En enero parecía que el gobierno tunecino volvía a caer, como ocurrió en 2011 y en 2013. El primer caso fue el derrocamiento de Ben Ali, después de 22 años en el poder y en medio de protestas masivas. El segundo fue el del partido islamista Ennahda, que había ganado las elecciones y que ante las protestas optó por convocar a otra votación. Después de esas elecciones se formó un gobierno tripartito en el que Ennahda es uno de los socios.

Las protestas de enero fueron motivadas por la muerte de un hombre que participaba en una movilización de jóvenes desempleados. Fueron varias las manifestaciones, algunas masivas. El gobierno se mantuvo, varias de las razones que motivaron las movilizaciones de enero de 2013 y de 2011 todavía se mantienen, y muchos tunecinos están desanimados porque consideran que la revolución que llegó con la llamada Primavera Árabe ha tenido pocos resultados tangibles y los políticos nos los representan.

Según los resultados del Barómetro Árabe (una iniciativa académica estadounidense y árabe para impulsar investigaciones sociales en países árabes) en Túnez, citados por The Washington Post, pese a este malestar, los tunecinos creen cada vez más que la democracia es el mejor sistema de gobierno (el porcentaje de respuestas afirmativas a esta pregunta creció de 70% a 86% entre 2011 y 2016), aunque consideran que su desarrollo democrático, en una escala del cero al diez, es cinco. Sin embargo, sólo uno de cada cinco cree que la conducción de la economía es buena y nueve de cada diez creen que la corrupción sigue campeando en el sistema político. Además, según el informe del Barómetro Árabe, “casi todos los tunecinos” temen no poder darles una buena educación a sus hijos, que el país sufra ataques terroristas y que algunos de sus familiares sufra algún tipo de asalto delictivo o acoso sexual en su vida cotidiana.

El final del régimen de Ben Ali o la confianza en la democracia como sistema de gobierno no implica que los tunecinos confíen en las instituciones públicas. Sólo 35% confía en el gobierno y el sistema judicial, y 20% lo hace en el Parlamento. En 2011, 62% de los tunecinos confiaba en el gobierno y 50% en los tribunales; en 2013, cuando se instaló nuevamente el Parlamento, confiaba en esta institución 20% de los tunecinos.

Las cifras dejan entrever el desapego de los tunecinos hacia sus partidos políticos: 88% no confía en los partidos y casi 70% dice que no se siente identificado con ninguno de ellos. Sólo 23% se identifica con los dos partidos más grandes, Nidá Tunis y Ennahda -13% y 11%, respectivamente-. Además, 73% de los tunecinos considera que los demás ciudadanos del país no están preparados para vivir en democracia (ese porcentaje viene en aumento desde el 41% de 2011).

Los jóvenes tunecinos, principales impulsores de la caída de Ben Ali, confían menos y son todavía más pesimistas. Más de la mitad (55%) de los que tiene entre 18 y 24 años quiere irse del país o está reuniendo dinero para hacerlo. Si se considera a toda la población, ese porcentaje es de 22%.

La confianza en la gestión económica también viene en caída, según el Barómetro Árabe -de 52% en 2011 bajó a 35% en 2016, mientras que otras políticas mantienen una popularidad de entre 20% y 30%-. Al mismo tiempo, la principal preocupación de los tunecinos es la economía, que es considerada el mayor desafío del país por 75% de los consultados, seguido por la corrupción, identificada por 47% (en una encuesta en la que se podía elegir dos opciones). Pero en la situación económica los gobiernos democráticos que siguieron al derrocamiento de Ben Ali no tienen mucho para mostrar.

Consultado por la cadena Al Jazeera en abril, el sociólogo y politólogo tunecino Lamine Bouazizi advirtió que hay “bombas de tiempo” en algunas regiones del centro de Túnez, como Sidi Bouzid, Kasserine y Gafsa. Estas zonas fueron las que protagonizaron las protestas de enero, impulsadas sobre todo por la situación económica: el desempleo es allí hasta cinco veces superior que en el resto del país.

Bouazizi explicó que estas regiones fueron históricamente opositoras a Ben Ali -y las primeras en impulsar las protestas que llevaron a su salida del gobierno- y, por lo tanto, fueron perjudicadas por el gobierno y están atrasadas con respecto al resto del país. Evaluó que estos aspectos históricos pueden llevar a que sea más difícil resolver la situación de estas regiones que la del resto del país, y señaló que las demandas que llevaron a la revolución “no fueron alcanzadas” por la sociedad. “Lo que está pasando en Túnez es que los avances políticos no fueron acompañados por avances sociales, y la gente se siente estafada”, agregó Bouazizi.

En los últimos años, varios jerarcas del gobierno han reconocido la falta de resultados económicos, pero han rechazado las exigencias sociales. Entre otras cosas, se ha pedido paciencia a la población y se ha dicho que, si bien la gente puede manifestarse, las protestas juegan en contra del turismo. Este es uno de los principales sectores económicos de Túnez y a lo largo de 2015 fue golpeado por varios atentados en los que fueron asesinadas 72 personas, 60 de ellas extranjeras.

