Apenas pasaron unos meses entre que asumió la dirección técnica de Racing Club de Montevideo, en mayo del año pasado, y su llegada a Danubio. Fue ayudante técnico de la sub 20 de Uruguay por un llamado de Juan Verzeri y luego se fue con Gerardo Pelusso a Nacional, Independiente Santa Fe y Al Arabi de Catar. Todo le cayó de repente, y las experiencias abundaron. Hubo que adaptarse, crecer y soportar las presiones que implicaba cada lógica.
Cuando decidió que era tiempo de largarse solo, recaló un miércoles en el equipo de Sayago. El domingo siguiente dirigió su primer partido, en el que los cerveceros vencieron a River Plate. Peirano tuvo la capacidad de amoldar un equipo a sus ideales, con equilibrio justo entre la posesión y el ataque, entre la presión y la defensa árida. Parecía raro, pero para él no lo era. Desde que colgó los botines, todo había aparecido muy de repente y hubo que jugar. Ahora está en Danubio, con la presión de pelear arriba y la participación en la Copa Sudamericana, la misma que ya supo levantar.
–¿No es un poco raro que en tan poco tiempo hayas asumido la dirección técnica de dos clubes?
–Sí, se fue dando casi de improviso. Hace un tiempo había tomado la decisión de incorporarme a trabajar como entrenador. En mayo tomé Racing, y desde entonces fue un viaje hasta ahora. La experiencia con mi grupo de trabajo fue magnífica, y si no fuera por eso hoy no estaría en Danubio. Me dieron la oportunidad de mostrar cómo trabajaba nuestro cuerpo técnico. Acá es donde estuve más tiempo como jugador, y siempre hubo alguna relación; me abrieron las puertas y estoy muy contento.
–¿Cómo fue el camino cuando quisiste ser entrenador por tu cuenta?
–Habíamos pasado la experiencia en Colombia con Gerardo [Pelusso] y después nos fuimos a Catar, donde estuvimos cinco meses. Gerardo nos comentó que quería tomarse un tiempo para descansar, que quería pensar un poco. Él mismo nos comentó que si teníamos una oportunidad laboral la tomáramos, porque él se iba a tomar un tiempo indefinido. En ese lapso me puse a conversar con el profe Javier Carballo, que me había tenido en Racing, y me dijo que a él le gustaría trabajar conmigo, y yo le dije que a mí con él. Ahí apareció Racing, y no lo dudamos. Asumimos el cargo un miércoles, algo que no es común. Me encantó el desafío porque había que dar vuelta una situación. El equipo casi termina en una copa.
–¿Cómo es la experiencia de tomar un equipo entre semana para jugar el domingo?
–Cuando estaba jugando y estudiaba para ser entrenador, que era lo que me imaginaba en un futuro próximo, todo me pareció muy de golpe. Estaba jugando y tomé la decisión de dejarlo porque me llamó Verzeri para ir a la sub 20. Mi idea siempre fue adquirir experiencia y juntar situaciones para bajar el margen de error si el día de mañana era entrenador principal. Te encontrás con sorpresas; todo el tiempo estoy aprendiendo. Quería pasar por situaciones, incluso complicadas, para vivirlas, pero desde un lugar que no fuera el de jugador. En mi octavo año como asistente decidí trabajar solo; me sentía fuerte y necesitaba dar otro paso. No fue tan brusco el cambio. Gerardo me daba mucha participación en los trabajos, y con Javier ya me conocía. Estaba Andrés Larrosa, el entrenador de arqueros, y era como estar todos juntos.
–¿Fue un proceso en el que trabajaste como ayudante técnico, en el que fue como ir a Harvard?
–[Ríe] Fue así. Fue un máster acelerado en todo sentido. Me propuse todo el tiempo no perder las vivencias. Lo mismo te pasa cuando sos futbolista: tenés la experiencia y a veces no adquirís cosas de un vestuario. Como entrenador busqué que surgieran cosas para poder ir guardándolas. La selección me marcó mucho. Poder conocer todas las selecciones y entender por qué cada selección juega de determinada forma, qué tienen. Vivir sudamericanos, mundiales, trabajar con los más chicos. Los niños de la sub 15 tienen un sueño, y vos podés intervenir de una forma más rica en ellos. Después, con Gerardo pasé a otro extremo: es una Ferrari acelerada con la que no podés esquivar una curva, porque se te da vuelta el auto. Eso te hace pasar a otra tensión. Adquirí toda esa experiencia, que me formó de una manera para lo que estoy siendo ahora. Pero queda mucho por aprender todo el tiempo.
–¿Cómo hacés para guardar esas cosas que te da la experiencia?
