La sexualidad y la discapacidad, por separado, son conceptos que continúan generando ciertas resistencias. Pero si además se los piensa como una relación, los prejuicios se potencian y surgen prenociones tales como “niños eternos”, “asexuados”, “sobreexitados”, etcétera. Se generalizan así formas singulares de sentir el propio cuerpo, sus emociones y sus sensaciones.

Para abordar esta temática se parte de concebir la discapacidad como una construcción social y la sexualidad como inherente a la condición humana y, por tanto, un derecho para todos y todas más allá de las particularidades. Cuando se mira con este lente la discapacidad, esta puede ser comprendida como una problemática social, poniendo el foco en la condición de persona y apelando al reconocimiento, la igualdad, los derechos, y la escucha atenta de aquellos que quedan allí ubicados. Desde esta perspectiva de discapacidad, la sexualidad se entiende como una parte constitutiva de los sujetos, como un aspecto natural y necesario a ser desarrollado, y un derecho fundamental a ser ejercido. La relación sexualidad-discapacidad incluye la condición de sujeto de derecho de toda persona, más allá de su situación singular, promoviendo la dignidad, la libertad, la intimidad, la integridad física, psicológica y moral, entre otras tantas cuestiones. Ello, en el entendido de que “la renuncia al ejercicio de la propia sexualidad sólo puede ser fruto de una decisión libre: nunca puede ser impuesta por otras personas”.11

La temática de la discapacidad en relación con la sexualidad ha comenzado a tener mayor visibilidad en los últimos años. Han sido varias las luchas de la sociedad civil organizada para poner el tema en el tapete, fundamentalmente en países europeos y algunos latinoamericanos. Esto ha puesto luz a una temática históricamente invisibilizada, tomada como tabú, desconocida para la mayoría de las personas, que poco o nada de contacto tienen con personas en situación de discapacidad, más aun con dependencia severa. En este sentido, más allá de que la concreción de la sexualidad en esta población se haya ido asumiendo en sus diversas formas desde siempre, en la última década han surgido movimientos en torno al rol y la figura del/de la acompañante sexual.

¿Qué implica el acompañamiento sexual? ¿Qué países lo están llevando adelante y en qué condiciones? ¿Desde qué perspectiva de sexualidad y discapacidad? ¿Aparece este rol y figura a partir de luchas por el reconocimiento de las personas en situación de discapacidad en Uruguay? Estas y otras tantas preguntas surgen a la hora de comenzar a imbuirse en la temática, en un contexto en el que existen múltiples miradas, luchas y concreciones que se han venido dando en la última década.

Una primera descripción de este rol y figura refiere a personas formadas en discapacidad y sexualidad que generen espacios de disfrute de la sexualidad a personas en situación de discapacidad con dependencia severa, pudiendo llegarse o no a lo coital. Aparecen los límites difusos, las concreciones corporales, los acuerdos, etcétera, por lo que la definición clara de este rol y figura se debe lograr de forma consensuada entre los distintos actores implicados.

En síntesis, se trata de una temática que se encuentra en proceso de reflexión y visibilización, con diversas propuestas en torno a lo que sería el rol y figura del acompañamiento sexual para personas en situación de discapacidad con dependencia severa. Sea cual sea el tema que se trate, la potencia de lo colectivo siempre tiene más fuerza que lo singular. Apelar a ello se entiende sustancial en este entramado, en el convencimiento de que todo cambio que se genera como lucha por el reconocimiento colectivo potencia no sólo al grupo concreto que se embandera en la lucha, sino a la sociedad en su conjunto.

María Noel Míguez Passada es doctora en Ciencias Sociales y profesora agregada del Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República.