“No te echarás con varón como con mujer: es abominación”. Esta frase no la dijo un diputado blanco en alguna entrevista que anda por la vuelta, sino que está ahí, en La Biblia –más precisamente, en Levítico 18:22–. Pero el consejo sobre con quién acostarse no queda allí, ya que más adelante –Levítico 20:13– dice: “Cualquiera que tuviere ayuntamiento con varón como con mujer, abominación hicieron: ambos han de ser muertos”. Podríamos pensar que son detalles del Antiguo Testamento, pero en el Nuevo la homofobia sigue. Para muestra, en Corintios 6:9 se deja claro que “no poseerán el reino de Dios [...] ni los afeminados, ni los que se echan con varones”.
Por lo tanto, qué duda cabe, si el Sagrado Libro lo dice, habría que derogar la Ley de Matrimonio Igualitario; no sea cosa que Dios se vaya a enojar, agarre el joystick con el que maneja el mundo y apriete los botones de tornado apuntando a nosotros. Y ya que estamos, tiremos para atrás de inmediato el proyecto de ley integral para personas trans, porque según Deuteronomio 22:5, “no vestirá la mujer hábito de hombre, ni el hombre vestirá ropa de mujer; porque abominación es a Jehová tu Dios cualquiera que esto hace”.
Es más, nos podríamos entusiasmar y modificar las leyes que nos rigen a nosotros, simples mortales, según todo lo que dice en las Sagradas Escrituras. A juzgar por Corintios, “ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos ni los maldicientes” heredarán el reino de Dios. Así que ya mismo hay que buscarle la vuelta a una Ley Antiavaro, para que no exista ni un machete más sobre la tierra. Prohíbase el Día del Centro y cualquier otra fecha de ofertas, que no son más que anzuelos diabólicos para que el avaro se embriague de placer al comprar nimiedades con 10% de descuento. Por último, créese una Comisión de Propina Justa, que analizará el dinero extra que recibe cada mozo.
Los borrachos no van al cielo, así que mejor que Tabaré Vázquez ponga quinta con el tema e impulse la prohibición hasta de la cerveza sin alcohol, por la dudas. Con los ladrones no hacemos nada porque ya están penalizados, y a los maldicientes los mandamos al diablo.
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“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni tomar autoridad sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado él primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino la mujer, siendo seducida, vino a ser envuelta en transgresión”, dice en Timoteo 2. Así que no nos vengan con eso del feminismo. Vamos a impulsar una Ley de Desigualdad de Género, que penalizará cualquier atisbo de enseñanza que surja del sexo femenino. Además, ya estamos confeccionando banderas para llevar a las barras del Palacio Legislativo cuando se discuta la ley, que rezan: “Adán, primero siempre” y “Eva, vos no tenés huevos”, porque la causa bíblica no admite medias tintas.
Ah, y no nos olvidemos que al final de Timoteo 2 se asegura que la mujer se salvará “engendrando hijos, si permaneciere en la fe y caridad y santidad, con modestia”. Por lo tanto, no se podrá vender ningún dispositivo anticonceptivo a menos de 200 metros de una mujer, y en el carné de salud se medirán obligatoriamente los niveles de caridad, santidad y modestia en sangre –ya se están probando unos modestómetros de origen chino que funcionan bárbaro–.
Según Levítico 15, Jehová les tiró unos piques a Moisés y a Aarón, entre ellos, “cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su carne, siete días estará apartada; y cualquiera que tocare en ella, será inmundo hasta la tarde. Y todo aquello sobre que ella se acostare mientras su separación, será inmundo: también todo aquello sobre que se sentare, será inmundo”. Por lo tanto, deberíamos considerar la “licencia por menstruación” y armar un par de guetos para aislar a las mujeres inmundas. Y, por supuesto, una comisión se encargará de evaluar qué se entiende por “hasta la tarde”, ya que no es lo mismo andar inmunda a las 15.00 que pasadas las 19.00.
Por otro lado, el problema de los niños y adolescentes conflictivos también tiene su solución bíblica, estrictamente, “cuando alguno tuviere hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndolo castigado, no les obedeciere”. ¿Está pensando en psicólogos y demás burócratas de la conciencia? Vamos, en Deuteronomio 21 está la respuesta. Los padres agarrarán al gurí problemático, lo llevarán para la plaza del barrio, “y dirán a los ancianos de la ciudad: este, nuestro hijo, es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces, todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá: así quitarás el mal de en medio de ti”. Por lo tanto, el Código de la Niñez y la Adolescencia será modificado para reglamentar qué tipo de piedras se podrán tirar y a qué distancia.
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De cualquier manera, la adaptación del mundo real a las Leyes Sagradas de La Biblia se convierte en una dura empresa cuando nos metemos en el Génesis, porque en ese terreno no basta con artículos y reglas hechas por mortales gobernantes, ya que son inherentes a la cosmología. Por ejemplo, allí dice que Dios hizo “dos grandes lumbreras”, “una mayor para que señorease en el día”, y “una menor para que señorease en la noche”. En la actualidad nos estaría faltando esa “lumbrera” que domina en la noche. Quizás el ghostwriter del Génesis, agobiado por la mala remuneración y el exceso de trabajo, confundió la Luna con un cuerpo que emite luz propia, o Dios le sopló mal el dato –está todo bien con que el Tipo sea omnipresente y omnipotente, pero un momento de distracción lo tiene cualquiera–, aunque cuesta creer que el más grande de los arquitectos no sepa cómo está compuesto el mundo que Él mismo creó –y me refiero a Él en presente porque, a pesar de lo que afirmaba algún filósofo sensacionalista, no se murió–.
Además, según la verdad revelada que rompe los ojos en el Génesis, Dios creó primero la luz y después el Sol, y el detalle todavía más relevante es que hizo a este último en el cuarto día. El Señor es tan capo que no necesita del Sol para que pasen sus días. Y pensar que los mortales vivimos un par de mañanas nubladas y ya lloramos la milonga.
Pero más allá de esos pequeños detalles, hay que quebrar una lanza por Dios, porque una Entidad tan grande y poderosa tuvo la actitud humilde y nada egocéntrica de hacer “todo animal que anda arrastrando sobre la tierra según su especie”, para recién al otro día crear uno a su “imagen y semejanza”. “El tigre me quedó precioso, pero ya fue, voy a hacer uno como yo”, habría dicho.
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Así las cosas, todavía nos queda un largo camino por recorrer en materia de derechos establecidos por la Santísima Biblia. Pero debemos apurarnos, porque si no, Dios se enoja, como deja constancia en Deuteronomio 28: “Si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para cuidar de poner por obra todos sus mandamientos y sus estatutos, que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán. Maldito serás tú en la ciudad, y maldito en el campo. Maldito tu canastillo, y tus sobras. Maldito el fruto de tu vientre, y el fruto de tu tierra, y la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas”, y un largo y maldito etcétera.
Al Señor no le gusta que maldigan pero él lo puede hacer. Por algo es Dios.