–Aparecen las cosas. Revisaba mucho en la computadora los trabajos con Verzeri o con Alejandro Garay. De repente te encontrás con una situación y te das cuenta de que ya te pasó. ¿Cómo se manejaron los que estaban conmigo? Entonces voy a hacer lo mismo. Te das cuenta de que quizá se manejó mal, entonces buscás cambiar. Aparecen cosas como en todos los trabajos, y después entrás como en un piloto automático y todo fluye de esa forma. Para eso, en lo que a mí me parece, es fundamental juntar experiencia para estar delante de un grupo.
–¿Qué hay de particular en la selección y en esas etapas juveniles?
–Buscar al futbolista en la persona; ahí está la llave. No hay otra cosa. Respeto para trabajar, honestidad del cuerpo técnico a la hora de comunicar las cosas, valorar continuamente todo lo que tenemos, a cada rato, y no darlo por descontado. No acostumbrarse a donde uno está. Entrás a la selección el primer día y si te dicen que corras 14.000 kilómetros lo hacés. Pero si a los cuatro días te lo vuelven a decir, no lo hacés. Es una exageración, pero es importante disfrutar el día a día. Hay que transmitir esos valores de trabajo, de convivencia, de grupo, sabiendo que todo va para un solo lado. Dentro de eso es claro que algunos van a ir mejorando y obteniendo mejores cosas, y otros no tanto. La idea es valorar al grupo en ese contexto.
–¿Cómo se trabaja con los chiquilines en el entorno de los clubes y de los contratistas?
–Se prepara a la persona y al futbolista. No se puede apartar de ese entorno para trabajar en su carrera. Hay que seguir trabajando, educándose, aprendiendo, estudiando, para formarte en lo que te gusta. Es necesario escuchar a los más grandes. Los empresarios son parte del trabajo, entonces tenés que saber con qué empresario trabajar, qué condiciones le ponés, porque no te las puede poner él a vos. Le podés mencionar con qué cosas sí y con qué cosas no. Uno va guiando a los jugadores para que después ellos tomen la mejor decisión, o sus padres y su familia. Con la sub 15 nos costaba mucho hacer hincapié en que eran adolescentes que tenían condiciones para jugar al fútbol, pero que tenían que seguir estudiando. ¿Tiene campamento? Que vaya. ¿Tiene un cumpleaños? Que vaya. ¿Tiene un examen? Falte a entrenar y estudie. El entorno les decía que no, porque se suponía eran el próximo [Edinson] Cavani, el próximo [Luis] Suárez, porque los ven de otra manera. Son jóvenes, y la selección busca formarlos en ese sentido.
–¿Por qué decís que pasar a trabajar con Pelusso era como subir a una Ferrari?
–Vivís cosas distintas. En la selección tuve mundial, sudamericano, clasificamos a los Juegos Olímpicos. Con Gerardo, a quien tuve como entrenador, fue otra etapa, en la que pude consumir cosas de la exigencia máxima. En la primera parte me tocó Nacional. Allí aprendí de la tensión, de vivir un club grande desde dentro, poder estudiar, jugar un clásico; ver a qué apunta el entorno, ver si se podía dominar, cómo eran los jugadores, o la experiencia de jugar una copa internacional. No había margen de error y no podías fallar.
–¿Podés dominar el entorno?
–Sí, sí. Lo podés controlar para que no te domine. Muchas veces, se te da, y a veces te contaminás un poco y tenés que salir rápido. Depende mucho de los momentos: en los buenos el entorno es mejor, y cuando no llegan no te tenés que preocupar demasiado. Hay que buscar un equilibrio, que es lo que más me interesa en el fútbol.
–¿Qué cosas debías hacer como el asistente de Gerardo Pelusso?
–Trabajaba en la cancha con Javier [Carballo], estaba a cargo del scouting del equipo rival y del nuestro. Pensaba como el entrenador e intentaba transmitir su idea; ibas apagando incendios con los jugadores, generabas un mano a mano para charlar y saber cómo se sentían, siempre con respeto pero pasando un mensaje. Si había mucha gente, llamaba al entrenador para sacarlo un poco; si había un problema, intentaba solucionarlo antes. El entrenador principal tenía que tener la cabeza fresca para armar el equipo.
–¿Qué tan buena es la escuela de Pelusso? Sus ayudantes fueron buenos entrenadores.
–Gerardo tiene muchísimos años de entrenador, y mientras uno estaba preguntando algo él ya sabía qué era. En una de las primeras charlas que tuve con él me dijo que quería un entrenador asistente joven para que tuviera una dinámica distinta y pudiese ver las cosas que él no veía. Ahí fue una mezcla. En la selección fui aprendiendo varias cosas que me sirvieron. Por ejemplo, [Sebastián] Taramasco y [Fernando] Parola me hablaban de una jugada y yo no la había visto porque me había quedado en otra jugada. Esa adaptación la hice ahí. Después, con Gerardo aprendés en la cancha, pero también del entorno, lo que es el mundo de un equipo.
