Rotterdam, 8.20 de la mañana. Bajo del tren urbano en la parada de Woudestein Camp para llegar a la clase que comenzará diez minutos más tarde. El café en la mano me sostiene, abriga a un uruguayo poco acostumbrado a los diez grados bajo cero de una fría mañana de febrero en pleno invierno holandés. Llego al salón y el profesor Gijs van Oenen me saluda eufóricamente. “Ayer he escuchado sobre el programa one laptop per child en su país. Realmente es increíble el Uruguay, lo felicito. Es el laboratorio del progresismo”.

¿Por qué en Holanda un destacado profesor me comenta lo bien que ve a un pequeño país del sur del mundo y lo llama “el laboratorio del progresismo”? ¿Por qué, sin embargo, los uruguayos en las encuestas reflejamos una percepción de que la cosa no va tan bien para que sea considerado un modelo a seguir por el resto del mundo?

Desde la salida de la crisis de 2002 hasta 2015, en el estudio de comportamiento del consumidor que hace la empresa Equipos, la cantidad de personas optimistas era mayor que la de pesimistas, pero ese último año hubo un cambio en la tendencia: actualmente, 16% de los uruguayos cree que la situación económica es buena, 40% la considera “más o menos” y 44% opina que es mala. Como bien han señalado algunos colegas, antes de la crisis (de 2002) teníamos 10% positivo y 40% negativo, valores muy similares a los de hoy.

¿Qué es lo que nos pasa como sociedad? Trataré de plantear tres respuestas. Una, desde la demanda de renovación de la agenda política progresista. Otra, desde los estadios culturales en determinados niveles de bienestar de las sociedades. Una tercera respuesta, desde lo que comprendo como el way of life de parte del micromundo político uruguayo y su problema para renovar la agenda política.

Si hay algo que la fuerza política de izquierda tiene pendiente es la generación de una nueva agenda de temas que innove en contenidos y prioridades. Más allá de mantenerse o no en el gobierno nacional, hoy la fuerza política tiene una vida independiente del gobierno, y es en ella donde deberían darse espacios de discusión respecto de qué contenidos tiene para ofrecer hoy el progresismo a nuestro país. Parte del descontento y de la deslegitimación pasan por una fuerza política que aún no es capaz de jerarquizar otras demandas luego de 15 años ininterrumpidos de crecimiento económico, reducción de la desigualdad y baja sostenida de la pobreza.

¿Por dónde pasa esa agenda renovada? Temas como la generación de oportunidades para que Uruguay se convierta en un país para quedarse, donde las cosas que uno quiere emprender sucedan y no encontremos trabas que nos obstaculicen el camino, son algunos de los temas que partes importantes de ese 40% que tiene una visión negativa sobre la economía está esperando escuchar.

Algunos pasos certeros estamos viendo en una agenda económica 2.0 que llevará adelante el futuro Sistema Nacional de Transformación Productiva y Competitividad, haciendo hincapié en generar una estructura más ágil, más simple y más activa en crear oportunidades para el desarrollo económico. Ya sea promoviendo la imagen país en el exterior, el financiamiento para quienes quieran emprender, la reducción de inequidades entre Montevideo y el interior, formando y capacitando a quienes quieran especializarse en nuevas áreas de trabajo, hay una agenda que está instalada y que nos dará pistas de por dónde avanzar. La renovación de esa agenda económica viene de la mano de la respuesta a los desafíos del futuro. Así como le sorprendió al profesor holandés la posición de Uruguay en este tema, también debemos pensar en la innovación constante como herramienta que potencie a todos los sectores económicos.

La agenda reviste detrás dos valores fundamentales: eficiencia y transparencia. La ciudadanía celebra los avances, pero se escandaliza por el derroche de recursos producto de gestores públicos ineficientes, así como las decisiones poco transparentes. La renovación de banderas de lucha en la agenda política también pasa por allí.

