No estoy sudando la gota gorda en Phoenix y sí chupando frío en una parte de la banda oriental del Río de la Plata. No tengo, porque no la tramité, una visa que me permita circular o entrar a Estados Unidos, así que esta vez mi copa será con una óptica distinta a la de los lugareños que supuestamente podrían estar vibrando con tal evento continental. No creo, pero bueno.
Si se levanta don Héctor Rivadavia Gómez de la tumba y conecta con imágenes del estadio de los Arizona Cardinals en Phoenix, Arizona, Estados Unidos, se te muere mil veces más. Es que realmente no tiene goyete que el supuesto supercumpleaños del primer torneo continental de la historia del fútbol se juegue en Estados Unidos, un país que no pertenece a la Confedereación Sudamericana de Fútbol (Conmebol), entidad creada allá por 1916 precisamente por el oriental Héctor Gómez, cuando el torneo que se organizó en Buenos Aires para festejar con el naciente fútbol, el centenario de la independencia argentina. Está bárbaro festejar 100 años, y es un fuerte reconocimiento para el fútbol uruguayo, forjador del fútbol sudamericano, con logros e identificación, pero para hacerlo debió haber sido en América del Sur, en el Río de la Plata y particularmente en Argentina, en donde se jugó el primer torneo continental, o en Uruguay, de cuya sociedad, por Héctor Gómez, salió la idea de confederarse, de competir.
Fue Uruguay también el primer campeón, fue el Maestro José Piendibene el primer gran crack del fútbol sudamericano, el que hizo el primer gol de la historia de los torneos, y fue el campeonato en el que los negros uruguayos Juan Delgado e Isabelino Gradín aportaron tanto a aquella oncena de pesadas camisetas de algodón celeste, que Chile quiso descalificarlos. Los chilenos entendían que en la representación uruguaya había dos africanos, Delgado y Gradín, y que por tanto sus victorias no eran ajustadas a derecho. Gradín, goleador de aquel primer campeonato del sur que presuntamente se festeja en aquellos campos tan ajenos del norte, fue el que inspiró al poeta peruano Juan Parra del Riego a dibujarlo en poesía en el “Polirrítmico a Isabelino Gradín”, que concluye así:
“[…] Tú que cuando vas llevando la pelota / nadie cree que así juegas; / todos creen que patinas, / y en tu baile vas haciendo líneas griegas / que te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas. // ¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento / se escabulle, arquea, flota, / no lo ve nadie un momento, / pero como un submarino sale allá con la pelota...! // Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar: / todos grítanle: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín! / Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar, / saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin / todos se hacen los coheteros / de una salva luminosa de sombreros / que se van hasta la luna a gritarle allá: / ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!”.
¿Entendés lo que significa el primigenio 1916 para el fútbol de América del Sur, de Uruguay? Y bueno, puede ser que debamos adaptarnos a que aquella expresión deportiva que rápidamente se transformó en evento dinamizador de la sociedad hoy no es más que un gran negocio, un espectáculo televisivo a vender y para vender, que Estados Unidos tienen una población tan cosmopolita y un soporte logístico tan elevado que hace que las transnacionales del poder lo elijan como el gran set televisivo, y que está bien que se haga un campeonato con los mejores de América ahí, pero no, por favor, que se invoque la fiesta de cumpleaños de algo que les es tan ajeno. Menos aun si recordamos que este negocio con careta de gran campeonato aniversario fue concebido y acordado por las figuras más corruptas que integraban la Conmebol y la Concacaf, la mayoría de ellos hoy juzgados y en muchos casos procesados por corrupción.
Pero ahí está. Ahí estamos, y entonces se sabe que cuando juega Uruguay juegan tres millones, y más allá de serias disquisiciones sobre el valor moral de la competencia o livianas banalidades acerca del campeonato.
Puede no gustarme, pero no puedo desconocerla, y como los uruguayos cada vez que corremos atrás de una pelota estamos jugando una final del mundo, en eso estamos.
¡Vamo arruca, bo!
Abrazo, medalla y beso.