La última propuesta del Partido de la Gente implica un cambio de paradigma a la hora de elegir candidaturas políticas. Hasta cabría quitarle el adjetivo: “candidaturas”, a secas. Un duro golpe a la política, no sólo a los partidos.

Se presenta el puesto de intendente municipal como puramente técnico: una especie de supergerente general que tendría a su cargo la coordinación de las actividades de los departamentos, con el fin de aplicar determinadas líneas de acción. Como tal, es correcto que sea elegible por concurso abierto, transparente, con bases claras. ¿De oposición? ¿De méritos?

Así se llegaría a la persona más idónea en cuanto a antecedentes personales y de gestión, en cuanto a formación profesional, a experiencia laboral. Pero, ¿la ciudad es una empresa? El gerente general es el responsable de que la empresa funcione bien. ¿Qué significaría esto en el caso de la ciudad? ¿Instrumentar un sistema de transporte moderno, eficiente y barato? ¿Un servicio de limpieza eficiente? ¿Que los funcionarios no hagan paros? ¿Satisfacer las principales necesidades que surjan de las encuestas a los consumidores?

La ciudad no es una empresa. Las empresas tienen dueños y fines de lucro; están orientadas a obtener ganancias, embebidas en la lógica del mercado y el capital. ¿Qué pasaría, entonces, con las actividades que necesariamente dan pérdida? Los servicios, la cultura, los planes sociales, ¿qué rubro y lugar ocuparían?

En el caso de las empresas, a los gerentes no se les presenta ningún dilema ético en cuanto a conflictos de intereses. Sólo deben defender los de sus dueños. Sin embargo, la sociedad es más complicada y diversa. ¿Qué pasaría cuando hubiera que optar entre intereses distintos y a veces contrapuestos?

El intendente cuenta con un equipo de técnicos que lleva adelante las diversas políticas, pero, ¿estas pueden ser apolíticas? No. Existe siempre una línea política que es liderada por el intendente. De ahí la caracterización de su cargo.

Por allí se llega al partido al que pertenece, a los principios que postula y defiende; en resumen, a su ideología. ¿O es que existe algún partido que no tenga ideología? No, aunque no la nombre y aunque la esconda; aunque aún no haya una etiqueta precisa para colocarle e identificarla.

En la entrevista personal a los postulantes preseleccionados, ¿se les preguntará su filiación política? Esa cuestión no tendría lugar, ya que no sería determinante para su idoneidad técnica.

Pero, ¿cómo se comunica esta propuesta? En primera instancia se crea una página web en la que se establecen claramente los plazos de presentación, las etapas del proceso y los requisitos básicos. Se complementa con spots televisivos en los que siempre la voz del candidato a la presidencia del Partido de la Gente, y casi siempre su imagen, van llevando el relato y marcando el énfasis en los momentos culminantes. “Creemos en una manera distinta de hacer las cosas”, afirma, destacando el leitmotiv de su campaña. “Hasta ahora los candidatos se decidían por compromiso político o eligiendo a dedo”. Aquí empieza lo nuevo: ¿qué significa “elegir a dedo”? Que lo determine una convención partidaria, un órgano superior con más o menos cantidad de integrantes, ¿es algo arbitrario? Habría entonces que realizar elecciones internas para elegir a los candidatos a intendente. ¿O resulta una garantía que los elijan las cúpulas partidarias mediante consultoras?

Los spots terminan diciendo: “Postulate. Sin vos esto no cambia”. No te pide tu voto: te pide que seas capaz de que te voten a vos. ¿Será el summum de la participación? Ya no se trata de integrar las filas partidarias, de aportar en los distintos niveles de organización, de militar, sino de ser candidato.

“Sin vos, esto no cambia”. Pero, ¿cómo participás vos –el que no sea finalmente candidato– en los procesos de selección y posterior elección de los candidatos? Parece que el llamado se reduce a aspirar a ser elegido, no a establecer la manera de elegir entre todos para garantizar que no sea “a dedo”.

La estrategia del Partido de la Gente parece consistir en presentarse como una agrupación sin una ideología concreta, con un perfil por fuera del sistema de partidos, capaz de romper con los esquemas vigentes, al punto tal de determinar los candidatos a intendentes departamentales mediante un llamado abierto manejado por consultoras de selección de personal, como si fuera un cargo administrativo y no político.

Vayamos por el absurdo. Si los resultados fueran positivos y se llegara, finalmente, a un funcionario técnicamente idóneo que llevara adelante una excelente gestión, tal vez no serían necesarias tantas elecciones y tanto gasto superfluo del Estado. Por medio de concursos bien delineados, con bases claras e indicadores totalmente objetivos para la puntuación –con todas las garantías legales–, se podría pasar a elegir otros cargos: ministros, diputados, senadores. Hasta al mismo presidente de la República.

Cualquier ciudadano que cumpliera con los requisitos mínimos podría postularse. Esa sería la garantía de participación. Más bien ser elegible que elegir, porque a elegir se dedicarían otros, aquellos que contrataran a las consultoras.

Quizás se institucionalizaría un Supremo Tribunal de Concursos en lugar de celebrar elecciones generales y tener una Corte Electoral. Como una verdadera garantía democrática.

Daniel Elissalde