A pesar de que todas las evidencias indican que el ataque del gobierno de Siria en Jan Shijun fue realizado con armas químicas, el gobierno ruso vetó una resolución de condena en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). “Si permitimos que se condene a Siria con acusaciones falsas, tarde o temprano a nosotros también nos van a acusar de bombardear Chechenia o Ucrania con armas químicas, algo que de ninguna manera estamos planeando hacer, pero, como decía, el riesgo de una acusación falsa existe”, aseguró el presidente ruso, Vladimir Putin.
Las reacciones de la comunidad internacional ante el ataque no se hicieron esperar. El presidente de Francia, François Hollande, instó al gobierno sirio a “dar por terminado en forma definitiva cualquier programa de fabricación y uso de armas químicas”, y recordó: “En esta guerra civil han muerto más de 300.000 personas, y la inmensa mayoría no fue víctima de armas químicas. ¿Por qué no seguir matándolas con el armamento tradicional que vendemos nosotros?”. Theresa May, primera ministra de Reino Unido, calificó el ataque de “una muestra de salvajismo inaceptable en pleno siglo XXI” y amenazó con imponer duras sanciones al régimen sirio si las masacres no se hacen “en forma civilizada y con pólvora”. Por su parte, la canciller alemana, Ángela Merkel, afirmó que el uso de gases tóxicos “vetustos y poco eficientes” es “una conducta bárbara y primitiva que debería ser erradicada de la faz de la Tierra”, ya que “hoy en día hay armamento mucho más efectivo y amigable con el medioambiente. Está claro que aquí hay dos formas diferentes de ver el mundo y el progreso de la raza humana”. La posición del gobierno de Estados Unidos fue un poco más cauta. El presidente Donald Trump declaró que la situación en Siria es “extremadamente compleja”, ya que “los malos son musulmanes, pero los buenos también son musulmanes; existe la posibilidad de que ambos lados sean culpables”.