–¿Cuándo ingresó a las FARC y qué la impulsó?

-Ingresé el 20 de noviembre de 1981, porque me hicieron un pedido. Yo militaba en la Juventud Comunista de Colombia y un compañero del partido me pidió si podía ir a ayudar al comandante Jacobo Arenas en un trabajo de secretaría. Yo tenía 20 años en ese entonces, y él necesitaba a alguien que lo ayudara. Fui a eso, pero resultó que él escribía mejor que yo, entonces me quedé ayudándolo con unos cursos de filosofía y economía. Después me dijo que me fuera a un frente unos días a dar esos cursos. Pero resulta que, cuando llegué, me enamoré de la guerrillerada. Me enamoré de esa capacidad de trabajo y de entrega, de la gente que vivía en ese campamento, que eran 80 hombres y cuatro mujeres. Entonces decidí quedarme para contribuir con los pocos conocimientos que tenía. Ahí aprendí los cursos básicos militares y todo lo necesario para defenderme en caso de un ataque del Ejército. Además, fui interactuando con la gente, enseñé a muchos a leer y a escribir, di esos cursos políticos y ahí me fui metiendo. Ya van 35 años.

–Podría decirse que ingresó casi por casualidad.

-Sí, o sea, yo iba a ayudar a una secretaría. Me dijeron que era importante porque [Arenas] era uno de los jefes y lo necesitaba. Dije “bueno, yo más o menos escribo en una máquina”. Esa es una de las contradicciones que se presentan: a veces creemos que porque la gente está en el monte no sabe cosas, y que los que sabemos somos los que estamos en la ciudad. Esa fue la primera estrellada que me di. La gente allá tiene muchos conocimientos, tiene sus saberes populares. El comandante Jacobo escribía con dos dedos y escribía mucho más rápido que yo. Fue comiquísimo porque terminé dictándole y él escribiendo unos documentos que necesitaba pasar en esténcil, porque la propaganda en esa época se hacía con mimeógrafo. Estaba digitando las tesis de la séptima conferencia guerrillera y yo lo ayudé a pasar una buena parte de esos documentos. Después fue lo del curso y así fue que me fui quedando, porque vi que había mucho que hacer, y que se podía aportar en la construcción de ese ejército del pueblo, que tenía un objetivo muy claro y era cambiar esa sociedad tan injusta y el terrorismo de Estado que estaba asesinando a mucha gente en el país.

–¿Cómo ha sido su experiencia desde entonces?

-Ha sido una experiencia por un lado muy linda, porque pude formar a mucha gente, enseñarle a leer y a escribir a guerrilleras y guerrilleros, hacer entender la situación política que se está viviendo en el país y brindar elementos teóricos para que nuestra gente entendiera mucho más en qué estábamos. Pero por otro lado, muy triste también, porque ha sido mucha la gente linda que he conocido y que ha muerto de distintas maneras. Unos han muerto en combate, otros a traición, han caído vivos en manos del enemigo, y sin embargo les han dado su tiro de gracia. Murieron hombres y mujeres muy jóvenes, que se fueron con la ilusión de ayudar y de sacar este país adelante. He conocido el país en distintas facetas: la Colombia campesina, abandonada y marginada, y la Colombia de las grandes ciudades. Tuve la oportunidad de trabajar en el campo internacional y de conocer cómo funciona el mundo en cosas importantes que pueden servir para mi país. Después de todo ese caminar, ahora estoy convencida de que este proceso de paz que estamos sacando adelante es necesario y justo, porque no podemos seguir en un enfrentamiento eterno en el que ni el Estado fue capaz de acabar con nosotros ni nosotros fuimos capaces de tomar el poder para seguir adelante con nuestro proyecto. He aprendido mucho de eso, creo que puedo aportar y eso me hace sentir bien, aunque, como te digo, con el dolor de la muerte de tanta gente.

–¿Qué sintieron cuando finalmente se firmaron los acuerdos de paz con el gobierno colombiano que dieron lugar a este actual proceso de desarme?

-Las FARC ya habían intentado buscar una salida política al conflicto en cuatro ocasiones. Una salida que fuera legal, ya que nosotros estamos alzados en armas porque esa fue la vía que nos dejaron en la aplicación del terrorismo de Estado. Este país necesita un cambio y el presidente [Juan Manuel] Santos no es que sea mejor que los otros, pero creo que jugó un papel muy importante al haber decidido incluir a los militares activos en el proceso. Así, logró crear las condiciones reales para pasar de la vía ilegal y de la lucha armada a la vía legal sin armas. Nosotros hemos cambiado de forma de lucha pero seguimos con nuestro objetivo. Este acuerdo de paz es importante, primero, porque se preservan vidas, y aquí incluimos las vidas también de la contraparte. Además, porque en la medida en que hemos podido compartir con los militares que eran nuestros enemigos directos -la Policía, las distintas fuerzas armadas del Estado- hemos podido encontrar a seres humanos como nosotros. Ellos se han dado cuenta de que no somos como nos pintaban, y eso ha sido fundamental para que este proceso vaya poco a poco saliendo adelante. Todavía hay muchas dificultades, todavía tenemos muchos escollos, pero por ejemplo, para las mujeres, este proceso ha sido fundamental.

