Una seguidilla de hechos violentos marcó la semana en Afganistán. Comenzó el miércoles, con un atentado en el que un coche bomba mató a 90 personas e hirió a 463 en los alrededores de una zona de alta seguridad de la capital, Kabul.

Ese ataque, que fue el mayor de los últimos años en el país, motivó el viernes una protesta cerca de la sede presidencial, que se tornó violenta cuando algunos de los participantes trataron de romper el cordón policial y las fuerzas de seguridad respondieron con disparos al aire y cañones de agua.

En esa protesta, los enfrentamientos entre manifestantes y policías terminaron con cinco muertos. Uno de ellos era el hijo de un senador del partido Jamiat-i-Islami, liderado por el canciller afgano Salahuddin Rabbani, por lo que varios parlamentarios y altos cargos del gobierno asistieron a su funeral el sábado.

Durante esa ceremonia, en Kabul, tres atacantes suicidas se inmolaron, mataron a seis personas y dejaron 87 heridos. Un cuarto atacante no logró detonar sus explosivos y fue arrestado en el lugar, según confirmó ayer el Directorio Nacional de Seguridad, la principal agencia de inteligencia afgana. También informó sobre la detención de otros 12 yihadistas que planeaban atentados en varios puntos de la ciudad.

El presidente de Afganistán, Ashraf Gani, condenó el “atroz atentado” del sábado y pidió “ser fuertes y permanecer unidos”, ya que “el país está bajo ataque”. En la misma línea, el jefe del gobierno afgano, Abdulá Abdulá, hizo un llamado a la “unidad” y acusó al “cobarde enemigo” de querer causar “disputas internas” en el país. Hasta ayer ningún grupo había reivindicado los atentados.