Cuando las fuerzas del papa y del zar, de Klemens von Metternich, de los radicales franceses y de otros tantos alemanes, todos, se unían para acosar en una cruzada al fantasma del comunismo, en 1848 se elaboró el Manifiesto comunista. Hoy, otras fuerzas conservadoras que es preciso conocer mejor agitan otros fantasmas, con la pretensión de cerrarle el paso al feminismo y a todo lo que se mueve con un contenido emancipador. Porque las luchas por la igualdad de las mujeres en todas sus intersecciones pasaron de ser un accesorio, luchas secundarias que disputaban su legitimidad, a ser un foco de peligro para las ideas dominantes. ¿Qué ideas, qué intereses, en qué contexto se desenvuelven y cuáles son los ámbitos de las disputas actuales?

Vivimos en un continente en el que durante los gobiernos progresistas salieron millones de la pobreza extrema y mejoraron las condiciones de vida; en algunos países, como el nuestro, esto fue acompañado por avances en la agenda de derechos; sin embargo, esto está amenazado por retrocesos que vienen por todo. Es que los cambios verdaderos son los que generan transformaciones en las dimensiones que identifica Nancy Fraser como de la redistribución y del reconocimiento. Se modifican prácticas y saberes que se vinculan dialécticamente; las prácticas sociales nos exigen replantear nuestros marcos interpretativos, y el conocimiento nos desafía a modificar lo que hacemos.

Sea cual sea la priorización que hagamos de las prácticas y los enunciados, parece importante para su análisis recuperar los conceptos de hegemonía de Antonio Gramsci y lo que caracteriza la violencia simbólica de Pierre Bourdieu. De Gramsci podemos tomar cómo se construyen las normas culturales como instrumentos de dominación de clase y cómo esto desafía al proletariado a construir una nueva hegemonía, colocando el énfasis en los aspectos superestructurales de las transformaciones sociales. De Bourdieu, su cuestionamiento al poder dominante, que sostiene una cosmovisión o una ideología que contribuye a que las personas subordinadas acepten como universalmente válidas las lógicas de quienes las dominan y violentan.

En tanto la realidad es también un constructo social atravesado siempre por relaciones de poder, es necesario estudiar más cómo se presentan este poder y sus polos desde perspectivas cada vez más complejas, y desde allí pensar nuestros énfasis.

Las expresiones crecientes de los grupos antiderechos se dan en respuesta al avance de los feminismos; reaccionan ante las marchas masivas y la creciente apropiación de las agendas por parte de las nuevas generaciones.

Las mujeres en tanto sujeto colectivo desde su diversidad han ganado las calles y permeado las políticas públicas en lo normativo, con leyes que avanzan y con estrategias de transversalización de la perspectiva de género en el Estado; allí también hay un ámbito de disputa en el que se juega parte de la sostenibilidad de los cambios.

Este nuevo movimiento portador del discurso contra la “ideología de género” tiene sus raíces, sus puntos de apoyo, sus conexiones que se expresan en la región, en el marco de una globalización que juega cada vez más y complejiza el panorama.

El texto “Derechos en riesgo”, publicado por el Observatorio de la Universalidad de los Derechos Humanos en 2017, es revelador de los vínculos con las organizaciones religiosas; identifica el papel que los fundamentalismos religiosos ocupan en los espacios internacionales de derechos humanos. Son un movimiento retardatario que adopta, coopta y trata de reciclar la agenda de los derechos en una clave que procura vestirse con ropaje de modernidad. Son discursos centrados en argumentos basados en la cultura, la tradición y la soberanía nacional, con líneas argumentativas cuestionadoras de la universalidad de los derechos humanos.

Es preciso identificar qué es lo viejo y lo nuevo en estos discursos. Participan en esta nueva cruzada actores tradicionalistas ultraconservadores de la fe católica, evangélica, mormona, ortodoxa rusa y musulmana, que establecen alianzas crecientes con nuevos actores de la sociedad a los que les transfieren recursos económicos, y contribuyen a su organización.

Ante estos embates desde los fundamentalismos religiosos, Campagnoli1 nos propone pensar también cómo abonan otras perspectivas conservadoras que resultan conciliables con líneas procedentes de las neurociencias; es decir, las ciencias hoy consideradas entre las más irrefutables. Ella identifica que “la torsión principal para poner al género en el ámbito de un ideario difuso y vastamente peligroso consiste en ubicarlo en el plano de la ideología para pasar a buscar el antídoto en el campo científico”.

