El éxodo de funcionarios que está teniendo lugar en el gobierno estadounidense desde que Donald Trump asumió la presidencia no tiene precedentes. Algunos fueron destituidos por el mandatario, otros, “invitados” a abandonar la administración y varios directamente renunciaron. Los argumentos esgrimidos fueron diversos de un lado y del otro: cansancio, pérdida de confianza por parte de Trump, incompetencia. Algunos se fueron tras haber quedado en evidencia en el marco de la llamada “trama rusa”.

Nunca antes en un gobierno estadounidense hubo tantas renuncias y despidos en tan poco tiempo como en los siete meses de la era Trump. Podría haberse previsto, si se tiene en cuenta que incluso antes de llegar a la Casa Blanca, muchas de las medidas del mandatario eran rechazadas tanto en su equipo como en el seno del Partido Republicano, por el que fue electo. Sin embargo, quienes renunciaron por desacuerdos con medidas del Ejecutivo fueron los menos.

El primero en presentar su dimisión fue Michael Flynn, que se desempeñaba como asesor de seguridad nacional del presidente. Lo hizo a mediados de febrero, a pocos días de que el mandato de Trump cumpliera un mes. Flynn, un militar de 58 años que había sido agente de la CIA y director de la Agencia de Inteligencia de Defensa, se vio obligado a renunciar luego de que la prensa revelara que le mintió al vicepresidente, Mike Pence, y a otros altos cargos del gobierno sobre una conversación que mantuvo en diciembre con el embajador ruso en Washington, Sergei Kislyak. En ese momento, el FBI y dos comités parlamentarios empezaban la investigación para determinar si hubo algún tipo de coordinación entre el equipo de Trump y el Kremlin con el objetivo de interferir en las elecciones de 2016 a favor del republicano. El entonces portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, dijo que el mandatario pidió la dimisión de su asesor de seguridad porque “perdió la confianza” en él.

Tres meses después, Trump decidió despedir al director del FBI, James Comey, porque “simplemente no estaba haciendo un buen trabajo”, según explicó. El argumento oficial del gobierno para explicar la decisión fue que Comey no hizo una buena gestión durante la investigación acerca de cómo la rival demócrata de Trump en las elecciones, Hillary Clinton, manejó su cuenta de correo electrónico cuando era secretaria de Estado. Sin embargo, Comey lideraba la investigación sobre la supuesta injerencia rusa en las elecciones y, para los demócratas y algunos republicanos, el giro que estaba dando en esa búsqueda –y que perjudicaba a Trump– fue la verdadera razón para despedirlo.

Esta hipótesis fue reforzada unos días después, cuando medios estadounidenses como The New York Times y Washington Post publicaron unos documentos que probaban que, en la semana anterior a su despido, Comey había pedido un aumento de recursos económicos y humanos para la mencionada investigación. Esto fue negado rotundamente por la Casa Blanca. Comey había sido nombrado como titular del FBI por el ex presidente Barack Obama, en setiembre de 2013.

Que se salve quien pueda

De esta ola de despidos tampoco se salvaron dos de los consejeros más cercanos al presidente. Uno fue Steve Bannon, el polémico asesor principal y jefe de estrategia de Trump vinculado a la extrema derecha, quien dejó su cargo hace 12 días. Según el diario The New York Times, Trump comunicó a sus asesores que había decidido despedir a Bannon porque había perdido la confianza en él. Sin embargo, Bannon defendió que la decisión de marcharse fue suya. “La presidencia por la que luchamos, y ganamos, ha terminado”, declaró el día de su dimisión en una entrevista con la revista conservadora The Weekly Standard. “Ahora soy libre. Tengo mis manos de vuelta en mis armas”, agregó.

Bannon rápidamente se reincorporó a su antiguo trabajo como presidente ejecutivo del portal de la llamada “derecha alternativa”, Breitbart News, seguido por neonazis, supremacistas blancos y antisemitas. Él, que provenía del mundo mediático y no tenía experiencia política previa, influyó en varias decisiones importantes de Trump –por ejemplo, en el veto migratorio contra los refugiados y ciertos inmigrantes musulmanes–, y para muchos, en la interna, era su mano derecha.

A fines de julio, Trump también sustituyó al republicano estrella Reince Priebus, que era su jefe de gabinete. Priebus, que antes de unirse a Trump lideró durante seis años el Comité Nacional Republicano, dijo que dejaba el puesto de forma voluntaria y en buenos términos, si bien algunos medios dijeron que el presidente no le dejó otra opción. El político, de 44 años, representaba al establishment político que Trump tanto criticó durante su campaña electoral. La Casa Blanca no dio explicaciones y el mandatario se limitó a decir que “lograron un montón de cosas juntos” y estaba “orgulloso” de él. Antes, en marzo, Priebus se había visto obligado a despedir de su equipo a Katie Walsh luego de que fuera identificada como fuente de filtraciones de información a la prensa. En lugar de Priebus quedó quien era secretario de Seguridad Nacional, el general John Kelly. Ese cargo lo ocupa ahora, de forma interina, Elaine Duke.

