Generalmente cuando hablamos de la diversidad sexual y religiosa pensamos en dos polos opuestos. Algo así como dos trincheras en una supuesta guerra que ya ha tenido múltiples bajas. Sin embargo, esta idea tan binaria sobre la relacionalidad entre lo religioso y lo sexual es, al menos, confusa. Esto se debe a que colocamos ambos campos en una relación binaria que clausura toda posibilidad de terceros espacios de síntesis, negociación y/o creatividad.

Lo primero que deberíamos reconocer es que no podemos hablar de “religión” —en singular— sino de “religiones” —en plural—, pues las sociedades contemporáneas poseen una diversidad religiosa cada vez más en expansión. Este cambio sencillo —desde lo singular a lo plural— nos abre la puerta a la infinidad de posiciones que las religiones poseen acerca de la sexualidad. Desde la perspectiva de las religiones, la sexualidad no es buena ni mala. En realidad, dependiendo del lugar desde donde habla cada creyente de una fe particular, tendremos infinidad de perspectivas; algunas en conexión, otras en tensión. El carácter valorativo de lo sexual está dado por estas interpretaciones de cada fe y no porque cada religión —de manera genética— este a favor o en contra de lo sexual.

Dentro del cristianismo nos referimos no solo a la Iglesia Católica Romana sino también a otras iglesias como por ejemplo la Iglesia Metodista, la Iglesia Luterana, las Iglesias Ortodoxas, o las Iglesias Pentecostales, por nombrar algunas de las muchas Iglesias Cristianas que viven su fe en nuestro continente. América Latina es un continente diverso religiosa y culturalmente, y las personas viven su fe más allá de los confines de la Iglesia Católica Romana. En realidad, dentro de la rama Católica del cristianismo existen más de 350 iglesias católicas, una de las cuales es la Iglesia Católica Romana pero no es la única. Incluso, cuando hablamos de la Iglesia Católica Romana también debemos tener cuidado pues esta institución —al ser global— tiene distintos rostros en los lugares donde se ha arraigado. La diversidad existe al interior de cada iglesia cristiana y no es posible decir “esta iglesia dice” sin hacer referencia a las múltiples posturas que cada iglesia tiene —a través de quienes practican la fe— frente a los distintos temas de nuestra realidad, incluido lo sexual. Por otro lado, existe desde la década de 1970 la ordenación de personas de la diversidad sexual en la mayoría de estas diversas ramas del cristianismo. Finalmente, debemos explicitar que se está reflexionando también desde la teología en la visibilización de esta diversidad, por ejemplo en el surgimiento de las Teologías queer.

No solo eso, sino que también existen otras religiones más allá de la Cristiana representadas en las sociedades latinoamericanas. Podemos nombrar al Judaísmo, el Islam, el Budismo, el Hinduismo, las corrientes religiosas con raíces africanas —Umbanda, Kimbanda, Candomblé, Palo, Santería—, las corrientes religiosas con raíces asiáticas —Iglesia Mesiánica, Soka Gakkai— y las espiritualidades presente entre los pueblos originarios en el continente desde antes de la llegada de los conquistadores europeos. A esto debemos sumarle las religiones paganas y las nuevas espiritualidades de la Nueva Era y/o posmodernas.

Lo segundo que debemos reconocer es que hablar de diversidad sexual implica abrir el espectro más allá de los estereotipos presentes en el discurso tanto de aquellas personas que condenan la diversidad sexual como de algunos sectores de esa diversidad. Es decir, desde antes de la llegada de los conquistadores europeos, los pueblos originarios tenían a lo largo del continente americano distintas visiones sobre el lugar de la sexualidad y la diversidad en sus sociedades. Fueron los conquistadores europeos —y su visión particular de la sexualidad— lo que erosionó esa diversidad presente en el continente. Sin embargo, ningún régimen opresor es total y muchas prácticas y comprensiones de la sexualidad han pervivido a lo largo de los siglos. La recuperación de esta “memoria” autóctona en el continente requiere que prestemos atención a los modos en los que la diversidad sexual se nombra, se reconoce y se construye a sí misma en el continente.

En conclusión, al abordar el tema de la diversidad religiosa y sexual, debemos tener en cuenta no solo la pluralidad religiosa —que es una realidad en América Latina— sino también el carácter polifacético y autóctono que adquieren las múltiples sexualidades en la vida cotidiana de las sociedades latinoamericanas. Solo así es posible escapar de la dinámica de contraposición para comenzar a ver espacios de colaboración y de trabajo común.

Hugo Córdova Quero

El autor es Doctor en Estudios Interdisciplinarios en Migración, Etnicidad y Religión (2009) y Magíster en Teología Sistemática y Teorías Críticas (Feminista, Poscolonial y Queer) (2003), ambos por la universidad Graduate Theological Union (GTU), en Berkeley, California, y Magíster en Teología (1998) por el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), en Buenos Aires. Actualmente se desempeña como Profesor Asociado de Teorías Críticas y Teologías Queer y como Director del Departamento de Educación Online, ambos en la Facultad Starr King School, GTU; como investigador en el Centro de Estudio de las Religiones Asiáticas en la Pontificia Universidade Católica de São Paulo, y como Research Fellow en el Instituto de Colaboraciones Teológicas de la Universidad de Winchester, Inglaterra. Es también miembro de GEMRIP, del Grupo Transpacífico para el Estudio de la Religion y la Sexualidad (EQARS) y de la Queer Migrations Research Network. Sus áreas de especialización son estudios religiosos, teología sistemática y teologías queer, teorías críticas, estudios étnicos, migratorios, culturales y de geografía de las religiones. Es Co-Director de las revistas académicas Religión e Incidencia Pública, Horizontes Decoloniales y Conexión Queer: Revista Latinoamericana y Caribeña de Teologías Queer.