Aparecen otros argumentos que cuestionan al género desde la perspectiva científica, volviendo a categorizar a las ciencias biológicas como las que pueden presentar evidencia empírica en desmedro de las sociales.

No son nuevos los debates de naturaleza versus cultura; cuando desde la ciencia en el Occidente se regaban ríos de tinta para explicar por qué las mujeres no podían ser astronautas por razones biológicas, al mismo tiempo, desde otro lugar del planeta, Valentina Tereshkova surcaba la atmósfera en un cohete espacial.

Un foco de la disputa es esta tensión naturaleza versus cultura. Esta defensa de lo biológico y lo natural como lo que no puede ser modificado desconoce el carácter cambiante de la naturaleza, su creatividad, su capacidad de adaptación a lo nuevo. Si es lo natural el bien supremo a defender, cómo explicar entonces tanto esfuerzo por sostener la religiosidad que intenta trascenderlo.

Las familias en el centro de la disputa

El discurso sostenido por estos grupos apela a la recuperación de la autoridad, de la jerarquía, en un intento de colocar a la familia como una institución que debe estar por encima de los derechos y de las vidas de quienes la integran.

Reaccionan así frente a la lucha de las feministas contra la violencia familiar, la doméstica y la de género, que ha permitido colocar en el centro que todas las personas tienen derecho a vivir sin violencia. Reaccionan frente al cuestionamiento de las relaciones abusivas de poder que se han apropiado de los cuerpos, los tiempos, los sueños y deseos de las mujeres, configurando para muchas a las familias como el más importante lugar de riesgo para sus vidas. Reaccionan contra los avances de los derechos humanos que también valen en casa y que horadan los límites de lo público y lo privado.

Es que las familias no se definen sólo por su composición. Las dinámicas familiares actuales evidencian prácticas que se alejan de los modelos anteriores. La caída de la fecundidad, el incremento del nivel educativo y el crecimiento de la participación de las mujeres en el mercado laboral obligan a repensar las relaciones de género y generaciones.

Las normas, leyes, tratados y enunciados desde las políticas públicas en relación con la violencia de género, y el sistema de cuidados, son apuestas cuestionadoras en esta dirección.

Necesitamos construir una cultura habilitadora de prácticas que permitan familias distintas, con circulación de responsabilidades compartidas, de afectos, de contención, de apoyos, de construcción de confianzas, de abrazos y de disfrute; ni más, ni menos.

Los derechos sexuales en la mira

Otro de los focos de los actores antiderechos es atacar la educación sexual; sostienen que viola los derechos de los padres y que es un adoctrinamiento ideológico.

Cabría preguntarse qué educación han recibido niñas, niños y adolescentes que han sido y son víctimas de abuso sexual por sus adultos referentes, por sus padres, tíos o abuelos. Qué relación tienen los suicidios adolescentes y sus cifras alarmantes en nuestro país con abusos, con miedos al rechazo de sus familias en relación con sus orientaciones sexuales. Cuál es su aporte para evitar, en todo el mundo, embarazos y casamientos de niñas en el marco de las relaciones de abuso. ¿Por qué el movimiento de A mis Hijos no los Tocan no se mete con el tema de los abusos sexuales y sí lo hace con la educación sexual en el ámbito educativo?

Es evidente el intento de pararse desde el “derecho de los padres” a educar. Lo paradójico es que detrás de estos reclamos están muchos padres que no cumplen con sus deberes de pensión alimenticia, que reclaman su derecho a la paternidad y a la tenencia compartida sólo cuando sus ex parejas les señalan su ausencia de las responsabilidades parentales.

Tal vez vale la pena recuperar en el debate el concepto de sujeto situado y desde dónde se habla. No somos neutrales; siempre se habla desde un posicionamiento, y explicitarlo nos conduciría a menos equívocos.

Recuperar lo público desde una resignificación de la laicidad

Frente a los intentos de acortar la distancia entre lo político y las personas más vulnerables con la colonización de los espacios públicos por religiosos fundamentalistas, parece necesario recuperar y resignificar el concepto de laicidad.