–¿Se aprende de lo malo?
–Me pasó con Gerardo y en la selección. Fuimos con la sub 20 a Colombia y nos eliminaron en la primera fase. Cuando llegamos, apareció el profe [José] Herrera y preguntó por la experiencia: “¿Cómo la vivieron? ¿Qué les quedó? ¿Les gustó el mundial?”. Era aprender de lo malo. Si te va bien, tampoco te podés deslumbrar ni volverte loco pensando que tocaste el cielo con las manos, porque al otro día todo vuelve a empezar. Te toca algo bueno y lo disfrutás; viene lo malo y te metés adentro de un pozo. No es así. Es cierto que estamos en el ojo de la gente con el fútbol, pero trato de manejar mi entorno y que eso no me domine. Busco el equilibrio constante.
–¿Cómo vivís la experiencia de poder hacer una pretemporada y elegir al equipo desde el arranque?
–Una de las cosas que me llevaron a estar en Danubio fue la apertura para elegir. No lo dudé un segundo. Con Gerardo, en la pretemporada, organizábamos mucho el trabajo; los ejercicios son bastante similares y varían según los futbolistas con que cuentes. Elegí jugadores que conocía, incluso de la selección, en busca de un perfil que sea para Danubio. Las contrataciones son claves en esta etapa, que lo que yo quiera y el club se incorpore rápidamente. Es lo que logramos al principio con las cuatro contrataciones, que eran necesarias. Como cuerpo técnico hicimos hincapié en algunos detalles, y queríamos afirmarnos mucho durante esta etapa.
–¿Cómo se trabaja en lo táctico? ¿Con qué te encontraste en Danubio?
–Todo lleva al modelo de juego, a lo que el cuerpo técnico quiere que el jugador entienda. Por ejemplo, pelota al piso y rápido; eso lo aplicamos en el calentamiento, en el espacio reducido, en el táctico, o cuando hay una falta. Intentamos agregarles a los jugadores otros hábitos para luego llevarlos a la cancha. Danubio tiene una infraestructura de primer nivel, y me encontré con un grupo de jugadores maduros y abiertos a la hora de trabajar; son serios. Hay una presión de la exigencia de Danubio que conozco muy bien.
–¿Cómo es manejar un grupo siendo tan joven? ¿De dónde sacás cosas para eso?
–De la casa. De mi padre y de mi madre. La escuela, el liceo, el integrar grupos, el escuchar a los mayores, a los referentes que tuve en los planteles. En Danubio, a Esteban Ros, Felipe Revelez, Javier Zeoli, Eber Moas. O a técnicos como Ildo Maneiro, Miguel Piazza, Jorge Fossati. Ves que tratan con respeto y que se está pendiente si a un compañero le pasa algo. Si un compañero se siente mal, hay que ir a ver qué le pasa y cómo podés ayudarlo. Hay que prestar atención y darse cuenta de que un compañero se lastimó, ir a preguntar. Cuando estaba en Danubio en 1995 e Ildo me subió, se llevaban como seis meses sin cobrar. Había jugadores que tiraban los recibos, mostrando que no podían pagar el alquiler, pero te decían que jamás dejarían de entrenar, porque se corta la posibilidad de mejorar. Otros decían que si no se paraba y se hacía fuerza no se podía. Eran situaciones límite, y yo apenas tenía bigotes. Eso te ayuda a aprender. Viví esas situaciones y fui anotando. Ros mostraba que los chicos que venían de abajo también tenían la posibilidad de hablar y compartir porque integraban la Primera División. No era como antes, que te decían que los jóvenes debían escuchar y no hablar. Acá intentamos transmitir esos mensajes; como en la casa, comemos todos juntos, nos levantamos, mantenemos los horarios. Hay una convivencia con sentido común. No planteo reglas desde la exigencia, sino que apostamos a lo común. Si vamos a un hotel, que la música esté suave, que se respete el descanso. El jugador de ahora es profesional y sabe lo que tiene que hacer, ni siquiera fue necesario que les dijéramos esas cosas. Cada tanto, alguno la puede pifiar y el mismo grupo se lo dice. No me gusta andar golpeando la puerta en las habitaciones, confío en el futbolista. Todo se ve en la cancha.
–¿Cómo acoplás a los jóvenes con los de más experiencia?
–Con las pautas. En el juego, igual. Pero no permito que un mayor levante en la pata a uno más chico por gusto, o para probarlo a ver si aguanta, como pasaba antes. Sí que se vaya fuerte y que se levante rápido, que el mayor eduque en el buen sentido. El respeto es para todos. Me apoyo en los de más experiencia y elijo el perfil adecuado para continuar con el mensaje. Eso se da solo. Te das cuenta de cuáles son los jugadores que repiten tu mensaje, y de esa forma ya se marca el liderazgo en el trabajo. Si tengo alguna duda, voy directo al futbolista, le pregunto cómo se siente en el puesto, cómo está, sea chico o grande.