Vías cortadas

También sufrió cambios el equipo de comunicación de Trump. El primero en tirar la toalla fue el ahora ex portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, cuando el mandatario le impuso como director de comunicaciones a Anthony Scaramucci, un abogado especializado en finanzas cuya única experiencia en medios consistía en haber aparecido en programas de televisión defendiendo a Trump. Spicer se desempeñaba como director de comunicación de manera interina luego de que, en junio, renunció también Michael Dubke –que alegó que se iba “por motivos personales”–.

Aunque el motivo aducido haya sido su oposición al nuevo director de comunicación, la permanencia de Spicer en el cargo tenía fecha de vencimiento, ya que, según fuentes del gobierno, el ex vocero no logró entenderse en ningún momento con Trump y tampoco era querido por los medios. En el lugar de Spicer asumió Sarah Huckabee Sanders, hija del ex candidato presidencial republicano y actual gobernador de Arkansas, Mike Huckabee. Aunque no tiene experiencia previa en comunicación, Huckabee Sanders, de 35 años, ha trabajado como asesora de campaña en varios procesos electorales desde 2004.

Pero Scaramucci no pasó la prueba y, diez días después de haber asumido el cargo, fue destituido. La Casa Blanca alegó que Scaramucci decidió abandonar el puesto porque “creyó que era mejor dar al jefe de gabinete, John Kelly, una hoja en blanco y la posibilidad de construir su propio equipo”. Sin embargo, The New York Times publicó que fue destituido debido a una petición del propio Kelly al presidente, ya que no quería lidiar con el carácter indisciplinado del director de comunicación. Tras asumir, Scaramucci insultó a Priebus y Bannon, que todavía seguían en sus puestos originales, en una entrevista con el periodista Ryan Lizza. De Priebus dijo que era “un puto paranoico esquizofrénico”, ya que sospechaba que era quien estaba filtrando información comprometida a la prensa. Sobre Bannon, comentó: “Yo no soy Steve Bannon. No intento chupar mi propia pija”. También amenazó con echar a todo el equipo de comunicación.

En esos días en que Scaramucci estuvo a cargo, también renunció el viceportavoz del presidente, Michael Short. Unos días antes, Scaramucci había sugerido en una entrevista con la revista Politico que estaba pensando en echarlo por una supuesta “filtración”.

Todo legal

El presidente Trump también impulsó la reestructuración del equipo de abogados que lo asesora en la investigación de la trama rusa que lleva adelante el fiscal especial, Robert Mueller. A finales de mayo, el mandatario contrató a Marc Kasowitz, que era su abogado personal desde hacía tiempo, para armar y dirigir un equipo legal ante las pesquisas que lidera Mueller. Pero en julio, Trump consideró que Kasowitz no tenía el perfil adecuado para un proceso que es más político que financiero y lo sustituyó por John Dowd, con experiencia en casos impulsados por el Departamento de Justicia.

El mismo día también renunció el portavoz de este equipo de abogados, Mark Corallo. A pesar de que no brindó detalles sobre su salida, medios periodísticos estadounidenses informaron que el abogado no estaba de acuerdo con la estrategia del equipo que supuestamente se basa en desacreditar a quienes dirigen la investigación. Además, de acuerdo con Politico, Corallo es cercano a Mueller e incluso llegó a elogiarlo públicamente en el pasado.

Otro que dimitió en julio fue Walter Shaub, el director de la Oficina de Ética Gubernamental. Antes de irse, Shaub dijo que los estándares éticos en Estados Unidos estaban en su peor momento y terminó declarando que la administración Trump estaba “cerca de ser un hazmerreír”. El ex funcionario había sido nombrado por Obama en 2013 y, desde que Trump asumió la presidencia, había expresado sus dudas sobre la ética empresarial del presidente y sobre la conveniencia de trasladar sus activos a un fondo controlado por sus hijos.

Hace unas semanas, Trump fue consultado por la sucesión de destituciones y nombramientos que se registran prácticamente desde el comienzo de su mandato. El presidente respondió que su Casa Blanca “no es ningún caos”.

No los representa

A la ola de dimisiones y renuncias en el equipo de Donald Trump se sumó el domingo la distancia que marcó nada más ni nada menos que el secretario de Estado, Rex Tillerson, al considerar que “el presidente habla por sí mismo” y no necesariamente en representación de los “valores estadounidenses”. El jefe de la diplomacia estadounidense hizo esas declaraciones en una entrevista con el canal Fox en la que fue consultado sobre el rechazo que manifestó la Organización de las Naciones Unidas por la tibia reacción del mandatario ante los disturbios entre supremacistas blancos y activistas de izquierda en la ciudad de Charlottesville. Unos días antes, el consejero económico de la Casa Blanca, Gary Cohn, también criticó a Trump por la respuesta a ese incidente y afirmó que el gobierno tendría que haber sido “más tajante”.