Recientemente se publicó una nota sobre el voto en el exterior y sobre algunos de los argumentos que se manejaban a favor y en contra (ver la diaria del 19/08/2017). Como hijo de padres uruguayos nacido en el exterior, me tocó ver bien de cerca este tema. Pese al vínculo que tenga con ellos hoy, la noción de ser y sentirme uruguayo siempre estuvo presente en mí, pese a no venir a vivir en Uruguay hasta mucho más adelante.
Llevo casi la misma cantidad de años dentro del país que los que estuve fuera, y no por eso dejé de lado alguna vez las cosas que me hacen sentirme parte de una nacionalidad que tantas y tantos compartimos. Sí, el haberme criado en una casa donde el español era bien rioplatense, donde pronunciábamos indistintamente la ll y la y, aunque no sonaban nada a cómo se escriben, es algo que marcó mi identidad fuertemente. En ese hogar cenábamos a las diez de la noche y comíamos milanesas o empanadas, a diferencia del resto de los alemanes, que cenaban a las seis de la tarde y comían pan para la cena. Hasta teníamos un mate guardado en un placard, y cada vez que se conseguía yerba era toda una adquisición: la emoción que tenía, como niño, de poder tomar de ese objeto tan extraño, que tan amargo era, pero que a la vez reproducía una cultura auténtica que mis padres vivieron durante toda su vida, hizo que yo quisiera formar parte. Cosas como estas hicieron que hoy sea más fácil sentirme en casa, acá, en Montevideo, en Uruguay.
Las y los uruguayos que residen en el exterior lo hacen por los más diversos motivos: profesionales, académicos, económicos y quienes se exiliaron por temas políticos. Mis padres no fueron de estos últimos. De hecho, se fueron a estudiar, siempre con la idea de volver al “paisito” en algún momento.
Aunque viviéramos afuera, nunca fuimos de los que, como diría Jaime Roos, son “de palo”. Aunque no pudiéramos ir a la rambla con un mate, ir por unos bizcochitos o tomarnos una grapamiel en algún bar, siempre existieron otras formas de sentirse como en casa. Mis viejos, junto a otros latinos que ya no vivían en su país de origen, habían organizado una “murga alemana” que se reunía esporádicamente para ensayar. Cantaban de los más diversos temas, seguramente con voces muy desafinadas, pero eso no era lo que importaba: lo hacían porque era una forma de sentirse menos lejos.
Curiosamente, a bandas como No Te Va Gustar y La Vela Puerca las conocimos porque fueron una vez a Hamburgo a tocar en una fábrica abandonada que hoy es una sala de conciertos. Poco tiempo después, la gira por Europa siempre incluyó a Alemania, e incluso en la tapa del disco Aunque cueste ver el sol aparece un famoso puente de mi ciudad de origen. A la salida del concierto, en las cabecitas de todos seguía retumbando “Volvé a tu casa cuando quieras”.
Quienes vivimos, viven y vivirán en el exterior siempre tendrán una postura sobre el país que les dio nacionalidad, aunque esta sea que no te guste ni el mate, ni la murga, ni el dulce de leche, ni nada de lo que es uruguayo (bueno, capaz que el dulce de leche sí les gusta a todas y todos). Aun así, siguen siendo ciudadanas y ciudadanos de un Estado que no reconoce sus derechos más fundamentales: los políticos.
Corría 2004; mis padres y sus amigos uruguayos se juntaron para vivenciar las elecciones de ese año. Aquella vez, más allá de la afinidad ideológica que cada uno tenía, noté mucha alegría y mucha tristeza en mi casa. Alegría porque había ganado el Frente Amplio y, por primera vez en la historia, Uruguay iba a tener un gobierno de izquierda. Pero la tristeza era más compartida que cualquier felicidad. No era por los amigos uruguayos cuyo partido había perdido; era porque todos estos uruguayos y uruguayas que vivían en esa misma ciudad en que yo vivía no habían tenido la posibilidad de votar al partido que querían votar. Ninguno de ellos tuvo poder de decisión sobre aquel país del que, incluso en la distancia, se sentían tan parte.
También son y se sienten uruguayos. Yo soy y me siento uruguayo. Y así también muchos, muchos uruguayos más que residen en el extranjero. Que la distancia no sea una pérdida de ciudadanía. Uruguayos somos todos: los de adentro y los de afuera.
Diego Puntigliano Casulo