Un golazo del zaguero Gonzalo Maulella marcó el 1-0 definitivo a los 70 minutos de un partido más intenso que vistoso, bien ganado por Defensor Sporting. La exigua diferencia y la sensación de que de cada entrevero podía surgir algo inesperado estiraron la expectativa.
Dio gusto pasar la tarde sabatina en las tribunas pobladas del estadio Luis Franzini, donde los hinchas violetas festejaron por partida doble: por la rivalidad especial con Danubio y por la confirmación del liderazgo en la Tabla Anual.
En la platea Punta de las Carretas se respira confianza en un equipo que parece vacunado contra todo, capaz de ganar sobre el barro de alguna cancha de esas que Peñarol y Nacional no visitan y de sobreponerse a las bajas hijas de la billetera y a las bajas hijas del torneo. Anteayer, el pibe Emanuel Beltrán puso kilos de actitud para suplir al suspendido Matías Suárez como carrilero derecho. Hace relativamente poco que los también canteranos Gonzalo Carneiro y Pablo López juegan por Maximiliano Gómez y Gonzalo Bueno, a los que poco se recuerda pese a que dejaron el club con mil goles bajo el brazo. El segundo, al igual que el lateral-volante Matías Zunino, fue a engrosar el plantel de Nacional. Por repetido no deja de ser justo: es admirable la capacidad de Defensor para disimular las asimetrías del mercado. Una capacidad que cíclicamente le permite definir torneos locales o caminar lejos en copas internacionales. Como si la austeridad que surge del contraste con los poderosos fuera una especie de política deportiva, el equipo dirigido por Eduardo Acevedo a menudo gana por resultados ajustados. Previamente al 1-0 sobre Danubio, derrotó por el mismo marcador a Juventud. Una semana antes de visitar Las Piedras le había ganado 3-2 al comprometido Sud América, que estuvo en ventaja dos veces en el transcurso del partido. Esta vez, la mínima diferencia se entiende más, porque, aunque Danubio no termina de despegar, se trata de un rival más potente: llegó al Franzini tan invicto como Defensor. Sin embargo, no mostró mucho más que ganas. Sufrió bastante de arranque, cuando el habilidosísimo López encaró por la derecha. Asombra su capacidad de desequilibrio con la pelota dominada, adornada con gestos técnicos dignos de un malabarista, como un sombrero que forzó la primera jugada clara. De inmediato, a Carneiro le sacaron una pelota de la línea. Mathías Cardaccio, una pieza clave y de madurez creciente, ordenó desde el medio para ahogar más al franjeado. Faltó el despliegue habitual de Ayrton Cougo por la zurda, quizás porque por ahí el lateral Agustín Peña alcanzó uno de los mayores destaques danubianos.
El director técnico visitante no se quedó quieto y cambió temprano. Hizo bien Gastón Machado cuando puso al volante Jorge Graví por el delantero Leandro Rodríguez. El ingresado fue a jugar como media punta derecho en un 4-3-2-1 que ganó en marca y logró cerrar la canilla. La consecuencia fue un partido más entreverado. En medio de las lanzas, los caballos y las bayonetas, Matías Cabrera metió pases de gol con la regularidad con la que la voz de Carlos Gardel suena en Radio Clarín. Es otra de las explicaciones del momento violeta. Se afirma como un lanzador de excepción pero crece en compromiso sin la pelota, como asumiendo que ya pasó el tiempo de los enganches que no marcan. Fue un buen complemento para un mediocampo que sumaría a Martín Rabuñal tras el golazo de volea de Maulella.
Llegaba la hora de cerrar el partido. Salvo por la rebeldía de Marcelo Tabárez y sus combinaciones con Leandro Sosa, Danubio no complicó demasiado. En una ocasión, el delantero forzó un mano a mano ante el arquero Guillermo Reyes, que trabajó poco pero notablemente, por arrojado e inteligente. Faltaba mencionar ese dato para dejar en claro que la solidez violeta no deja línea librada al azar.