El sábado, la Mesa Federal de la Federación Uruguaya de Magisterio-Trabajadores de la Educación Pública (FUM-TEP) resolvió, con el voto contrario de dos filiales, no hacer un paro de 24 horas hoy. Las dos filiales que votaron por hacer el paro fueron la de Salto y la de Canelones, y finalmente sólo las maestras canarias harán paro. Pese a la decisión de la FUM-TEP, el lunes el colectivo Maestras por el 8M estaba reunido discutiendo, planificando y pintando la pancarta que llevarán hoy a la marcha que comienza a las 18.00. El encuentro, con algunos niños en la vuelta, era en la Casa del Maestro, y tras la deliberación las mujeres se pusieron manos a la obra: “Sin mujeres no hay escuela pública. Por una educación feminista”, dirán esta tarde las maestras.

Todavía persiste entre ellas el sabor amargo por no haber logrado aprobar el paro, pero todas reivindican que aumentó el número de maestras que sí votaron la medida. Las filiales resolvieron de distintas maneras la situación, y las maestras destacan que pocos colectivos lo hicieron en asamblea; en Montevideo y en varios departamentos se hizo una consulta por escuelas, en la que las maestras votaron (hubo aproximadamente 1.377 votos en contra de parar y 609 a favor, unos 400 más que en 2017). “Como sindicato es un tema que recién se empezó a poner arriba de la mesa. No tuvimos, ni a lo largo de la carrera magisterial ni una vez que nos recibimos, instancias sindicales ni académicas que nos hayan permitido vernos como mujeres maestras. Es muy nuevo, y estábamos muy aisladas hasta que surgió esto; estamos recién arrancando”, comenta una de las cerca de 40 maestras reunidas.

Aseguran que es importante que a nivel sindical se reflexione sobre la cuestión de género, en particular en una profesión en la que la gran mayoría que la ejercen son mujeres (92%). “Todas las mujeres, como todas las personas, estamos matrizadas en una lógica machista, crecemos en una sociedad machista y patriarcal, y a la interna de nuestro sindicato pasa lo mismo, por ser todas mujeres no quiere decir que seamos feministas o que tengamos determinados principios y valores”, responde una de las maestras. Pero los motivos se van sumando: la estructura jerárquica del sistema de primaria, cómo funciona, y un afán por “generar otra forma de relacionamiento para empezar a vernos como iguales” y no como la maestra, la directora o la inspectora, es otra de las razones; la necesidad de cuestionar el lugar que históricamente se le da a la maestra, “como la continuidad del rol de los cuidados, como la segunda madre. Esa vocación maternal y de que no importa lo que pase, tenés que estar ahí; la abnegación”.

También es necesario que las maestras se cuestionen su rol desde la perspectiva de género, afirman, porque la escuela “es la gran reproductora de prácticas sexistas y de micromachismos que circulan a diario”, desde los comunicados a los “señores padres” cuando la amplia mayoría de los adultos referentes de los niños son figuras femeninas –madre o abuela–, encargarles a las niñas el reparto de papel glasé en la clase, las túnicas para las niñas –que necesitan pedir ayuda para prendérsela, por los botones en la espalda–, las filas diferenciadas por sexo y, detrás de esas conductas, los estereotipos de niños y niñas que, de una manera u otra, se transmiten en la escuela.

Con los chiquilines

Las maestras pueden hacer mucho en la deconstrucción de los estereotipos de género. “Una básica es la invitación a pensar. Parte de qué concepción de niño o niña tenemos, qué concepto de educación y qué concepción de maestra. Hoy a un quinto año le propuse un formulario por el arranque de clases. Una de las preguntas era cuántos maestros habían tenido en la escuela, y entre 25 niños no habían tenido un maestro de clase. Ahí se empezó a tratar el tema; fue generar una semillita para empezar a pensar”, contó una de las maestras.

