La fiesta en Río de Janeiro será grande. Familiares, numerosos amigos y hasta una pequeña delegación que representará a la FIFA -aunque sin la presencia de ninguna de sus principales autoridades- formarán parte de la celebración, este domingo, del cumpleaños número 100 de João Havelange, uno de los dirigentes deportivos más influyentes del siglo XX.
Fiel representante de la diplomacia brasileña, Havelange creció rápidamente en el mundo dirigencial gracias a su carisma envolvente. Sabía sonreír y conceder cuando era necesario, y también aguzar sus ojos de serpiente hasta transformarse en un ser temible, implacable, devastador en el cara a cara, tal como lo de nió una vez el dirigente escocés David Will, quien fue uno de los vicepresidentes de la FIFA durante la pre- sidencia de Havelange.
La famosa frase “Yo no hago política, yo hago deporte”, inmortalizada en la película Mundialito (Sebastián Bednarik y Andrés Varela, 2010), muestra a las claras la postura esencialmente pragmática de Havelange, quien sin dudas hacía política y de alto nivel.
Jamás cuestionó presidentes, y eso le permitió moverse con absoluta soltura durante la dictadura que comenzó a gobernar Brasil en 1964, pero también con los que estuvieron antes y con los que vinieron después. En el plano internacional fue amigo del secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger -que era alemán de nacimiento y un ferviente a cionado al fútbol-, tuvo estrecho contacto con los militares argentinos que organizaron el Mundial de 1978 -el primero realizado bajo su presidencia de la FIFA-, pero también supo criticar el boicot impulsado por Estados Unidos y apoyado por muchos países contra los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980, a los pocos meses de presenciar el Mundialito en el estadio Centenario junto a los gorilas orientales de turno y dos años antes de departir amablemente con el rey Juan Carlos durante el Mundial español de 1982.
Como un camaléon, Havelange siempre supo adaptarse al lugar en el que estaba, y con esa misma naturalidad negó, a lo largo de décadas, la enorme cantidad de acusaciones de las que fue objeto. Impertérrito, avanzó a paso firme por el mundo, siempre blindado por los numerosos círculos de poder a los que perteneció.
Como pez en el agua
En los últimos años, luego de haber sufrido algunos problemas de salud, la rutina de Havelange se limita a pasar largas horas en su apartamento, ubicado en el barrio carioca de Ipanema, de acuerdo a algunas informaciones publicadas por medios brasileños en los últimos tiempos. Pero además -con los naturales achaques de un ser entenario, pero apenas ayudado por una asistente- concurre con frecuencia al cercano Country Club de Río de Janeiro, una tradicional institución social y deportiva frecuentada por la más rancia aristocracia carioca, en la que el ex dirigente practica hidrogimnasia, reafirmando su amor por los deportes acuáticos, el mismo que lo impulsó a participar en dos ediciones de los Juegos Olímpicos.
En 1936 un joven Havelange integró el equipo brasileño de natación que representó al país en los Juegos de Berlín organizados por los nazis, y en 1952, ya con 36 años y siendo un activo abogado, fue parte del equipo de waterpolo en la cita olímpica de Helsinki.
Nacido como Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange, el 8 de mayo de 1916 en Río de Janeiro, João fue el segundo hijo de una pareja de belgas a ncados en esa ciudad en la primera década del siglo XX a causa del trabajo del padre, que era representante de empresas europeas dedicadas a la venta de armas. João tenía un hermano mayor, Jules, y una hermana menor, Paule, y los tres crecieron en una amplia casa ubicada en el barrio de Santa Teresa, en la zona sur de la ciudad que en aquel tiem- po era la capital brasileña.
Desde su más temprana infancia João -que al igual que sus hermanos tuvo como lengua natal el francés- fue a cionado a los deportes, jugó al fútbol en las categorías juveniles del equipo de sus amores, Fluminense -el más representativo de la clase alta carioca-, pero su gran pasión fue la natación. Fue también gracias a sus poderosas brazadas que Havelange comenzó a hacerse un lugar en la dirigencia deportiva, en varios clubes de natación, en la federación paulista y, posteriormente, en el Comité Olímpico Brasileño, paso previo a su asunción, en 1958, como presidente de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD), entidad que por esos años regía al fútbol y a otros 23 deportes. En 1963 el doctor Havelange pasó además a ser miembro del Comité Olímpico Internacional (COI).
Bajo su presidencia en la CBD, la selección brasileña obtuvo sus tres primeros títulos mundiales, en 1958, 1962 y 1970, y esa base de grandes éxitos deportivos fue uno de los grandes propulsores, aunque no el único, de su llegada a la presidencia de la FIFA.
Una forma de mandar
La imagen poco transparente, corrupta e inmoral de la FIFA -que hoy la institución intenta denodadamente maquillar tras los escándalos que dejaron en evidencia el accionar criminal de muchos de sus miembros, incluyendo a sus directivos más prominentes- se debe en buena medida a Havelange.