–¿En qué sentido?

-Porque las mujeres pudimos jugar un papel importante en los diálogos, tanto las que estaban en la comisión de diálogo como las que estábamos en otros trabajos nutriendo a esas que estaban en la comisión. También las mujeres colombianas aportaron mucho, en la medida en que exigían desde distintas organizaciones la necesidad de que esos diálogos tuvieran en cuenta a las mujeres. Entonces eso ha sido muy gratificante por distintos lados.

–¿Cuáles son sus expectativas, personales y políticas, sobre esta nueva etapa que empieza tras la desmovilización?

-Realmente, después de tantos años de vivir en el campo y después de que termine este trabajo que estoy haciendo ahora como integrante del mecanismo de monitoreo y verificación de cese el fuego, yo quiero volver a trabajar con las comunidades. Las FARC tienen varios proyectos para trabajar con la gente con la cual hemos vivido tantos años: productivos, sociales, educativos. Ese sería uno de los campos que me gustaría seguir desarrollando. Me veo ahora trabajando nuevamente con las comunidades, pero sin la presión de la persecución por parte del Estado colombiano. Ya en condiciones de legalidad.

–¿Existen diferencias entre guerrilleros y guerrilleras? En cuanto al acceso a cargos de liderazgo, lo que tiene que ver con las tareas cotidianas, el trato...

-Nosotros como organización compuesta por colombianos y colombianas, seres humanos formados en una sociedad machista, arrastramos hacia las filas esa misma situación. Sin embargo, las FARC han tenido un acumulado de participación de las mujeres y del trato igualitario, que es la base del desarrollo que después hemos tenido en la posibilidad de que las mujeres participemos en las distintas actividades de la vida guerrillera. Se puede hacer un recuento histórico. Antes, cuando empezó la lucha, las mujeres estábamos ahí porque somos la mitad de la humanidad, porque somos la mitad del pueblo colombiano, y cuando hay problemas sociales siempre hay hombres y mujeres. Pero las mujeres estaban más como acompañantes. Después de los años 70, se les dio el reconocimiento a las mujeres en la guerra, participando en todas las actividades. Ya teníamos armas, prestábamos la guardia, hacíamos las actividades militares como los hombres. Pero pasó que entraban mujeres que quedaban embarazadas, y como la tradición dice que las mujeres son las que se encargan de los hijos, ellas tenían que salir a parir y a cuidar los hijos. Entonces siempre entraban y salían, y nunca había habido, hasta ese momento, un acumulado de trabajo femenino. A partir de los años 80, la organización plantea la necesidad de planificar, entonces hay menos embarazos y las mujeres se mantienen en el tiempo, y empezamos a desarrollarnos, haciendo todo el proceso de acumulación. Los hombres ya nos llevan mucha ventaja. A partir del año 2000, que ya hay muchas más mujeres, las mujeres empezamos a participar en todo: en el combate, en las comisiones de inteligencia de combate, en el trabajo con explosivos, en los grupos de propaganda, algunas en mandos medios o integrantes de estados mayores de frente, en las estructuras intermedias, etcétera. A partir de los diálogos, creo que se populariza más el trabajo de las mujeres. En un pleno de 2013 se logró un debate muy rico, con aportes de mujeres y de hombres, para dejar plasmada en el papel una teoría mucho más clara sobre las mujeres. Por ejemplo, la organización a partir de ahí se declara antipatriarcal, se habla de qué es el patriarcado, se habla del feminismo, se reconocen las luchas de las feministas y los aportes de todo el movimiento feminista mundial a lo largo de la historia. En el mismo sentido, plantea la necesidad de utilizar el lenguaje de género, se empieza a hablar de la necesidad de fortalecer y dar posibilidades a las mujeres para participar en las instancias de dirección. Ya en la décima conferencia se hace un planteo mucho más profundo, con elementos de mayor calibre. Por ejemplo, se empieza a plantear la necesidad de formar rápidamente cuadros femeninos no sólo para el trabajo de mujeres, sino para el trabajo político, social y económico de la organización. Y ahora se hizo un pleno en el que entraron muchas más mujeres al Estado Mayor Central, y se ha hecho un taller de género que ha permitido mostrar la importancia del trabajo con las mujeres y de desarrollar aun más su participación política en las instancias de dirección de la organización. Nosotras podemos decir que nos sentimos contentas porque dimos pasos gigantescos, y hay que reconocer también el aporte grande que han hecho varios hombres, incluidos varios de la dirección nacional, que han permitido y han colaborado para que este cambio fuerte que se ha dado llegue a feliz término en la participación masiva de mujeres en el trabajo político de nuestra organización.

