1 Lo primero es constatar que estamos ante un fenómeno complejo para el que no caben las simplificaciones en blanco y negro, tipo oligarquía-pueblo.

El origen del movimiento está en una serie de situaciones, varias de ellas justas y legítimas, que afectan a pequeños y medianos productores del campo, a lo cual se fueron sumando demandas heterogéneas de otros sectores, algunas de ellas contradictorias con varios de los planteos.

Un significante central operó como punto de amarre del conjunto del discurso, resignificando los otros tópicos: el Estado parásito que no ayuda sino que, por el contrario, expolia y es una carga para los reales productores y que ahoga los esfuerzos individuales entendidos como la única vía de superación y avance.

Todo esto confluyó en el clásico discurso que la derecha levanta en el país, la región y el mundo, con notables similitudes con lo que decía la Asociación Rural del Uruguay enfrentada al primer batllismo en 1915, el Comité de Vigilancia Económica de 1929, el ruralismo de Benito Nardone o el poujadismo francés de los 50.

No puede negarse la manipulación por parte del conjunto de la derecha política y social que se irrita ante un cuarto gobierno de la izquierda y ante la recuperación del Frente Amplio (FA) del primer lugar en las encuestas.

Las situaciones vividas en torno al ex vicepresidente Raúl Sendic, el déficit de ANCAP y la suba de tarifas también alimentan el malestar que este fenómeno condensa.

O sea, pueden discriminarse diferentes aspectos: las demandas, el discurso, la manipulación y la repercusión política.

2 La actitud del Poder Ejecutivo fue la adecuada, ya que evitó la estigmatización y la polarización, asumió el camino del dialogo y la negociación, discriminó sectores productivos, la escala y la capacidad de los productores, así como las situaciones atendibles y justas en el marco del mantenimiento de la política y las orientaciones generales del gobierno.

Más allá de que las situaciones de mayor tensión parecen haberse superado y de que predominó la sensatez de todos los actores, no debemos creer que todo ha sido superado. Por el contrario, todo esto pueden ser los síntomas de situaciones más complejas.

3 Dos artículos recientes publicados en la diaria alumbran algunas dimensiones. Fernando Isabella plantea que la derecha apuesta a que el relato de los autoconvocados se constituya en el sentido común que la sociedad asuma para darles sentido a estos años de gobiernos progresistas. Aldo Marchesi desarrolla la idea de que esta movida expresa el malestar de capas medias de la ciudad y el campo, que se sienten excluidas por la gestión de estos gobiernos.

Son sectores que apuestan a su capacidad de emprendedores para salir adelante, no al Estado, al que sienten alejado, eficaz para cobrarles impuestos pero ausente como espacio de apoyo y reconocimiento. Sienten que estos apoyos son para los asalariados, los sectores marginados y, en todo caso, las grandes inversiones, pero no para ellos. Más allá de la realidad objetiva, esa es su percepción.

4 Los dos planteos están vinculados y de su articulación surgen otras perspectivas para ampliar nuestro entendimiento.

Justamente, lo real nunca se percibe directamente, sino mediante una construcción simbólica que permite ordenarlo y nombrarlo. Pero, a su vez, ninguna construcción simbólica da cuenta de la totalidad de lo real. La dimensión de lo imaginario promete la ilusión de aprehender esa totalidad.

Los relatos políticos combinan ambos aspectos. La dimensión simbólica que designa y ordena, y la dimensión imaginaria que ofrece y anticipa la totalidad. Una narrativa será más convocante e identificatoria cuanto más incluya esta segunda dimensión.

La lucha por la hegemonía es la competencia entre los diferentes relatos para afirmarse como sentido común en una sociedad. Esto quiere decir que para darle significación a su pasado y a su presente, y también para poder funcionar y caminar hacia el futuro, es necesario un consenso en torno a una visión colectiva que legitime la marcha de la sociedad.

Los diferentes actores sociales y políticos compiten en esa lucha hegemónica por imponer su relato como sentido común. Y en Uruguay el terreno, el territorio decisivo donde se da esa lucha por la hegemonía, son las capas medias. No hay hegemonía de la izquierda sin ellas de su lado.

El bloque popular alternativo que el FA quiere afirmar está compuesto fundamentalmente por la alianza de trabajadores y capas medias. No es sólo la suma de FA más PIT-CNT y las demás organizaciones sociales del campo popular, que son, por supuesto, imprescindibles.

En Italia, Antonio Gramsci preconizaba que los trabajadores debían superar el corporativismo para construir el bloque histórico con los campesinos. Lo mismo le cabe al FA en relación con los sectores medios.

5 De todo esto surgen varias líneas de acción, además del estudio, el diálogo y la negociación ante las demandas. En lo discursivo, rebatir y deconstruir el discurso de la derecha. Cifras y datos son necesarios pero no suficientes, porque aquí se juega también la dimensión de lo afectivo y subjetivo.

El discurso de los autoconvocados aglutina temas contradictorios, pero con un significante central: el Estado parásito, expoliador y ausente.

El FA debe levantar un discurso convocante con el que identificarse, no reducido al Estado, sino centrado en la articulación del Estado y de la sociedad, que no se limite a levantar la gestión, que incorpore la dimensión del proyecto y del futuro, sin los cuales no hay sentidos para la acción humana.

6 En lo programático, el FA tiene que avanzar hacia un modelo de desarrollo que le dé solidez a la economía y espacio a los sectores medios, a la pequeña y mediana empresa, a los emprendimientos autogestionarios; que asocie el desarrollo a la dimensión local y a la descentralización. Y que tanto en lo simbólico y discursivo como en lo material y posmaterial ofrezca un mayor reconocimiento a esos sectores.