Amenazas externas

La situación económica difícil no es la única amenaza contra la estabilidad de Túnez: el grupo jihadista Estado Islámico (EI) ha dicho que considera clave establecer una base en ese país. El grupo campea en Libia, un país limítrofe con Túnez y que prácticamente no tiene gobierno. La amenaza llegó a tal punto que en febrero el gobierno tunecino decidió levantar un muro de arena a lo largo de casi la mitad de su frontera este con Libia, desde la localidad de Ras Jedir hasta Dhehiba. Hasta ese entonces la frontera, terrestre, era terreno libre para el pasaje de jihadistas y el tráfico de armas. Según un informe de The Soufan Group, una agencia estadounidense de seguridad estratégica, Túnez es el mayor exportador de jihadistas a EI: 7.000 tunecinos luchan en sus filas, y muchos de ellos han regresado al país después de formarse como combatientes.

El gobierno tunecino reconoció públicamente que algunos jóvenes del país se unen a EI y que a su regreso pueden estar radicalizados. Si bien periódicamente aparecen noticias de luchas entre el Ejército y el grupo jihadista en las fronteras, la inteligencia tunecina no está lo suficientemente desarrollada como para prever las amenazas internas, dijeron asesores europeos del Ministerio de Defensa tunecino a la agencia de noticias AFP.

Seguir adelante

Con este escenario de fondo, el presidente tunecino, Mohamed Béji Caïd Essebsi, anunció que 2016 será el año de “las grandes reformas” y “del crecimiento económico”. Al cierre del último Consejo de Ministros de 2015 dijo: “Más que nunca, lo que necesitamos es cohesión”.

Essebsi fue el fundador, en 2012, de Nidá Tunis, Llamada por Túnez, un partido laico que con sólo dos años de existencia ganó las elecciones parlamentarias y presidenciales que se realizaron en 2014. Pero ni siquiera un partido joven como Nidá Tunis escapó de los avances y retrocesos del país. A fines del año pasado, 32 de los 86 diputados de Nidá Tunis renunciaron al partido acusando a Essebsi de dirigirlo de forma antidemocrática y de “acomodar” a su hijo, Hafez Caïd Essebsi, como vicepresidente de esa organización política. La renuncia de estos diputados hizo que Nidá Tunis perdiera la mayoría en la Asamblea de Representantes del Pueblo (el parlamento unicameral) y que Ennahda pasara a ser el partido con la bancada más grande.

Según la agencia de noticias Efe, el presidente de Túnez ha perdido apoyo de su partido de forma continua desde que ganó las elecciones, lo que lo llevó a buscar una alianza con Ennahda -el partido tradicionalmente islámico de Túnez-, que a su vez hizo que algunos de sus militantes se sintieran traicionados.

Mientras Nidá Tunis sigue atravesando la crisis que comenzó entonces, Ennahda optó por reformarse. En su X Congreso, celebrado del 20 al 22 de mayo, esta organización política aprobó una moción de refundación presentada por su líder, Rachid Ghanuchi, que fue reelecto con 80% de los votos de los delegados. La iniciativa convierte a Ennahda en un partido no religioso al separar la actividad política de la predicación islámica, para avanzar en lo que Ghanuchi ha denominado “el islam democrático”. Al hacer el anuncio públicamente, el dirigente dijo que Ennahda renuncia al “islamismo” y se refunda como un “partido democrático y civil inspirado en los valores del islam”.

“Lo que se hizo fue redefinir de forma clara las prioridades del partido. Las prioridades en la próxima etapa serán la economía, la educación, la estabilidad del país, la sanidad, la agricultura y la industria. Otras cuestiones presentes en el pasado, como la identidad y la preservación de la identidad árabe-musulmana, no son ya una prioridad”, dijo a la agencia de noticias Efe el secretario general de Ennahda, Ali Laridi. De esta forma, “la población podrá elegir libremente de qué forma quiere vivir”, agregó.

La moción fue aprobada por 93,5% de los delegados del partido. Entre quienes se opusieron al cambio figuran algunos de sus líderes históricos, que ocuparon puestos de jerarquía mientras Ennahda estuvo proscrito. En la práctica, el cambio implicará una reestructura del partido para eliminar las comisiones dirigidas al fomento del islamismo y a alinear las políticas programáticas con los lineamientos del islam. Además, por primera vez habrá una comisión dedicada a discutir estrategias para luchar contra el terrorismo jihadista.

El X Congreso de Ennahda fue histórico no sólo por el cambio de rumbo, sino también porque esta instancia fue aprovechada por la clase política para enviar un mensaje de unidad nacional. En la apertura del congreso estuvieron el presidente Essebsi, dirigentes políticos que ocuparon cargos en los primeros años del gobierno de Ben Ali y varios partidos de izquierda que están en la oposición.

“Tenemos que estar unidos para poder vencer en la lucha contra el subdesarrollo, las sombras, las divisiones y el terrorismo”, dijo en la apertura del congreso el vicepresidente de Ennahda y presidente de la Asamblea de Representantes del Pueblo, Abdelfatah Moro.