–Recién decía que a partir de los años 80 la guerrilla empieza a “planificar”. ¿Se refería a controles de la natalidad? ¿A los abortos?

-Claro. Al comienzo estaba lo de la planificación, pero no estaba muy claro lo del aborto. Después, la organización, y las mujeres, consideramos que el aborto es una opción de las mujeres, una decisión personal de decidir sobre su cuerpo, y muchas mujeres abortaron, pero otras decidieron tener a sus hijos. Por ejemplo, yo tengo una niña. Otras no querían ser madres, entonces optaron por abortar o por cuidarse para no tener embarazos. Ahora, que no hay guerra, hay nuevas condiciones, y las parejas han decidido crear sus familias. Hay una proliferación grande, más de 100 mujeres embarazadas, algunas ya han dado a luz. Otras que tenían a sus hijos lejos los han recogido, los tienen cerca de ellas, porque ahora es posible.

–¿No tener hijos era entonces obligatorio?

-Había una prohibición, sí. Es decir, toda mujer que ingresaba sabía que siendo guerrillera no podía ser madre. Primero porque no se podía traer hijos y dejarlos regados por ahí. Segundo, porque el enemigo siempre utilizó a nuestras familias para luchar contra nosotros. Hay infinidad de historias de esas. Pero además, ¿cómo los íbamos a cuidar? ¿A dónde los íbamos a llevar? ¿Qué futuro les podíamos dar mientras estuviéramos enfrentados?

–¿Cuántas mujeres hay hoy en día en las FARC?

-Somos más o menos 40% de las fuerzas. El crecimiento tan masivo empieza en los 80, pero cuando más se desarrolla es a partir del año 2000, cuando ya hay una proliferación inmensa de mujeres. Cuando una habla con las muchachas nuevas, percibe que las nuevas generaciones ingresan huyendo de la miseria, de la pobreza y de la violencia estructural. Huyen de la violencia de género, del maltrato, de las violaciones, de los golpes, y también porque no quieren parecerse a sus mamás; no porque no las quieran, sino porque no quieren reproducir sus roles y su sufrimiento. Entonces ven en la guerrilla una posibilidad de ser sujetos políticos y de desarrollarse de otra manera. Otras ingresaron porque sus familias fueron asesinadas por los paramilitares y quedaron a la deriva. Los jóvenes quieren escapar de la miseria. El campo colombiano es un campo muy abandonado, muy atrasado, con una escasa infraestructura, sin educación buena, sin salud, sin opciones distintas a ser un peón si eres hombre y cocinera si eres mujer, sin poder salir de esa rutina. La guerrilla era una opción mucho más llamativa, y por eso ingresaban masivamente.

–Hablaba de que muchas escapaban de la violencia de género y las violaciones, y pensaba en varios casos de abusos sexuales que se han dado a conocer en otras guerrillas. ¿Qué pasó en las FARC?

-Los reglamentos nuestros son muy claros en eso: la violación sexual de hombres o mujeres es un delito. Al comienzo decía “violación de mujeres”, después se cambió por “violación”. Los reglamentos de las FARC protegen no sólo a las mujeres sino a la estructura. Ningún hombre o mujer puede atentar física o psicológicamente contra ninguno, ni de mandos hacia tropas, ni de tropas hacia mandos, ni entre iguales. Riñas, maltratos, son sancionados por los reglamentos que nos rigen. Ahora, no quiere decir que no se hayan presentado casos. Pero si se presentaron, se aplicaron los reglamentos.

–¿Cómo ve a Colombia hoy en día?

-Creo que la sociedad colombiana ha cambiado y me parece que las mujeres han avanzado mucho. Actualmente, hay muchas dirigentes sindicales e indígenas, dirigentes importantes en las organizaciones de derechos humanos. Las mujeres en las ciudades han visto la necesidad de formarse; por lo tanto, un buen número de mujeres está en la universidad buscando mejores condiciones como personas y como trabajadoras, y eso me parece que es importante. Ahora estamos en este proceso, y creo que si logramos que el Estado cumpla sus compromisos, Colombia va a salir adelante. Esperamos que se mejore la situación social de la población y que haya condiciones políticas que permitan que el país se desarrolle con partidos de izquierda fuertes que no sean asesinados por los paramilitares o por organismos de seguridad del Estado. Es importante trabajar con mucha fuerza y optimismo para contribuir a que Colombia salga de esta encrucijada en la que ha estado durante ya mucho tiempo.