En 1974 el brasileño accedió a la presidencia de la FIFA -se transformó en el primer mandatario no europeo de la entidad-, cargo que dejaría 24 años más tarde, luego de haber transformado completamente a la institución. El carioca dirigió a la FIFA con mano de hierro, forjando en el correr de los años un sistema prácticamente autocrático de gobierno en la entidad rectora del fútbol mundial. Havelange les abrió las puertas de la institución a muchos países africanos y asiáticos, entre ellos a China, promovió la creación de los torneos juveniles, y además potenció al producto más preciado de la FIFA: los Mundiales.
Aprovechando la coyuntura histórica de expansión masiva de las transmisiones televisivas de los eventos deportivos, Havelange comenzó a negociar hábilmente los derechos de televisación de los campeonatos, que rápidamente se transformaron en la mayor fuente de ingresos de la FIFA, superando ampliamente a la venta de entradas. Además, Havelange, asociado con unas pocas aunque fortísimas empresas a nivel mundial (Adidas, Coca-Cola, Gillette, Fuji film), hizo que las ganancias de la FIFA comenzaran a crecer exponencialmente, al igual que sus cuentas personales.
En 1982 el alemán Horst Dassler -hijo de Adi Dassler, el creador de Adidas- fundó en Suiza la International Sport and Leisure (ISL), entidad de marketing deportivo que se hizo con los derechos exclusivos de transmisión de los Mundiales. Dassler era muy cercano a Havelange -de hecho, la influencia que ejerció el germano en el mundo dirigencial fue clave para el ascenso del brasileño-, y sobre la base de esta unión, aceitada por los sobornos que puntualmente recibía el presidente de la FIFA, la ISL comenzó a ser parte fundamental en el manejo del fútbol mundial, aunque también se hizo con los derechos de los Juegos Olímpicos y con los de las competencias más importantes del atletismo mundial.
Dassler murió tempranamente a causa de un voraz cáncer, a los 51 años de edad en 1987, pero la canilla de dólares provenientes de la ISL permaneció abierta para Havelange y para sus más cercanos colaboradores dentro del organigrama de la FIFA. Uno de ellos fue Ricardo Teixeira, quien hasta 1997 estuvo casado con Lucía, la única hija de Havelange. Teixeira, que entre 1989 y 2012 fue presidente de la CBF, a comienzos de los 90 pasó a ser parte del Comité Ejecutivo de la FIFA y desde allí, bajo el ala protectora de Havelange, se convirtió en uno de los principales destinatarios de las fabulosas dádivas de la ISL, además de protagonizar su propio raid delictivo desde la presidencia de la CBF. En 2001 el descontrol nanciero con el que se manejaba llevó a la quiebra a la ISL, dejando un tendal de deudas superior a los 300 millones de dólares.
La Justicia suiza tomó cartas en el asunto, comenzó a indagar sobre la quiebra, y, poco tiempo después, Havelange logró un acuerdo extrajudicial que archivó el caso. Pero en 2010, un trabajo llevado adelante por el periodista escocés Andrew Jennings, basado en documentación extraída de la investigación de la Justicia helvética, dejó al descubierto el papel protagónico de Havelange y su protegido Teixeira en la trama de corrupción de la ISL. La investigación de Jennings, presentada por la BBC, dejó completamente escrachado al dirigente, quien hasta ese momento había esquivado e cazmente las numerosas acusaciones de ilícitos que se le atribuían desde hacía décadas.
Golpeado íntimamente en su orgullo, en 2011 Havelange debió renunciar a su cargo en el COI, que había comenzado una investigación que indefectiblemente iba a terminar con su destitución del organismo y luego, en 2013, decidió renunciar también a su cargo de presidente honorario de la FIFA, que ante la magnitud del escándalo, no tuvo más opción que reconocer los delitos cometidos por Havelange. Según Jennings, el dirigente recibió en el transcurso de los años un total de alrededor de 45 millones de dólares, únicamente en sobornos de la ISL.
Claro está que antes de renunciar a las dos entidades, y de bajarse forzosamente del pedestal en el que estuvo durante décadas, Havelange había tirado dos pases largos que le salieron bien. Fue clave para la designación de Brasil como sede del Mundial celebrado en su país en 2014, y también tuvo un rol protagónico en la adjudicación a Río de Janeiro, en 2009, de la organización de los Juegos Olímpicos que se celebrarán en agosto de este año y que tendrán como principal escenario al estadio olímpico, cuyo nombre oficial es, precisamente, João Havelange.
En aquel evento celebrado en Copenhague, la capital danesa, luego de la elección de su ciudad natal como sede de los Juegos, Havelange dijo al auditorio: “Los invito a festejar mis 100 años en Río en 2016”.
Y así será.