–¿Cómo te gusta que sea el fútbol?
–[Piensa] Qué buena pregunta. Que se juegue por todos lados. [Ríe] Que sea dinámico, que el equipo esté organizado todo el tiempo, que el futbolista sepa dominar las distintas situaciones que el juego presenta. Que se juegue, en lo posible, en el campo rival; que sepan cómo hacer un contragolpe, cómo cerrarse, cómo buscar los espacios. Me gusta que el equipo sea maduro a la hora de resolver las situaciones y que sepa manejarlas durante todo el partido, porque todo es cambiante. Puede haber viento y hay que resolver, o te aparece un rival que sale jugando, o hay un equipo que es muy bueno y tenés que saber cómo replegarte. Trabajamos en situaciones reales de juego para que el jugador después, dentro de la cancha, pueda resolver. Que sepan cómo conviene estar el día del partido según lo que se presente. No creo que el fútbol sea todo posesión, tampoco que no. Creo que hay que ser un equipo maduro para manejar los momentos. Si tengo la posibilidad de elegir, como en Danubio, me interesa un juego rápido pero no apurado, me gusta que la posesión sea para atacar tanto por fuera como por dentro. Que el equipo sepa atacar con las diferentes variantes y adapte los circuitos de juego que ya están organizados. También a la hora de marcar, que al rival le cueste y esté incómodo.
–¿Hay determinado tipo de jugadores para un estilo?
–Sí. Siempre trato de observar al futbolista y sacarle lo mejor que va a tener. Voy mirando lo que tengo y, dentro de eso, armo un modelo de juego acorde a esos jugadores e incorporo jugadores, como en este caso, a los que asocié a la idea en la que ya venía trabajando con los que estaban acá, para que haya algo más homogéneo a la hora de trabajar. Si tengo jugadores rápidos por afuera, intento tener velocidad; me gusta que los laterales pasen, pero también me gusta que cierren y hagan su tarea defensiva, que den variantes por los costados y finalicen dentro del área. No quiero que sea un juego de posesión, sino de ataque.
–¿Sentís que hay una apuesta de los clubes por directores técnicos jóvenes?
–Creo que se da un cambio de generación, debido a que hay entrenadores que son mayores y ya no están trabajando. Un entrenador joven comienza y, si le va mal, dicen que está muy verde, apurado; si le va excelente, dicen que es renovador y tiene buenas ideas. Lo mismo pasa con el mayor: si le va bien es porque tiene la experiencia para manejar un equipo; si le va mal es porque está pasado de moda. Muchas veces, el resultado lleva a la opinión. Respeto mucho a los más grandes. El director técnico convive todo el tiempo con el resultado, es el pan. A veces, los clubes te dan más posibilidades; otros te dan menos. Es a lo que todos apuntamos, más allá de la forma en la que trabajamos; no es que nos interese que todo sea hermoso y que dejemos el resultado de lado. Hay que trabajar para ese resultado. Si no acompaña, hay un sostén de trabajo, pero hay que ver cuánto tiempo dura. El resultado manda, y eso es ley.
–¿Cómo se convive con el jugador uruguayo que busca mejorar para irse?
–Esa es la realidad. Nuestra tarea es formar al futbolista para que tenga una carrera larga, ya sea acá o afuera. Hay que trabajar en el aspecto personal, para que sepan que si se brindan a lo grupal, su aporte va a ser mucho mejor, mientras que si apuestan a lo individual se van a quedar en el camino y su carrera no va a ser larga. Ponemos objetivos grupales, a sabiendas de que eso va a hacer que se destaquen. Lo que hacemos con los jugadores que subieron en Danubio es formar al futbolista tanto como a la persona, para que sean maduros y sepan resolver las situaciones que se les presentan, para que dejen la pelota y jueguen al fútbol.
–¿Ya pensás en el partido con Deportivo Cali?
–Falta. Es en abril. Me encanta y es una motivación. Conozco muy bien la Sudamericana, es un muy buen campeonato. Hay que ver cómo llega cada equipo y sus jugadores en el momento. Hay que ver si estamos nosotros acá o si está el entrenador de allá. No nos tocó altura ni calor. Enfrentar a Gerardo no me genera ansiedad; sé cómo piensa y él sabe cómo pienso yo. Sería un desgaste buscarle la vuelta desde ahora, aunque he mirado el campeonato que jugaron en Bogotá. Iré consumiendo su liga para ver cómo se arman, pero sin ansiedad. Contar con información y saber utilizarla es una ventaja. Hay que buscar la información exacta. Sé lo que va a buscar Gerardo ganando; lo puede buscar de local y de visita. Él se adapta a los jugadores que tiene en el momento.