En el subterráneo, entre las estaciones Universidades y Las Aguas del transporte público bogotano TransMilenio, suena una guitarra, suave. La gente que camina, como yo, de una estación a otra no ve al artista, pero lo escucha. Algunos se extrañan. Otros ni eso. Parece que les diera igual, que para ellos fuera un jueves cualquiera, como muchos en sus vidas. Después de caminar un poco descubro de quién se trata: es un joven de unos 20 años, barba, jeans y sandalias, cantando While My Guitar Gently Weeps, de The Beatles. Una chica se le acerca, sin mirarlo, y le bota dos monedas en un sombrero que el cantante ha puesto en el piso.

Todo parece limpio, normalito, pero no.

El ministro de Defensa de Colombia, Luis Carlos Villegas, dice que no, que no es así, pero las cifras y los testimonios lo contradicen. Fueron 104 los dirigentes sociales asesinados entre 2016 y lo que vamos de 2107, algo así como seis asesinatos por mes. Que no hay paramilitares, dice Villegas, que hay asesinatos pero que no son sistemáticos. Que los homicidios cometidos contra los defensores de derechos humanos están relacionados con el crimen organizado, como si los paramilitares fueran criminales desorganizados.

A Emilsen Manyoma, defensora de derechos humanos del Bajo Calima, perteneciente a la Red Corpaz, por ejemplo, la asesinaron el segundo fin de semana de enero. Según las autoridades, su cadáver y el de su esposo, Joe Javier Rodallega, asesinado junto a ella, fueron encontrados en avanzado estado de descomposición en la vía férrea de Buenaventura, más exactamente en la vereda [sección administrativa municipal] El Limonar del barrio El Progreso.

En avanzado estado de descomposición quiere decir que las autoridades son ineptas, que no fueron capaces de evitar esos asesinatos. Una vez asesinados, da lo mismo encontrar los cadáveres dos días o cuatro meses después. El ministro dice, pero no hace, y con esa actitud ni obliga ni motiva a sus funcionarios a trabajar en lo que corresponde. Si las autoridades del Estado se van a dedicar a recoger cadáveres y no a evitar asesinatos, algo están haciendo mal.

Sobre las consecuencias del desconocimiento de este tipo de asesinatos ya tenemos antecedentes en el país, y muy graves. Uno de ellos es el genocidio del partido político Unión Patriótica (UP), que se fundó como resultado del proceso de paz iniciado en 1984 entre el gobierno del entonces presidente Belisario Betancur y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Los miembros de la UP fueron exterminados casi en su totalidad y las cifras de impunidad, que en ese caso alcanzaron el 99%, fueron y siguen siendo de las más vergonzosas de la historia.

Pareciera que hay muertos que duelen y otros que no, dependiendo de sus características. Si el muerto es mujer, duele algo; si es negro, un poco menos; si es de izquierda, lo mataron porque se lo merecía; si es de derecha, por eso mismo, parece ser la consigna. La idea del otro como extranjero, como extraño e incluso como enemigo fue uno de los legados más crueles que nos dejó el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, además de haber convertido una polarización del país, que era política, en cultural, y hay quienes todavía viven, caminan, respiran, bajo estas premisas.

Cada uno defiende a sus muertos, por sectores. Cuando asesinan a alguien de derecha, se reúnen, exigen justicia, marchan. Cuando asesinan a alguien de izquierda, son ellos quienes marchan y exigen justicia, pero es muy raro ver a los de derecha y a los de izquierda reunidos, marchando por un muerto de cualquiera de los dos bandos, o de ninguno.

Los dolientes de los asesinatos de los 104 líderes sociales son pocos. Uno de ellos es el diputado Alirio Uribe, del Polo Democrático Alternativo, quien ha dicho que la Fiscalía tiene la obligación de informar en qué están las investigaciones, quiénes son los detenidos por estos asesinatos, quiénes son los responsables; y si es verdad que no es un plan sistemático, sería más fácil esclarecer los crímenes. Sólo Uribe y algunos otros, muy contados, han levantado su voz para dar a conocer sus preocupaciones por estos hechos. Nadie más.

Si no cambiamos la mirada que tenemos del otro, y dejamos de verlo como ese enemigo al que hay que exterminar, va a ser muy difícil que los miembros de las FARC que están empezando un proceso de regreso a la vida civil puedan seguir con sus vidas.

Y no sólo los miembros de las FARC, sino los que vengan de otros procesos.

While My Guitar Gently Weeps, la canción que cantaba el chico en el subterráneo de TransMilenio, tiene una letra simple pero profunda. En alguna parte dice: “Miro al piso y veo que necesita limpiarse, mientras mi guitarra sigue llorando dulcemente. No sé por qué nadie te dijo cómo demostrar tu amor. No entiendo cómo alguien te controló. Ellos te compraron para venderte”.

La canción de The Beatles nos cuestiona. Seguro que el piso de Colombia necesita limpiarse porque todavía hay mucha sangre corriendo por las calles y los campos, muchos muertos. Quizás estamos perdiendo las formas de demostrar el amor a los demás, sean quienes sean los demás. Quizás seguimos siendo controlados y lo seguimos permitiendo. Quizás nos compraron para vendernos y no estamos haciendo nada para salir de las vitrinas. Mientras tanto, en muchos lugares de Colombia hay guitarras que siguen llorando dulcemente.