Si bien el Estado es patriarcal y reproductor de sus normas y sus prácticas, un Estado laico debería promover la idea del pluralismo, por la cual todas y todos podamos habitarlo desde nuestro ser persona, único e irrepetible.

Cuando en relación con la educación sexual en el ámbito educativo el pastor de la iglesia Misión Vida, Jorge Márquez, dijo que en la escuela a una niña le enseñaron a tener relaciones anales, se encontró con el consejero de Educación Inicial y Primaria Pablo Caggiani exigiéndole que denunciara dónde fue o se retractara.

Cuando al liceo 1 de Salto llegó un grupo de mujeres católicas que repartieron volantes en contra de la legalización del aborto, ilustrados con imágenes religiosas, las y los estudiantes, las y los jóvenes de estos tiempos que corren, las denunciaron. La diputada Manuela Mutti se comunicó de inmediato con la ministra de Educación y Cultura, María Julia Muñoz, que fue al lugar y se comunicó con las autoridades del Consejo de Educación Secundaria. Luego se separó del cargo a la directora del liceo y se inició una investigación administrativa, en una respuesta que dio una señal garantista de la laicidad desde la institución pública.

Cuando el Ministerio de Turismo, luego de declarar de interés turístico el II Congreso Sudamericano por la Vida y la Familia, se retractó públicamente y le quitó el interés turístico, volvió a dar una señal muy fuerte de que no todo es lo mismo, reafirmando su compromiso histórico con la igualdad y la no discriminación.

Son las organizaciones sociales LGTBI, las feministas, el PIT-CNT, las que defienden, una vez más, la democracia en su sentido más amplio. Se posicionan desde el rechazo a una actividad cuyos voceros, entre ellos Agustín Laje, postulan la esclavitud de las mujeres, persiguen las religiones de matriz africana, promueven la tortura psicológica a la comunidad LGTBI, así como el sometimiento de niñas y niños a tratamientos psicológicos forzados.

Amparados en una interpretación abusiva de la libertad de expresión, promueven la discriminación e incitan al odio. Se encuentran en Uruguay con estas voces y acciones que desde responsabilidades distintas en lo social y lo institucional, se apoyan en la legislación vigente y articulan esfuerzos para decir con claridad que así no.

Identificar mejor los nuevos campos de disputas

Junto a los esfuerzos desde distintos colectivos sociales y académicos para la construcción de mejores recursos argumentativos parece necesario promover el sentido de la comunicación como bien público, desplegar el arte, el deporte y la música por todos lados; conmover y conmovernos con lo que queremos cambiar.

No todas las posturas son iguales ni responden a los mismos intereses; hay miles de personas que profesan sentimientos religiosos de amor, compasión y compromiso con la humanidad, con los más desposeídos, y que no se identifican con ningún fundamentalismo ni con las incitaciones al odio. Con ellas tenemos un largo camino para recorrer juntas; nos precisamos todos para que la trama democrática sea cada vez más fuerte.

Radicalizar nuestras democracias

Los parámetros de lo siniestro se mueven y nos obligan a repensarnos. La pretensión de un gigante con pies de barro expresa en lo político desde un país vecino un retroceso profundo de las democracias y asusta. Es preciso reforzar las democracias, profundizarlas, radicalizarlas, como el desafío más importante de estos tiempos. Necesitamos gestos como el de las juventudes de todos los partidos en Uruguay, que se posicionaron a favor de la democracia. Los feminismos tienen una potencia transformadora contra los autoritarismos públicos y privados, contra los horrores de la dominación y a favor de las luchas contra todas las desigualdades.

A estas convicciones se trata de sumar los cuerpos y la pasión de nuevas sujetas colectivas, de viejas topas y nuevas topitas de la historia que quieren participar protagónica y pacíficamente en las grandes transformaciones. Porque disputan una nueva hegemonía y van construyendo un nuevo manifiesto con letras violetas; sienten que hacen falta.

Carmen Beramendi es directora de FLACSO Uruguay.


  1. Campagnoli, Mabel (2018). “El género como caballo de Troya”, ponencia presentada en las V Jornadas CINIG de Estudios de Género y Feminismos, 10 al 12 de julio. FaHCE-UNLP, La Plata, Argentina.