Juan Wauters es de esos que te caen a la entrevista con un amigo de la infancia sin que eso vuelva incómoda la situación. Al contrario, el amigo se incorpora a la conversación y habla de Juan (no lo veía desde hacía 15 años; ni siquiera supo en todo ese tiempo que era músico) como intentando hacer buena letra; cuenta lo bueno que era en matemática, que iba a todos lados en bicicleta y, al llegar, pedía el teléfono para avisar que había llegado bien, habla de las primeras incursiones de ambos en la guitarra, en sesiones sólo interrumpidas a la hora de tomar el vascolet en la cocina. El apacible paraíso de clase media de Juan fue súbitamente interrumpido por la crisis de los tempranos 2000, que obligó a su familia a emigrar a Queens, Nueva York. Allí, en no mucho tiempo, junto con un grupo de amigos autóctonos y varios otros que forman parte de lo que se considera la “generación cero” de inmigrantes, formó The Beets, un grupo que, en palabras del músico, más que una banda era una especie de clan. “Caíamos en grupo a todos lados. De hecho, había una especie de pacto que nos impedía tocar con músicos ajenos a nuestro clan, y todo lo que ganábamos de los shows lo depositábamos directamente en un banco. Nunca usábamos esa plata, ni siquiera sabíamos para qué era que lo hacíamos. Llegó un punto en que llegamos a tener como 50.000 dólares y a nadie se le ocurría extraer nada”. Como pasa con grupos de núcleo tan intenso, los Beets se disolvieron en el pico de su popularidad, cuando se habían hecho conocidos por su rusticidad garagera pero potente, por sus geniales títulos y por el diseño de arte de las tapas a lo Daniel Johnston (su primer disco se llamaba Spit in the face of people who doesn’t want to be cool: A collection of 12 songs about being cool by The Beets) y, sobre todo, por una extraña sencillez lírica que a veces tocaba una inesperada fibra de profundidad.

Pero lo más destacable, incluso en esos primeros tiempos, era la personalidad magnética, algo aniñada pero a la vez súper sincera, de Wauters. Un rasgo que mantuvo en sus trabajos solitarios: This is Uruguay Radio (en la tapa del casete se ve una foto suya de niño con túnica y moña azul), Wandering Wondering, N.A.P North American Poetry (el disco que empezó a abrir su carrera a medios especializados como la revista Pitchfork) y Who Me? (con canciones en español y una paleta compositiva que incluye ritmos latinos).

Lo primero que surge a la hora de describir la música de Juan Wauters es Jonathan Richman. No tanto –o más bien, no sólo– por las composiciones pensadas para una guitarra sin correa y bien metida contra el abdomen, con una voz libre y melódica que puede variar impensadamente dentro de la estructura del tema, sino por algo de su presentación, o de su pequeño mundo privado, que circula en las letras. Se puede escuchar un tema de amor que puede parecer algo cursi y tonto, pero conforme repetimos la escucha vamos percibiendo que hay algo extra que comienza a funcionar: la simpleza de aceptar que el amor, para ser amor, debe ser algo cursi y tonto. Sus letras (y un sonido que parece anclarse en los 60 más melódicos, al punto de que no sorprendería encontrar referencias, conscientes o no, a Los Gatos, Los Iracundos y el Eduardo Mateo de El Kinto) siempre parecen transitar esta paradoja: vamos escuchándolas con cierta distancia, quizá con una simpatía condescendiente, y de repente en el río revuelto nos encontramos con una pepita de oro. Un ejemplo perfecto es “I’m all wrong”, que empieza con un verso medio ridículo como “like a movie that it’s good / you require my attention”, pero después se despacha con una imagen hermosa: “are now we moving straight / are now we getting closer / to the moment where we find / that we both are sharing shadows”).

En “Guapa”, uno de sus últimos cortes de difusión, registrado en una gira latinoamericana en la que haría grabaciones itinerantes con músicos de México, Puerto Rico, Argentina, Perú, Chile y Uruguay (y cuyo producto final en forma de disco está próximo a salir en las redes), canta: “Dices que si en otra almohada dejo mi olor / eso es externo a lo que es nuestro amor / ¿por qué será que gustas tú de mí? / tanto, tanto, tanto, tanto”. La libertad no sólo obsesiona a Wauters, sino que se refleja en el candor fresco de su música. “No es que me quiera morir, pero yo ya estoy listo, no hay nada que quiera agregar a mi vida. Todo el tiempo, afortunadamente, estoy haciendo lo que me gusta hacer. Pero a la vez, la vida es súper linda, yo quiero vivir hasta el final. No me gusta esa idea de que la carrera de uno deba ser así o asá, yo trato de ver si hay otra manera. Y existe otra manera, pero hay que estar dispuesto a perder. En el mundo moderno perder está visto como algo malo. Por ejemplo, si ahora toco el jueves y el concierto sale re feo, puede ser que me ponga re triste, pero a la vez, mis conciertos siempre están sobre la cuerda floja, y a mí me gusta que sea así. Y si el toque del jueves sale mal, el del sábado puede salir bien. Me gusta saber que todo está a punto de derrumbarse, y eso es lo que siento en la libertad. Si está todo perfecto, nota por nota, quizá puede ser tremendo concierto, pero yo no sentiría esa libertad. Ese es mi lema. Más que nada, soy una persona, tengo un público pequeño pero fiel, que me sigue por muchos lados, y en ese momento lo que yo trato de generar es un espacio en el que yo llegaría a ser maestro de ceremonia sólo porque tengo un micrófono, pero no por mucho más. Yo veo bandas que se preparan todo y que suenan muy bien, pero veo un encarcelamiento. Yo nunca pude encontrar la libertad ahí, me sentiría enjaulado”.

Lo que dice Wauters no suena tan distinto de lo que dicen un montón de seudohippies al tratar de vendernos un producto de escasa originalidad y técnica. Sólo que Wauters tiene algo que parece totalmente creíble. Al extender en estas charlas filosóficas sobre la libertad, dice que él tiene miedo a ser tragado por una imagen fija que hacen de él, pero que ni siquiera sabe exactamente cuál es. Yo más o menos lo sé, pero no se lo digo. Es posiblemente la del rock como un paraíso perdido, sencillo y soleado, en donde al fin de cada estrofa uno se alegra por cómo cerraba una rima, y donde una sonrisa era simplemente una sonrisa. La sonrisa de Juan Wauters en un video de él andando en bicicleta mientras canta “I’m all wrong” alternando el pedaleo con el rasguido de la guitarra, con la alegría de un niño que grita: “¡Mirá, mamá, sin manos!”.