Mencionan otros ejemplos “que parecen una pavada pero no lo son”, como hacer filas mixtas o usar el lenguaje inclusivo, y un interés por cuestionar las acciones cotidianas de los niños: “Llevar esto a cómo ellos y ellas viven esta cuestión, porque si no parece que la cuestión de género es algo del mundo adulto y que las diferencias entre hombres y mujeres empiezan en el mundo adulto, y está bueno acercar a los chiquilines esta problemática”. Un ejemplo que puso una maestra fue un trabajo, con un grupo de segundo año, de análisis del texto “Vidrieras”, de Eduardo Galeano, del libro Patas arriba, que describe los “juguetes para ellos” que se ven en las tiendas (“rambos, robocops, ninjas...”) y los “juguetes para ellas” (“barbies, heidis, tablas de planchar, cocinas...”). “Estuvimos reflexionando sobre eso y tenían que llevárselo a la casa y comentar lo que habíamos trabajado. Un niño trajo tres opiniones: la del padre, que decía que nunca le compraría una cocinita; la de la madre, que buscaba que todos estuvieran conformes, y la del niño, super concreto, fue: ‘que cada uno juegue con lo que le divierta’”. “Busquemos que los chiquilines puedan ver, en primera persona, que el género es una construcción cuya matriz más importante está en la infancia”, proponen.

Las integrantes del colectivo apuntan que durante la carrera sólo hay un seminario de educación sexual. “Depende de cada profesora si toca el tema género o no, y es semestral, a diferencia de otras asignaturas con mayor peso”. También hay un seminario de historia de la formación docente –“que hace muy poco foco en la fundación del Internato Normal de Señoritas, se pasa muy rápido a la del Instituto de Profesores Artigas”–, aunque tiene varias particularidades.

En la comunidad educativa, las maestras aseguran que el hecho de repensarse como mujeres las pone en pie de igualdad con las madres de los niños con los que trabajan: “Si hicieras el recorrido de cada una, ‘tuve esta situación de violencia’, ‘mi ingreso es el único en mi hogar’, ‘no tengo quien cuide a mis hijos’; en relación a las madres de los chiquilines con los que trabajamos, estamos iguales”, dicen.

Las banderas

La discusión genera muchas contradicciones en el ámbito sindical, reconocen: “Los paros por agresión a una maestra son los que tienen mayor acatamiento; un paro el 8 de marzo, en el Día Internacional de la Mujer, con una cantidad de cuestiones que son nuevas, que empiezan a surgir, no sale”, comenta una de las maestras, que se pregunta “cómo lograr ver que la violencia subjetiva nos afecta, que cuando le pegan a una compañera nos vemos afectadas, pero también poder ver un poco más allá, porque si votamos un paro por agresión a una compañera este paro tendría que haber salido casi naturalmente; ese correlato no lo logramos hacer”. “Cuando le pegan a una maestra nos sentimos todas tocadas, pero también somos mujeres y tenemos que sentir igual que maten a seis mujeres en lo que va del año; esas cosas están relacionadas”, añade otra de las maestras, que dice, además, que algo similar ocurre con los paros por salario: “Se apoyan bastante, y esto tiene que ver con que históricamente es una profesión feminizada; cuando empezaron a trabajar las maestras no podían cobrar mucho, porque mirá si iban a autosustentarse... Era imposible. Todas esas relaciones hay que ir haciéndolas. En ese sentido estamos contentas de habernos encontrado, porque hay algo que se está empezando a pensar colectivamente”.

El grupo, que reúne maestras, auxiliares, talleristas, profesoras de educación física y de inglés de Montevideo, Canelones y Maldonado, lleva pocos encuentros. Sus integrantes saben que van a seguir juntándose, aunque no saben qué forma tomará. “Hay un montón de sindicatos que tienen su secretaría de género, y no la tiene la FUM ni la filial de Montevideo [Ademu]. Una de las propuestas que están circulando consiste en poder generar ese espacio”. Marcan, a modo de anécdota, que si bien la amplísima mayoría de las maestras y de las afiliadas a la FUM y a Ademu son mujeres, su sede se llama Casa del Maestro.