundiales como todos los europeos juntos. Pero estas áreas parecen no calificar para el concepto de subdesarrollo.
Aunque el futuro próximo aparezca incierto, los últimos diez años fueron beneficiosos en prácticamente todos los países latinoamericanos y se atravesó por uno de los mejores momentos históricos de la región. La democracia política es absolutamente predominante, se han acabado las dictaduras, las economías crecieron a ritmos desconocidos, la pobreza disminuyó, la desigualdad se atenuó, no hay guerras, los indígenas y los afrodescendientes están construyendo suficiente poder como para obtener el reconocimiento de sus derechos avasallados, y las mujeres continúan avanzando en su arduo camino hacia la igualdad de derechos. Sabemos que los conceptos, las palabras y las categorías legitiman el poder y que el discurso organiza el mundo, así que: ¿usted es un subdesarrollado?