Entre aquellas versiones bohemias de los técnicos Gastón Machado y Edgardo Arias, y la actual de Jorge Giordano, asoman diferencias.
La temporada es aún muy joven como para afirmar que se trata de un cambio estilístico efectivo, pero al menos cuatro de los siete puntos del invicto Wanderers llegaron tras trámites adversos, en los que la pelota otrora tan amiga fue administrada por rivales más inspirados que efectivos. Pasó durante el debut con Danubio, que terminó en sombrío empate. Se repitió ayer en el Saroldi con River Plate, pero esta vez la tarde se cerró con una victoria 2-1 que genera esa sonrisa especial asociada a un éxito obtenido sobre la gramilla del vecino.
Ayer, aquel equipo hecho de jugadores capaces de entrar tocando al área chica rival ganó con dos goles de larga distancia y sin muchos más remates que esos dos. El primer tanto nació del oportunismo y el talento de Sergio Blanco, que a los ocho minutos se encontró con una pelota mal jugada y sacó un disparo inatajable que fue a dar a un ángulo. El segundo se concretó casi a la media hora del complemento, poco después del ingreso del jugador que posiblemente ostente el mejor registro en la relación entre minutos jugados y goles convertidos: Cristian Palacios, quien la embocó con un remate fuerte, lejano y bajo cuando sólo hacía dos minutos que estaba en la cancha. El mérito llegó de la mano de una actitud que tuvo efecto despertador y cuestionó su condición de suplente. Es que el Wanderers de la primera media hora del complemento se dedicó a padecer al mejor River de la tarde y mató a pelotazos inalcanzables a un solitario Chapita Blanco. Como en Jardines hace 15 días, mantuvo expectativas gracias a un gran partido del arquero Martín Rodríguez. Y eso que el golero no pudo con todo: en medio de los dos tantos bohemios, cuando iban 42 minutos Fernando Gorriarán lo vulneró con una muy buena definición posterior a una gran maniobra personal y a una linda raíz colectiva. Tras el empate parcial nació lo mejor de los darseneros. La intensidad de Gorriarán encontró buena compañía en el tándem derecho compuesto por el lateral Giovanni González y el volante Nicolás Rodríguez. El lateral bohemio Martín Rivas no pudo con ellos, a tal punto que Giordano lo sacó temprano para poner a Lucas Morales. Pero al ingresado también le costó, y la puerta zurda bohemia siguió abierta. El complemento fue un cúmulo de lindas combinaciones locatarias bien acompañadas por Matías Jones y por los ingresados Alexander Rosso y Gonzalo Vega. Hubo varias situaciones claras, pero faltó ese gol que Wanderers compró pagando poquito.
El tanto de Palacios desmoralizó a River. Como si los muchachos de Julio Avelino Comesaña hubieran empezado a sentir el peso de ser uno de los colistas con un solo punto tras tres partidos. Corregir entre derrotas es más difícil que hacerlo entre victorias. Esa es la ventaja de Giordano. Mientras su equipo da pelea y deja atrás esa doble actividad que tanto distrae, debería contar con la tranquilidad necesaria para que Matías Santos, Ignacio González, Santiago Martínez y Adrián Colombino vuelvan a tener la pelota más que tener que correr por ella.