La semana pasada el Vicepresidente Sendic salió a los medios a defenderse y contraatacar. No quiero insistir en las peripecias y denuncias que lo envuelven: son tan repetidas que, si bien no dejan de ser graves, han caído en lo monótono. Quiero aprovechar la alusión de Sendic en el sentido de que todo lo que le está cayendo encima proviene de una reunión que tuvo lugar en Atlanta, estado de Georgia. A partir de esa suposición quiero desarrollar brevemente un rasgo característico de la izquierda latinoamericana.

Ha constituido un comportamiento habitual de las izquierdas atribuir a un foco exterior –muchas veces geográficamente ubicado en el extranjero- la causa y el origen de los males que afligen a los pueblos del continente, así como los ataques que reciben las posturas y los hombres de izquierda. En el relato de la izquierda, en su análisis de la realidad latinoamericana, existe una confabulación de fuerzas actuando en la sombra que son responsables y causantes de los tropiezos y las frustraciones de su propio accionar. Siempre se trata de una conjura oculta: a veces es económica (los trusts, Wall Street, las multinacionales), otras veces es política (las derechas, los grandes medios de prensa, los militares).

Eso se ve claramente en el discurso de Maduro, por ejemplo. Él descubre y denuncia, con una frecuencia casi semanal, una confabulación -de Obama antes, de Trump ahora- para desestabilizar a Venezuela y derribar su gobierno. Los opositores son títeres de esa confabulación. La inseguridad en las calles, los muertos, la falta de comida y medicamentos y el descontento popular provienen de ahí; ni él ni su gobierno tienen nada que ver ni responsabilidad alguna.

Ese mismo es el discurso que uno oye del P.T. en Brasil: hay una confabulación contra Lula y Dilma urdida por la derecha, la Rede Globo y la FIESP de Sao Paulo para enchastrar sus respectivas gestiones de gobierno y al P.T. Esa explicación del proceso brasilero es retomada al pie de la letra por el Plenario del Frente Amplio, el PIT-CNT, Abdala y Castellano, el P. Comunista, la mitad de los socialistas y un generoso contingente de voluntarios frenteamplistas. En ese análisis, tanto en su versión brasilera como en la versión uruguaya, no figura una sola palabra sobre Petrobras, las sobrefacturaciones y los millones en coimas; no figura la condena de prisión que cumplen los ex Ministros Palochi o Dirceu, ni la del tesorero del P.T., ni la del jefe de bancada oficialista en el Senado el senador Do Amaral, también entre rejas, ni la de los jerarcas designados por el P.T. para dirigir las empresas públicas, cómplices de los cohechos con los ricachones de Brasil.

La explicación y el discurso son siempre los mismos (en la región y acá en casa): hay una confabulación perversa, poderosa, que opera en las sombras y esa es la fábrica y origen de las denuncias y de los desastres. Nada es imputable a decisiones, actos u omisiones originadas en la izquierda. Por consiguiente, nada hay que revisar, nada hay que admitir: ¡todo proviene de Atlanta!

Naturalmente, “Atlanta” existe y hace su juego; lo que asombra es la disposición de indulgencia hacia los pecados propios. Quizás eso provenga de los años en que Cuba era el faro y el desabastecimiento, los fracasos en las cosechas y la cantidad de cubanos que preferían irse aunque fuese a nado, no se vinculaban a ningún error en las decisiones económicas de Fidel o el Che sino que eran cargadas a la cuenta del bloqueo, comodín éste que tranquilizó las conciencias de varias generaciones de la izquierda latinoamericana.

Juan Martín Posadas