Se puede (si a uno le importan estas cosas) hablar largo y tendido sobre las bandas tributo. Por ejemplo, no hace falta ser especialmente cínico para pensar en oportunismo y el posible negocio de salir por ahí a tocar canciones amadas por muchos fans de la música, quienes por alguna razón ya no pueden escucharlas interpretadas en vivo por los músicos que las compusieron o popularizaron. Se trata, diríase, de aprovechar las circunstancias para llenarse el bolsillo. Pero, a la vez, todo depende de la escala en la que se muevan los proyectos en cuestión y del modo en que lo hagan, ya que difícilmente una banda tributo de The Meat Puppets podrá generar el mismo interés que una de Nirvana y, a la vez, un tributo a bandas que ocupan el centro del canon, como The Beatles o The Rolling Stones, tiene que salir adelante en un medio relativamente saturado de propuestas similares. Es por eso que una banda tributo a artistas no tan masivos puede alcanzar un significado particular, del mismo modo que andar por ahí tocando las composiciones ambient y generativas de Brian Eno –como ha hecho el grupo Band of a Can– es sin duda muy diferente a tocar “I Wanna Hold Your Hand” y “Lady Madonna” sumando algún gastado disfraz que remita a los respectivos períodos en la estética visual de The Beatles.

Es ese significado extra, por llamarlo de alguna manera, lo que propicia una salida –hacia algo más interesante– de la reflexión centrada en el lucro. En algunos casos esa salida parece urgente, necesaria: es lo que me pasa ahora a la hora de ponerme a escribir sobre Celebrating David Bowie, que se presentó el 22 de octubre en La Trastienda.

Primero, algunos datos. La banda incluyó a Adrian Belew, Paul Dempsey y Angelo Bundini en guitarras y voces, Angelo Moore en voces y theremin, Ron Dziubla en el saxo, guitarras y coros, Michael Urbano en la batería y House en el bajo, todos sesionistas veteranos y/o músicos con sus propios proyectos. En particular, Belew aparece como el único vinculado de manera directa a David Bowie, ya que tocó en el álbum de 1979 Lodger y en las giras Isolar II (1978) y Sound+Vision (1990). Este último dato no es menor: en formaciones anteriores de Celebrating David Bowie –y en otros tributos, como A Bowie Celebration– tocaron y tocan ante todo músicos que integraron las últimas bandas de Bowie o que incluso lo acompañaron durante buena parte de su carrera y en álbumes clave, como es el caso del guitarrista Earl Slick, que tocó en Station to Station (1976) y Reality (2003) y en las giras Serious Moonlight (1983) y A Reality Tour (2004), o Mike Garson, cuya nómina de colaboraciones con Bowie es demasiado extensa como para citarla aquí (basta mencionar que fue el responsable del famoso solo avant-garde en la canción “Aladdin Sane”, de 1973). Este no es el caso de la formación con que sonó Celebrating David Bowie en Montevideo, ya que ni Patrick Dempsey ni Angelo Moore ni Angelo Bundini, por nombrar apenas a tres, tienen una historia de colaboraciones con David Bowie.

Eso, de alguna manera, ofreció una suerte de foco específico en la figura de Adrian Belew, que va por su tercera visita a nuestro país (las dos anteriores al frente de su proyecto solista Adrian Belew Power Trio); por tanto, las canciones en las que Belew tocó originalmente parecían bañadas a priori por una luz diferente. Esto no implica un juicio de valor, por supuesto; de hecho, los momentos más expresivos y emocionantes del setlist involucraron no tanto a Belew (con dos excepciones, a la que me referiré más adelante) como a Angelo Moore y a Patrick Dempsey. El primero de los nombrados asombró con su carisma y su presencia chispeante en escena, mientras que el segundo se hizo cargo de versiones realmente asombrosas de dos clásicos ineludibles del repertorio.

Duermen las estrellas / las vivas y las muertas

Antes de referirme a esto último de manera más específica, es una buena idea repasar la lista de canciones tocadas. Una primera impresión es que lograron ensamblar tanto un atendible grandes éxitos como un panorama –más discreto, pero no por ello deleznable– de canciones un poco más “raras”. Entre ambas posibles categorías quedó cubierta buena parte de la carrera de Bowie; en orden cronológico (pero no de ocurrencia en el recital): “Space Oddity” (del álbum homónimo, de 1969), “The Man Who Sold The World” (ídem, 1970), “Life on Mars?” y “Quicksand” (de Hunky Dory, 1971), “Five Years”, “Soul Love”, “Moonage Daydream”, “Starman”, “Ziggy Stardust”, “Suffragette City” y “Rock’n’roll Suicide” (The Rise and Fall of Ziggy Stardust and The Spiders From Mars, 1972), “All The Young Dudes” y “John, I’m Only Dancing” (ambas del período glam, 1972-1973), “Rebel Rebel” (Diamond Dogs, 1974), “Fame” (Young Americans, 1975), “Golden Years” y “Stay” (Station to Station, 1976), “Sound and Vision” (Low, 1977), “Beauty and the Beast”, “Heroes” y “Sons of the Silent Age” (“Heroes”, 1977), “DJ” y “Boys Keep Swinging” (Lodger, 1979), “Ashes to Ashes” (Scary Monsters... and Super Creeps, 1980), “Modern Love” (Let’s Dance, 1983), “Loving the Alien” y “Blue Jean” (Tonight, 1984), “Pretty Pink Rose” (escrita por Bowie para Adrian Belew, en el álbum Young Lions, de 1990), “Little Wonder” (Earthling, 1997) y finalmente –aunque fue la primera canción del setlist, después de los primeros compases del arreglo de 2004 de “Loving the Alien”– “The Stars Are Out Tonight” (The Next Day, 2013). Las rarezas, en el sentido de canciones ausentes de casi todos los recopilatorios, son “Sons of the Silent Age”, muy poco representada en vivo (apenas en la circense gira Glass Spider, de 1987, para la que Bowie reversionó esta canción como un dúo junto a Peter Frampton), “Stage” y “Quicksand”, esta última sin dudas uno de los momentos más emotivos de la noche.

