Como todos saben, en el partido contra México por la Copa América no nos pusieron el himno, lo cual llevó a que nuestros jugadores no supieran bien a qué jugar, e incluso, en algún caso extremo, en qué arco tenían que hacer los goles. Porque ¡qué golazo el del Palito, descolocando al propio golero con esa displicencia propia de los grandes definidores! Yo lo grité, y creo que el jugador tendría que haber hecho lo mismo, mientras sus compañeros saltaban sobre él y hacían gestos obsenos hacia la tribuna adversaria, que era todo el estadio. Pero bueno, parece que el maestro les tuvo que recordar, en el entretiempo, a qué país pertenecían; les mostró banderas y escudos, un mate, una foto de una vaca y otras de los shoppings más característicos de nuestra capital. Finalmente les tarareó la parte de “orientales, la patria o la tumba”, con las repercusiones futbolísticas que se vieron luego en la cancha, hasta el gol del empate, cuyo único error fue que se hiciera antes del minuto cuarenta y nueve, dándole tiempo a los rivales de hacer un par de goles más.
Que no pasen nuestro himno, todavía; pero que pongan, en su lugar, el de Chile, podría considerarse una afrenta más, una acción conjunta de la FIFA y de la CIA, como si nos dijeran “les metieron el dedo y ahora nosotros se lo revolvemos, pequeño país subpoblado y sin montañas”. Cabe decir que por suerte los jugadores (así como 99,9% de los que estábamos viendo el partido por la tele) no tenían idea de qué himno era el que se estaba escuchando. Cavani incluso ponía cara de intentar hacer coincidir las estrofas del nuestro con la música que oía, y posiblemente haya concluido que los himnos africanos son todos un poco iguales.
Me pregunto, ¿qué habría pasado si en vez del chileno, ponían el himno paraguayo? Los árbitros (que eran de ese país) ¿se habrían largado a cantarlo, emocionados? ¿Acaso al empezar el partido el juez la habría clavado en el ángulo, y habría corrido a abrazarse con sus compañeros? Claro que si no lo hubieran cantado, por entender que no correspondía, entonces en su país los habrían acusado de apátridas y no habrían podido volver por unos años.
Una discusión que me encantó, colateral y sin mucha relación con el asunto del clic sobre el mp3 equivocado, fue si los mexicanos le gritaban “burro” o “puto” a Muslera cada vez que la sacaba. Hubo especialistas en leer labios (pruebe decir ambas palabras frente al espejo, verá que difícil es distinguirlas incluso a treinta centímetros) argumentando a favor de una u otra versión. Evidentemente, si los hinchas del último país más acá del río Bravo insisten en la aplicación de ese mal hábito, al menos podrían hacer como los jugadores, que se ponen la mano en la boca para que no les deduzcan lo que están diciendo, aunque sea “che, qué calor que hace”.
Volviendo al tema central, otro hecho interesante fueron los “me encanta”, “esto nos hace bien”, “jugamos mejor si nos maltratan” y hasta “no saben con quién se meten” que pulularon por las redes durante la ejecución del himno que a la postre (nunca entendí por qué es “la” postre, pero ta) resultó ser el trasandino. Como es sabido, nuestros players se encargaron rápidamente de quitarnos esas ideas locas de la cabeza, lo cual le vino bien -como correctivo- a más de un trasnochado que cree en esas antiguallas. La verdá, me caliento cuando pierde Uruguay, pero también me tiene un poco podrido ese mito oral de samuráis sufridores que siempre arrancan perdiendo pero que, cuando los rivales (¡pobrecitos!) se burlan de ellos, les sale como un chisperío de los ojos (me estoy imaginando todo en anime) y humo por diversas aberturas corporales y, tras unos eternos instantes de metamorfosis mental, vuelven al field transformados en ultrasevens de la globa. Empiezo de nuevo, porque me quedó muy larga la frase: me tiene harto esa leyenda infame que nos quieren hacer creer, o tal vez no a nosotros, pero sí a los rivales. El problema es la manija, ¿no? Porque ¿a quién no lo conmueve ver esos últimos minutos de Godín y Josema de delanteros netos? Salvo cuando los que atacaban eran ellos, claro, pero perder es un precio que de vez en cuando hay que pagar, para que tenga gracia cuando las cosas salen bien.
Por último: ¿cuándo Tabárez se va a dar cuenta de que si Uruguay juega mejor con uno menos, lo que tiene que hacer es sacar un jugador cuando la cosa se complica? Tal vez no sea “sacar” la expresión más exacta, sino decirle (sin que sus compañeros sepan) que se haga echar de mal modo, cosa de que se encienda esa llama mística que es primero un albor, luego una aurora, luego un nimbo de luz en la colina que luego aviva y se eleva y se dilata, y que, encendiendo el secreto de la niebla, en fragoroso incendio se desata. No digo que lo aplique en todos los partidos, porque perdería punch; pero una vez cada tanto, en situaciones límite, no estaría de más alimentar con hechos esa, la única leyenda patria cuya evocación vale la pena.