Si el título de mejores de América otorgado a muchachos de hasta 20 años es el motivo de nuestra alegría, de nuestro festejo, de esa sensación de satisfacción y seguridad, también hay que revisar y ponerse más contento al descubrir que hay otros índices de alegría, de satisfacción y de esperanza, es decir, de futuro. En un país donde, cuando recién comenzaba la historia del fenómeno deportivo más masivo y popular del cosmos, hace más de 100 años, el rector de la Universidad de la República tomó firme posición a favor de ese novel deporte en el que un montón de muchachos, copiando a los gringos que bajaban de los barcos, corrían detrás de una pelota, no debería llamar la atención que la academia, la organización, la racionalidad, el sistema, la creación y la recreación tomen forma de estructura futbolística.
Sin embargo, la aparición de un tan simple como complejo proyecto de desarrollo del fútbol mediante la selección nacional, pergeñado por Óscar Washington Tabárez como cabeza y guía con vasta experiencia y reconocida idoneidad, llamó la atención, fue puesta en discusión y recién fue promulgada de manera provisoria, cual interinato de gloria, por el sello del utilitarismo tras el cuarto puesto en Sudáfrica, el título número 15 Sudamericano, el segundo escalón del Ránking FIFA, las dos finales mundiales de sub 17 y sub 20, el título de campeón Panamericano, y algunas cosas más.
Ganar ganando
La presentación y exposición analítica del proceso de “Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas” dio lugar a la idea de que estábamos ante algo muy grande y serio que había sido presentado en el momento oportuno y que, además del inocultable liderazgo positivo de Tabárez, debía contar con un amplio, serio y responsable respaldo para desarrollarlo. El documento se planteaba como objetivos “establecer políticas de selección y dar permanencia y continuidad a su organización”, que entre otras cosas dé “un perfil del futbolista de selección uruguaya que abarque los aspectos técnicos, éticos y disciplinarios”. Muchos de los que empezaron la escalera en juveniles en este proceso ya han llegado a la mayor, y unos cuantos de ellos participaron en Mundiales o fueron campeones de América. Muchos de los sub 20, sub 17 y sub 15 forman parte de este grupo.
Ser campeón
El resultado final del partido, que además determinaría el resultado final del campeonato, nunca podría ser determinante para la evaluación y proyección de esta generación de futbolistas uruguayos. Tampoco lo había sido el partido con los venezolanos, la derrota y la incalificable duda que permitía, en menos de un segundo, cambiar de góndola aquel producto exitoso y volcarse a copiar a la mesa de saldos. Miren que eso pasó, no lo estoy inventando.
Mientras los ajenos comentaristas con berretines de especialistas se trataban de explicar la oncena y los cambios -“¿Cómo puede ser que no juegue Schiappacasse?”-, Joaquín Ardaiz, justamente quien lo reemplazó desde el arranque, a los cuatro minutos participó en una presión con asalto a la última línea ecuatoriana y, tras robar la pelota, puso el 1-0 tranquilizador y placentero. Además de traer alivio, fue determinante para el desarrollo del juego en la primera parte del partido, sabiendo sufrir el ahogo de la natural posición de ataque de los ecuatorianos y permitiéndose ensayar esbozos de contragolpe que dejaban ver el tráiler de un nuevo gol.
Fue un saque firme de la defensa, que Nicolás de la Cruz transformó en pase al recibirla. Luego levantó la cabeza y puso a correr al salteño Ardaiz, que en su carrera a la gloria definió muy bien ante la salida del arquero, para gritar el segundo gol uruguayo, su segundo gol. Después, fue de singular importancia seguir haciendo el trabajo de control, defensa lisa, y buscar el bonus psicológico de irse al entretiempo con el 0 en el arco y una buena ventaja. Lo colectivo de la labor, sumado al conocimiento y la práctica de lo estratégico, lo táctico del momento del partido, incluyendo el agotamiento del tiempo para ir asfixiando una lógica y natural reacción postrera de los locales, fueron tan destacados como la labor individual de varios de los gurises.
A los 20 minutos de la segunda parte, Ecuador tramitó el expediente de una manera muy oriental y, con un pelotazo larguísimo del zaguero central, puso a correr a Hernán Lino, que con un imperceptible toquecito hizo quedar a medio camino al arquero Santiago Mele y se convirtió en el descuento local.
Con Ardaiz prematuramente agotado, Coito recurrió al ingreso de Rodrigo Amaral, a quien colocó como punta. Administrar el tiempo y el desgaste físico pasó a ser el eje del juego uruguayo, ya mucho más orientado a conseguir el título con los dos resultados posibles que a sumar otro gol que, por otra parte, no le hubiese quedado mal al partido, que finalizó 2-1 y con festejo.
El éxito, el triunfo y las causas
¿Por qué ofrecemos más sensaciones que información? Seguramente porque la mayor parte de las sensaciones emergen de un sólido sedimento de información que se fue acomodando entre opiniones inválidas y desesperados obreros de la motosierra que, en cuanto perciben un resquicio, te meten la Goldfarb. La sensación, ya firme, sólida y a punto de transformarse en información científica, es la de que estamos en la periferia costera del mejor momento del fútbol uruguayo de las últimas décadas. Y no es casualidad; es, claramente, causalidad.
Está claro que este germinador ya está dando frutos y que la sucesión de acontecimientos de destaque -aun sin ganar todo, lo que veladamente marca la derrota del utilitarismo- nos muestra el camino. “La recompensa está en el camino”, dijo Tabarez, y sabía lo que decía, porque el mayor éxito de este grupo, y el de todos los deportistas que se ponen la celeste, es el fuerte sentimiento de identificación y empatía que han despertado en nosotros, en la gente, y eso no necesariamente se apoya en resultados. Hay una sucesión y una continuidad de eventos -más allá de los vaivenes de la competencia, en la que casi siempre uno es mejor que otro- que hacen a la cosa. Por ejemplo, la continuidad de un proceso que ahora empieza en la selección sub 15, que hace unos años empezó en la sub 17 y que sigue como si se tratara de un proceso de currícula avanzando en aptitudes y seguramente también en actitudes.
Hay otro desarrollo recuperado, que tiene que ver con el seguro estilo de juego de estos uruguayos. Así, esa casi natural y clásica escuela de la marca uruguaya, desarrollada como una necesidad para competir con equipos superiores, toma una relevancia fundamental como eje de una parte del desarrollo en el campo de juego y se complementa con lo mejor de nuestro tener la pelota, ya sea con el aporte de jugadores que se encuentran en su momento de mayor brillo, o sacándole jugo a un ladrillo en una estudiada y pensada pelota quieta.
Estos campeones tuvieron todo eso y seguramente tendrán más, pero además tienen el beneplácito placentero de nosotros, sus esperanzados seguidores en el camino.
¡Uruguay nomá!