Salta a la vista que el álbum más visitado es The Rise And Fall..., con siete canciones (faltarían cuatro más para hacerlo sonar completo) y que las etapas carentes de representación (lo cual cabe preguntarse por qué y qué cabe interpretar al respecto) son la segunda mitad de los 80, la primera de los 90 y los 2000. Tampoco fueron ofrecidas composiciones de Blackstar, el álbum final de la discografía, pero es fácil pensar que estas requieren una banda muy diferente al combo clásico de guitarras y bajo complementados por saxo o teclados.

Esa suerte de rol de alguna manera protagónico de Belew hizo que dos momentos especialmente disfrutables fueron las versiones de canciones que involucraron de una manera u otra al guitarrista. Así, “DJ” enganchada con “Boys Keep Swinging” nos permitió a los presentes escuchar reconstrucciones de los célebres solos armados en base a fraseos grabados por Belew y luego cortados y pegados en el estudio por el productor Tony Visconti, siguiendo procesos de composición de Brian Eno, también presente en las sesiones. Para los fans de esa etapa específica en la carrera de Bowie –los discos entre 1977 y 1980, la llamada “Trilogía de Berlín” y Scary Monsters...– fue, sin duda, uno de los momentos más emocionantes. A la vez, el otro protagonizado por Belew también remite a esos discos, ya que se trata de la reversión en plan noise del solo y los arreglos originales de Earl Slick para la canción “Stay”, de Station to Station, en sus versiones en vivo de la gira Isolar II, en la que Bowie reinterpretó su cancionero previo bajo el sonido experimental y electrónico de los álbumes Low y “Heroes”. Por supuesto, también hay que mencionar la reconstrucción de los arreglos de guitarra de Robert Fripp (compañero o jefe de Belew en King Crimson) para “Heroes” y “Beauty and the Beast”. Esta “etapa Belew” (sobre todo por las versiones que sonaron en Isolar II y los discos que la representan, Stage y Welcome to the Blackout) gozó de un lugar especial –segundo en importancia– en el concierto, al menos si atendemos a la procedencia de las canciones.

Arrancar las estrellas de las caras

El lugar de notorio privilegio dado a las canciones de la etapa glam –y del álbum The Rise and Fall en particular– obedece seguramente al amor especial de los fans por ese sonido y esa estética; de hecho, no fue fácil encontrar entre los presentes a alguien que mostrara el mismo entusiasmo por “Beauty and the Beast” o “Stay” que por “Ziggy Stardust” o “Suffragette City”. Fue además en esa zona del repertorio que se lució el guitarrista y cantante Paul Dempsey, con versiones estremecedoras de “Rock’n’Roll Suicide” y “Five Years”, a lo que cabe sumar una bella reformulación de “Life on Mars?” para guitarra acústica, eléctricas y bajo (es decir, eliminando el piano tan característico de su versión de estudio y de casi todas las ofrecidas por el propio Bowie en sus giras).

En cuanto a Angelo Moore, cabe pensar al suyo como un show dentro del show. Además de ofrecer una performance vocal impresionante, su presencia en el escenario y sus cambios de vestuario fueron de lo más impactante de la noche. Los trajes, de hecho, tenían el componente exacto de caricatura y humor como para ofrecer un muy bienvenido gesto desacralizador, que se complejizaba en la inclusión tanto de elementos de un ersatz o fake gracioso o incluso deliberadamente berreta, como del uso atento de manierismos, posturas corporales y pasos estudiosamente clonados de Bowie.

El disfrute del tributo tenía a su favor, entonces, el evidente talento musical y escénico de sus protagonistas; sin embargo, ¿da eso cuenta de la sensación de comunión bowieana que pareció llenar La Trastienda? Quizá se trata de que no estamos acostumbrados a escuchar esas canciones en vivo, y que por eso mismo cuando nos son ofrecidas de una manera tan competente se despliegan ante nuestros oídos como las poderosas maquinarias emocionantes que siempre han sido. Incluso canciones más poperas o livianas que muchos fans hardcore tenemos un poquito a menos –como “Modern Love” o “Blue Jean”– se revelan como verdaderas maravillas de goce cuando suenan a todo vapor y opera esa fusión de subjetividades y disfrute colectivo que cristaliza en un buen recital, sea de una banda tributo o de un proyecto “original”.

Eso fue lo que pasó el lunes en La Trastienda para un público amante de la música de David Bowie (y de todo lo demás, ya que la música nunca es sólo música) convocado dos años y poco después de la sorpresiva muerte del cantante y del repunte extraordinario de su popularidad, público que sintió en canciones tocadas por músicos de talento –y alguno de hecho legendario–, ya que lo que de alguna manera se volvía el centro del acontecimiento era la presencia/ausencia de David Bowie, sus huellas, su rastro. Y si algo puede pedírsele a un tributo, para elevarlo hacia la categoría de una performance atendible, es precisamente eso.