En segundo orden, hay un plano cultural respecto de lo que nos pasa como sociedad cuando ya hemos satisfecho algunas demandas básicas y accedemos a otros estadios de bienestar. En 2002 la gente pedía a gritos estabilidad, certeza y rumbo. La pirámide de Maslow nos puede servir para explicar dónde nos encontramos como sociedad. Hace 15 años en Uruguay había necesidades fisiológicas que no estaban cubiertas para el conjunto de la población, vinculadas a la alimentación y la salud. También, en un segundo plano, la pirámide de Maslow reconoce como necesidades básicas las vinculadas a la seguridad, en este caso asociada al trabajo, al acceso a recursos básicos, etcétera. Los niveles más altos de esta pirámide están vinculados a la afiliación, el reconocimiento y la autorrealización. ¿Estamos, como sociedad, en una escala más alta y, por ende, más exigente respecto del avance de nuestra economía? Sí, sin dudas. En todos los estándares de medición de desarrollo, ya sea por PIB per cápita, índice de desarrollo humano, índice de cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible y otros tantos indicadores sociales como niveles de pobreza, niveles de indigencia, esperanza de vida al nacer y mortalidad infantil, Uruguay tiene las mejores cifras de América Latina. Sin embargo, la población aún siente desconcierto, está temerosa respecto del rumbo. ¿Transitamos en un Uruguay posmoderno? No lo sabemos a ciencia cierta, pero sí sabemos que los discursos políticos que en 2004, en 2009 y en 2014 hicieron que la ciudadanía se volcase masivamente por una opción progresista hoy ven el rumbo con un poco más de sospecha y desconfianza. La activación de nuevas agendas políticas que nos den sentido colectivo y que respondan a un Uruguay que ya cambió es necesaria. Es decir, culturalmente los uruguayos estamos buscando una nueva agenda de propuestas políticas.

¿Cómo es el camino para la construcción de una renovación de la agenda progresista? Me crié en otro país. Eso me permite, dos por tres, ver la actitud de muchos compatriotas con otros ojos, con otra mirada. Uno de los primeros temas que tenemos que resolver socialmente es el temor a lo nuevo, la aversión a determinados impulsos renovadores, que puedan terminar frenando a las nuevas ideas.

Por poner un ejemplo, nuestra fuerza política tiene varios líderes de la renovación política en la vuelta. Cuando te toca conversar con ellos te das cuenta de un mensaje instalado, que se repite una y otra vez: si levantás cabeza, van a empezar a pegarte.

Que si trabajás en la actividad política, entonces eso no condice con que además seas académico. Que si sos joven, entonces sos demasiado joven. Que si querés dedicarte a crear nuevos espacios, entonces te hacemos todas las chicanas posibles para que no puedas alcanzar tus objetivos. Que si opinás en redes sociales, entonces sos un moralista que qué legitimidad tiene para hablar por los demás. Que si te destacás en algo no lo podés contar, porque al final estás buscando perfilarte. Que militó en un movimiento social para buscar un cargo político, que si esto, que si lo otro. Las piedras en el camino siempre están, pero en el trabajo de construcción de una nueva agenda política hay una especie de fanatismo en un micromundo político de colocarle un poquito más de piedras a la trayectoria, como para que se haga bien cuesta arriba y sea casi imposible continuar a quienes quieran renovar la agenda y las personas. La mezquindad y el escupidero público en la plaza de las redes sociales son moneda corriente en 2017. Hay una especie de esquizofrenia entre el planteo de renovación del staff y las ideas políticas, que convive con una sociedad que sin querer termina apostando (sin que obviamente nadie lo admita) por opacar al que sobresale. Ya lo dijo Carlos Real de Azúa en El impulso y su freno: tenemos impulsos de renovación, pero se encuentran con frenos del establishment conservador. Hay actores políticos para renovar hoy en Uruguay que tienen entre 50 y 60 años, y habemos detrás de ellos otras tantas y tantos militantes que vamos a cinchar por esa renovación. Sabemos que lo haremos con la certeza de contar con estas tres respuestas a los desafíos del Uruguay de hoy: 1) la necesidad de una nueva agenda de reformas; 2) la lectura correcta de una opinión pública sobre la que predomina la desconfianza; y 3) con la firme convicción de que Uruguay no es chato, es un país de innovación, de muy buen presente, pero sobre todo de un mejor futuro. Me gustaría que en un próximo semestre, el profesor Van Oenen me pare nuevamente para contarme lo bien que ve a Uruguay en muchos otros aspectos, pero más me gustaría que sean mis compatriotas quienes, en vez de mirar con descontento y miedo la situación actual y futura, sean los constructores de un optimismo oriental que objetiva y subjetivamente pueda ver a un Uruguay feliz. Para ello, la fuerza política, la militancia y la dirigencia en su conjunto deben darle más impulsos y menos frenos a la renovación del laboratorio progresista.